Librepensadores
Socialdemocracia radical, no sucedáneos
No podremos abordar la desigualdad si no atendemos a sus causas subyacentes.
Tony Judt
Si algún imbécil (que los hay) aún sigue creyendo con fe irracional que es posible confinar la opulencia entre muros y alambradas manteniendo excluída perennemente a la pobreza sencillamente… se equivoca. Tan imposible como poner puertas al campo es ponérselas a la miseria.
Poco antes de morir devastado por la ELA, pero lúcido y crítico hasta el final como lo fue siempre, en su libro Algo va mal, Tony Judt, clarividente (adjetivo compendio de experiencia, conocimiento e inteligencia) puso el dedo en la llaga abierta de una lacra nunca resuelta y causante de muchos de nuestros males: "la desigualdad exacerba todos los problemas".
Seis palabras, enhebradas en una frase lapidaria. De validez universal contrastada independientemente del momento y el contexto histórico en que se invoque. Una reflexión breve y contundente. Que engarzada en el hilo de su pensamiento (crítico y pragmático) condensa el compromiso ético y humano de su legado.
Un discurso el del historiador británico de rabiosa actualidad en estos tiempos de distopía. Precarizada la realidad tras la debacle financiera de 2008. Y confinada ahora aquella por la crisis temible por incierta provocada por el coronavirus. Sobrevivimos, o lo intentamos a duras penas. Malviviendo o… malmuriendo en una pesadilla cotidiana para muchos, insoportable y asfixiante.
No aprendemos, empeñados como seguimos en ignorar las enseñanzas de la historia. Las maniobras especulativas del poder económico desbocado y al margen del necesario control del estado, estuvieron en el origen de la Gran Depresión de 1929 y la más reciente iniciada en 2008.
La demanda y oferta ilimitadas, el consumismo desaforado, la obtención de beneficios abusivos, el endeudamiento suicida y la negación del expolio medio-ambiental; son mantras del paradigma insostenible por falsario (un fraude descomunal) del clepto-capitalismo neoliberal.
El discurso de Tony Judt, fruto de la "lógica abierta" racional y pragmática de su pensamiento frente a la "lógica cerrada" del sectarismo en el análisis de la realidad social; fue siempre posibilista y categórico. Se le podrá etiquetar de polémico pero nunca de dogmático.
Tampoco, de haber renunciado bajo ninguna circunstancia a la radicalidad de su discurso comprometido y lúcido. Un adjetivo, el de radical, manipulado de forma torticera por los enrocados en sectarismos cuasi religiosos de formas extremas de ideología.
El término radical (relativo a la raíz), al que muchos atribuyen connotaciones negativas, en mi opinión no es sinónimo de extremismo. Tampoco lo extremo, lo es siempre de radical. Ya que si nos ajustamos a su etimología de forma rigurosa, éste lleva implícito el acierto en la identificación de la raíz del problema y por tanto de la solución adoptada para resolverlo o mitigarlo.
Afirmaba Judt: "Evitar los extremos es una virtud moral en sí misma; además de una condición para la estabilidad política y social". Pensamiento coincidente con el viejo concepto griego: "medem agam" (nada en demasía) que nos alerta de los riesgos de la hybris (desmesura) inherente a cualquier actividad (la política lo es) de nuestra condición humana.
Porque es la "hybris" de algunas opciones ideológicas sectarias (que no radicales) carentes de la mínima capacidad autocrítica, la que descoyunta el equilibrio imprescindible en el juego honesto, consensuado, constructivo y civilizado de la política. No existe el negro o blanco absoluto en nada que concierne a lo humano.
Cualquier intento de imposición de modelos ideológicos excluyentes de modelos alternativos mas flexibles (independientemente de la vía elegida para hacerlo) han fracasado. El modelo anómalo y fracasado del socialismo primero, y el fracaso actual del modelo neoliberal del capitalismo, nos han llevado un callejón sin más salida posible por el momento, que el socialdemócrata.
Adornado de un pragmatismo realista y lejos de utopías inalcanzables. Tony Judt defendía de forma radical que: "La socialdemocracia no representa un futuro ideal, ni siquiera representa el pasado ideal. Pero entre las opciones disponibles hoy, es mejor que cualquier otra que tengamos a mano".
La globalización exclusiva a nivel económico y financiero nos ha situado frente a una distopía. Aparcada como ha sido hasta ahora, la globalización siempre pendiente e imprescindible de un modelo de protección universal de los derechos humanos. Que perduran (cuando existen) anclados localmente en según que criterios, en cada estado nacional.
La socialdemocracia fue una concesión fruto del miedo a la expansión del comunismo por parte del capitalismo. No fue un modelo social arrancado a este. Entre los dos modelos, ambos excluyentes y en un parto distócico, se alumbró un modelo político híbrido y paliativo: el socialdemócrata. Que se ha demostrado hasta la fecha, como el menos malo.
Pero el paréntesis de estabilidad y progreso abierto por el pacto social patrimonio del mundo desarrollado (los submundos del subdesarrollo no cuentan) que puso en manos del estado su poder regulador de desequilibrios sociales y económicos, se cerró hace tiempo.
Fue sólo una concesión táctica, con fecha de caducidad programada y producto de dos traiciones. La primera: el asalto por el capitalismo neoliberal aberrante, recurriendo como ariete ideológico, al mantra deslegitimador del poder intervencionista en su justa medida del estado.
Todo realizado (la gran crítica de Judt) al amparo de la segunda traición: la anuencia (cuando no franca colaboración) prestada por la socialdemocracia. Reducido su papel al de comparsa carente de discurso y proyecto creíbles; y fagocitada por la voracidad del modelo neoliberal que la consideró ya innecesaria y prescindible.
El "sistema" y sus acólitos nos han dejado solos. Pero no debemos amilanarnos. No se trata de tomar el cielo por asalto (el cielo no existe) sino de exigir con actitud cívica pero radical la implantación democrática del modelo político socialdemócrata prestado como mal menor por el capitalismo, y hoy degradado por la peor versión de este.
Tenemos que recuperar y rediseñar el modelo fracasado por acomodaticio de la socialdemocracia. Pero en su versión radical y a la medida de los ciudadanos… la mejor versión de las posibles. No nos vale ni nos vamos a conformar otra vez con la versión tramposa bajo el patrocinio y tutela neoliberal.
Fue el capitalismo (¡encima habrá que agradecérselo!) el patrocinador obligado por las circunstancias de la socialdemocracia; quien, paradójicamente, nos mostró el camino menos malo del progreso socioeconómico y de la ampliación de nuestros derechos. Un artificio ideológico, con el que jugando a su antojo y según sus intereses y nuestro conformismo, nos cedieron entonces y ahora quieren confiscarnos.
Hay que reivindicar el papel tan necesario del Estado. Exigir el modelo socialdemócrata radical sacándolo de su confortable letargo ideológico. Hay que priorizar éticamente la escala de valores humanos a proteger. Poner límites a cualquier forma de desmesura que nos fragilice socialmente. Es nuestra responsabilidad como ciudadanos comprometidos.
Lo que nos sitúa ante un dilema: o el miedo ciudadano ante el futuro provocado por la crisis global que nos asola, cambia de bando y vuelve a inquietar a la cleptocracia y sus perros de presa; o de seguir como vamos, y de persistir en nuestra actitud conformista, estaremos cavando la fosa donde enterrar definitivamente nuestra dignidad humana y nuestro futuro.
Como afirmaba Tony Judt: algo iba mal. Y algo sigue yendo mal. Y no podemos descartar lo peor. La duda terrible que si no nos inquieta debiera hacerlo es saber si estamos a tiempo de dar respuesta a la catástrofe (hoy plausible) no solo sanitaria o socioeconómica, también medio ambiental, que, amenazante, se cierne sobre nosotros.
Pero mucho me temo que, entre el neoliberalismo globalizado, el coronavirus de turno y los futuros, y nuestro conformismo incomprensible… ¡que no nos caiga encima todo lo que seamos capaces de aguantar!... dudo que este mundo tenga arreglo posible.
En nuestra humana condición reside la capacidad de salvarnos todos juntos; o de desaparecer también, todos juntos, como especie. Una afirmación que puede parecer brutal, pero que humanamente sería más justa. Habiendo convertido en infierno terrenal como hemos hecho…. nuestro planeta.
'Nueva Socialdemocracia'
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La esfera azul a la que el azar nos arrojó en un juego maravilloso o perverso (según se mire) de posibilidades infinitas no nos necesita para nada. La tierra sin nosotros seguirá girando sobre sí misma y alrededor del sol hasta el final de los tiempos.
Eso, claro, siempre que seamos capaces de demostrar en un último alarde narcisista e inútil como tantos de nuestra "inteligencia" la posibilidad del Big Bang inverso. La implosión final del Universo. Un hecho que, llegado el momento y habiendo desaparecido como especie, no debiera inquietarnos.
Amador Ramos Martos es socio de infoLibre