Los diablos azules

Margarita García Robayo: "El día que deje de preguntarme cosas es porque me morí"

La escritora Margarita García Robayo.

Cuando a Margarita García Robayo (Cartagena, Colombia, 1980) le encargan escribir sobre, por ejemplo, el mar, y ella se zambulle en el mar de su infancia, y el mar de su embarazo, y el mar en el que nadará su hijo, no está sola. A su lado van apareciendo los mares y las infancias y los embarazos y los hijos de otras muchas. Otras que quizás no estén embarazadas ni tengan hijos ni tuvieran un mar de infancia, otras que no tienen nada que ver con ella y que sin embargo también están en lo que escribe. Primera persona, el volumen en el que recoge sus textos autobiográficos y que publica ahora en España la editorial Tránsito, se compone en singular y en plural. 

Estos ¿ensayos?, ¿crónicas? han sido elaborados a lo largo de los años y al mismo paso que sus libros de ficción, novelas como Tiempo muerto (2017) o volúmenes de relatos como Cosas peores (2014). Desde Buenos Aires, donde vive desde hace 14 años, cuenta por e-mail que unos y otros nacen de la misma forma: haciendo memoria.  

Pregunta. ¿Qué le ha enseñado esa primera persona que no hubiera encontrado ya en su ficción?primera persona

Respuesta. Esa primera persona es en realidad mi lugar más natural en la escritura. De hecho este libro es una compilación de textos que abarcan muchos años y que han sido publicados en medios donde regularmente escribo. Escribir este tipo de textos (algunos les llaman ensayos, otros crónica íntima, en fin) es el modo en el que he elegido ganarme la vida, es mi trabajo, pero también es la forma más eficiente de conocerme. Escribir es siempre un ejercicio de memoria, y el procedimiento mediante el cual hacemos memoria es muy equiparable al que empleamos para hacer relatos de ficción o de no ficción, es lo mismo, lo que cuenta es el mecanismo de filtrar esas imágenes que intentan explicar quién has sido y en quién te has convertido.

P. ¿Cree que se detuvo en lo autobiográfico por una especie de agotamiento de la ficción? ¿Se llega a sitios distintos por esos dos senderos?

R. No me detuve en lo autobiográfico, siempre lo transité. Estos textos lo ponen en evidencia de un modo más contundente porque la premisa así lo exige. Estos textos son, en su mayoría, pedidos por encargo; encargos que en general son tan abarcativos que parecen disparates, por ejemplo: escribe un texto sobre “el territorio”. Ok. Y eso es todo lo que hay. Y aunque al principio me da mucho vértigo agarrar un tema tan todo y tan nada como punto de partida, después descubro que es el modo en el que más me gustra escribir. Porque yo siento –más que sentir, lo sé– que siempre estoy hablando de lo mismo; mis preguntas y preocupaciones de un libro a otro son bastante similares porque responden a ese retazo de mundo en el que suelo poner el foco, la mirada; entonces, tener un tema me obliga no tanto a encauzar (a veces hace justo lo contrario: me dispersa), sino a poner un marco que distraiga la redundancia. Es decir, sigo hablando de lo mismo pero desde otro lugar, desde otro ángulo. Y eso es, para mi gusto, lo más gratificante que hace la literatura: permitirte entrar en una gran conversación acerca de tres o cuatro temas muy concretos e identificables, pero, con suerte, desde un lugar propio.

P. Dice en una entrevista, sobre este libro: “Uno escribe sobre sí mismo para entender qué piensa”. ¿Cree que es justo acusar a la autobiografía o a la autoficción de ensimismamiento?en una entrevista

R. Cada vez que me siento a escribir suscribo esa frase, pero creo que está mal transcrita en la entrevista porque yo no diría nunca que “entiendo” nada, sino que me entero, me clarifico, me hago las preguntas. Entender es otra cosa, y no sé si me ocurre muy a menudo; lo que sí me ocurre es que –tanto escribiendo como leyendo–, me surgen más y más preguntas. Las preguntas no me angustian, sino que me revitalizan. El día que deje de preguntarme cosas es porque me morí, supongo. Un poco este libro (si lo pienso como una unidad que quiere expresar algo), se trata de eso: de hacerse las preguntas, de reflexionar sobre ellas, de no resignarse nunca a una respuesta, o a varias, o a ninguna.

P. ¿Por qué cree que en los últimos años la escritura del yo, y sobre todo la autoficción, ha tomado tanta fama —o tanta presencia en medios y en maniobras de marketing editoriales—, y luego tan mala fama?

R. Supongo que se debe a cierta saturación, cuando se abusa de un formato uno tiende a rechazar el formato olvidándose de que es solo eso: una carcasa que puede contener perlas o basura. Yo adoro la poesía, el ensayo, el género epistolar… todas formas narrativas que ponen en primerísimo plano al narrador. Los autores en los que pienso cuando me obligo a identificar mis marcas me enseñaron algo sobre su retazo de mundo, aunque ninguno me habló de temas muy extraordinarios. A mí me parece dificilísimo aportar algo luminoso en una conversación sobre temas tan transitados como el amor o la pérdida, por ejemplo, por eso cuando en mis lecturas encuentro ese verso o esa imagen que brilla la atesoro como un pequeño milagro.

P. ¿Qué lazo ha encontrado, en este libro, entre la primera persona del singular y la del plural? Pienso en “Apuntes desordenados sobre la condición femenina”, pero no únicamente.

R. Bueno, quizá lo que más me interesó de armar esta colección cuando me lo propusieron originalmente (este libro se editó en Perú, Colombia, España y próximamente en Argentina) fue tratar de identificar eso mismo que dices: de dónde vengo, por qué escribo lo que escribo, qué es lo que comparten todos estos textos escritos en años tan distintos y qué información me da la lectura del conjunto. Y sospecho que incluso en los textos más antiguos, donde quizá yo noto menos –o disimulo más– mis grandes preocupaciones –es decir, obesesiones–, hay un deseo de enfilarme en cierto tipo de tradición literaria que busca su materia narrativa en la propia intimidad. Y con intimidad me refiero a todo aquello que conforma una mirada sobre el entorno más próximo, cuestión que solo puede llevarte a un pozo de sentimientos ambiguos, pero también universales; el resultado de fijar la mirada sobre esas cosas cercanas suele ser el de identificar en los mismos elementos una fuente de dolor y de consuelo; de horror y de belleza; de gratitud y de rechazo. En fin. Hablar sobre esos “hallazgos” ínfimos –e íntimos– me sitúa en un lugar casi de etnógrafa, pero con la pretención –grandilocuente, quizá– no solo de documentarlos sino de reflexionar sobre ellos.

P. ¿En qué se ha diferenciado el proceso de escritura de los textos que componen este libro de sus obras de ficción anteriores?

R. Como decía antes, estos textos en su mayoría han sido escritos por encargo, así que el impulso es otro y el procedimiento es distinto: tratar de volcar todo lo que quiero decir en los márgenes que ma han sido dados. Insisto, adoro eso: si me dicen escribe de lentejas, me pongo feliz. No es que lo necesite siempre, pero gusta tener una excusa para sentarme y teclear.

P. ¿Y en qué se ha diferenciado su recepción? ¿Ha sentido que se este libro se valoraba de manera distinta?

R. Este libro ha superado cualquier expectativa que hubiese podido tener en lo que respecta a estos textos. No solo la recepción ha sido fabulosa, sino que me ha puesto frente al desafío de pensar mi literatura (de ficción y de no ficción) como un mapa de obsesiones muy identificables. Leídos por separado son una cosa, leídos en conjunto son otra. Me muestran un universo más compacto, es como si me hablaran y me dijeran: esto es lo que has estado mirando todos estos años, no fue solo la neurosis de esta mañana... Y eso podría ser poco estimulante, pero es justo lo contrario: me reafirma en mi búsqueda, me permite afinar cuerdas, profundizar y seguir orbitando esos temas de siempre pero con una disposición diferente, más conciente y más compleja. Y la valoración –por lo que he recibido de lectores de distinto tipo– creo que tiene que ver con percibir de un autor el grado suficiente de honestidad que te permite sentirte reflejado.

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P. ¿Ha entendido, finalmente, qué piensa?

R. No, pero es un alivio saber que me lo sigo –y me lo seguiré– preguntando.

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