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Cultura

Yolanda Arencibia: "Galdós se fue radicalizando, pero nació liberal y murió liberal"

El escritor Benito Pérez Galdós, a principios del siglo XX.

Benito Pérez Galdós, el periodista comprometido, el escritor de discursos políticos, el diputado. Sí, también el autor de Fortunata y Jacinta y los Episodios nacionales. En la biografía de Galdós, se entrelazan compromiso, literatura y la discreción de quien quiso ser libre también en su vida privada. La filóloga Yolanda Arencibia, catedrática por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y galdosiana hasta la médula, acaba de publicar Galdós. Una biografía (Tusquets, Premio Comillas), un completísimo recorrido por la obra y la vida del autor. Aunque el volumen, que llega en el centenario de su fallecimiento, repasa desde su evolución literaria a las relaciones con su hija, nos centramos en esta ocasión en el compromiso político del escritor, que impregnó toda su actividad y le llevó incluso a ser diputado en dos ocasiones, pero que no suele ser atendido como merece. 

Pregunta. El primer ámbito en el que Galdós muestra sus ideas políticas es en sus colaboraciones en prensa, que empieza a desarrollar al principio de su carrera. En esos primeros momentos, ¿qué asuntos le interesaban más?

Respuesta. Él comenzó escribiendo una crónica diaria en La Nación. Empezó, en realidad, con la crónica musical del Teatro Real, porque entonces la ópera y la zarzuela eran géneros muy importantes, mucho más que ahora, y él tenía una formación musical fuera de lo común: Canarias en aquel momento era paso de las compañías que iban a América, y había mucha afición por el teatro y las voces líricas. De ahí, luego se va metiendo en otros terrenos. En cualquier caso, la crónica tenía que interesar a los lectores, y tampoco podía hablar mucho de política porque no le dejaban. Hablamos de los años 64 y 65 del XIX, entonces la censura era un verdadero problema. La Nación le tenía como cronista social, no político. Pero él era muy crítico con todos los aspectos sociales de Madrid. Por ejemplo, las críticas a la academia, que seguramente los académicos las recordaron cuando tuvieron que decidir si entraba o no en la RAE. Y se burlaba de las costumbres, de cierta moralidad, de los toros... Metía baza por las grandes celebraciones de la alta sociedad mientras que había mucha gente del pueblo que no tenía qué comer. Ese primer Galdós cronista es casi desconocido.

P. A Galdós se le ha acusado, entonces y ahora, de escribir novelas de tesis y de que sus ideas políticas estuvieran excesivamente presentes en su ficción.ahora

R. Es absolutamente cierto que su obra tiene toda una intención detrás. Pero el acierto de Galdós fue hacer una literatura comprometida sin dejar que se viera, es decir, haciendo que un lector que no estuviera interesado por ese compromiso quedara también atrapado por lo que se estaba contando. Fue más evidentemente comprometido el Galdós de Doña Perfecta, la segunda serie de los Episodios nacionales o La familia de León Roch. España estaba empezando a cambiar, y él estaba preocupado por el poder que iba tomando la Iglesia. Pero después, en 1891, se paró un poquito, y entonces empezó a escribir La desheredada. Continúa el compromiso social, pero es menos evidente: en Isidora Rufete hay una crítica de cómo se educaba a las mujeres, y en la degradación de la pobre Isidora se señala su falta de preparación. Aunque esa novela podía leerse sin pensar en nada de esto, él lo señala incluso en la dedicatoria, a los maestros de escuela. Era el tiempo en que Giner de los Ríos, las Doctrinas pedagógicas y la Institución Libre de Enseñanza eran un puntal en España, y en la España que él quería. Él estaba al día de todas esas cuestiones y lo deja claro.

P. ¿Y qué piensa de quienes critican que trasladara ese compromiso a la literatura?quienes critican

R. Muchas de las críticas le vinieron en su día por temas políticos, sobre todo en la dictadura de Primo de Rivera. Pero, más allá de eso, los primeros reproches que no van en ese sentido llegan de los autores realistas de los sesenta, de magníficos escritores como Benet o Marsé. Tras la ruptura del vanguardismo, se regresó al realismo, y cuando se les decía “Ah, como el de Galdós”, ellos respondían: “No, por favor, Galdós... Nada de eso”. Es una manera de distanciarse y de diferenciarse, es humano. Sobre las críticas últimas... El éxito siempre es un acicate de la crítica. A todos nos ha sorprendido la fuerza que ha tenido Galdós este año pese a la pandemia: en los primeros meses, se vendió mucho y todo el mundo hablaba de él. Hay escritores que tienen que decir: “Oigan, señores, que aquí estoy yo”. En cualquier caso, la gente cree que conoce a Galdós, pero en realidad no lo ha leído.

P. En Cánovas, uno de los Episodios nacionales, el personaje de Tito rechaza ser diputado cunero, pero él mismo aceptó presentarse por Puerto Rico en 1886 con el Partido Liberal, algo con lo que sería muy autocrítico incluso en sus memorias. ¿Por qué acepta?CánovasEpisodios nacionales

R. Por una parte, le interesaba muchísimo el puesto. Era muy joven, y él llega a Madrid sin ser duque de nada ni tener una gran fortuna. Y luego hay un personaje que conoce desde su infancia, que es Fernando León y Castillo [que había sido ministro de Ultramar e iba a serlo de Gobernación]: él seguramente le animó a tomar ese puesto. Le permitía entrar en un mundo distinto, nuevo, ser mucho más conocido, formar parte de la élite nacional. Además, como escribía y hablaba muy bien, cuando hubo que entrevistarse con Alfonso XIII en el Palacio Real, él fue uno de los seis elegidos, algo que no hubiera podido hacer de ninguna otra forma llamándose Benito Pérez, como le dijo un editor. En el fondo, seguramente se reiría con sorna, diciendo: “Estas cosas hay que hacerlas así, o entro como cunero o no entro”.

P. En su primera experiencia en el Congreso, escucha más que interviene y se muestra muy interesado por la vida parlamentaria. Llega a decir que es “imposible conocer a fondo la variedad española sin pasar por aquella casa”. Pero ¿cuáles son sus aportaciones políticas?

R. Se ha dicho que él fue a la política para conocer aquel mundo, y que no hizo nada más. No es verdad. Y él tiene la culpa, porque ciertamente lo dijo: cuánto aprendí, cuánto pude escuchar. Pero hoy sabemos que formó parte de todas las comisiones que tenían que ver con las leyes marítimas internacionales, porque tenía un conocimiento de la relación con América que no tenían otros diputados. Tenemos, de hecho, un borrador del proyecto de la Ley de Reorganización de los Servicios Marítimos, que redactó de su puño y letra. Es decir, que entró como cunero, pero hizo otras cosas. Aunque lo que más hacía era responder a peticiones de recomendaciones: que Pereda tenía en su finca un camino que le venía mal, que Pardo Bazán quería colocar a la cigarrera en la que se basó para La Tribuna, que si búsqueme un puesto en Puerto Rico... Aunque hay que decir que cuando él tuvo que pedir recomendaciones, las pidió, y las pidió para todos: para su sobrino, para su hermano... Le escribió hasta a Cánovas. En aquel tiempo se hacían las cosas así, vamos a decir que hoy no.

P. ¿Y a qué atribuye sus pocas intervenciones en el Congreso, pese a su capacidad para expresarse?

R. Él siempre fue muy discreto, y siempre estuvo muy convencido, como los grandes sabios, de que no tenía la sartén por el mango, de que no lo sabía todo. Le gustaba mucho más escuchar que opinar. El caso que queda probadísimo con José María de Pereda y con Menéndez Pelayo. Fue opuesto a su manera de pensar en lo relativo a la religión, y ellos se metieron muchísimo con él. Pero él no se enfadó, no se enfrentó a ellos y, cuando tuvieron el gran pleito por el Nobel, él fue capaz de decir: “Si a mí me hubieran preguntado, hubiera votado por Menéndez Pelayo”. En un momento dado, cuando entra en el republicanismo, le ponen en primera fila para aprovecharse de su prestigio. Hacía unos discursos maravillosos, pero rara vez los leía él: él decía que hablaba mal. Lo que pasaba es que hablaba canario, y entonces hablar canario se consideraba hablar mal.

P. ¿Se ven modificadas sus ideas tras la experiencia como parlamentario?

R. Todas las experiencias aportan, y él aprendía de todo. Escribió obras de todo tipo y artículos de periódico, por supuesto, con una experiencia de haber vivido la política por dentro que no habría tenido de no pasar por el Congreso. Su obra está hecha de la esencia de su persona y de todos los saberes que fue adquiriendo. Ideológicamente, fue evolucionando, se fue radicalizando, pero nació liberal y murió liberal.

P. ¿Cómo marcaron esas ideas republicanas y liberales su redacción de los Episodios nacionales, que exigen una interpretación de la historia?Episodios nacionales

R. Los primeros Episodios son casi un retrato de él mismo y de sus ideas liberales. La tercera serie, ya tras el 98, la empezó por muchas razones, entre otras porque le venía muy bien económicamente, y ahí todavía es muy optimista. La cuarta y la quinta son las del hombre desengañado de todo lo que se podía esperar de España, y para mí son las más interesantes. No solo estaba haciendo historia de una etapa que había pasado, sino que conocía las consecuencias de aquello. Con respecto al republicanismo... Fue un problemilla, porque a él, a pesar de sus ideas, el rey le invitó al palco real y al palacio en Santander, y los republicanos se lo reprochaban. En esta etapa en que lo invita el rey... por momentos, me parece que desvaría un poquito. A su novia, Teodosia Gandarias, no le escribe de otra cosa que del rey. Es demasiado, y leo esas cartas con un poquito de cosa. Yo no quiero caer en el buenismo y decir que Galdós era una maravilla y nunca tuvo un fallo. Todos tenemos fallos, y él no podía evitar que le encantara que le invitara el rey, pese a sus ideas.

P. En un momento dado escribe, criticando al socialismo: “Por mucho que vociferan sus adeptos, ni tiene ni tendrá durante algún tiempo entre nosotros las raíces que en Francia o Alemania”. ¿Cómo pasa de esa postura a presidir la comisión para reunir a republicanos y socialistas en la Conjunción Republicano-Socialista?

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R. Él se sintió verdaderamente atraído por la figura de Pablo Iglesias y por esa nueva savia que traía a España. A él le obnubiló, y se atrevió a alabarles delante de un entrevistador, pero porque era muy crítico con su partido. [Dijo, en 1910: “Voy a irme con Pablo Iglesias. Él y su partido son lo único serio, disciplinado, admirable que hay en la España política. (...) No lo hago porque esto perjudicaría a la candidatura de coalición y perderíamos lo mismo los republicanos que los socialistas”]. Pero él siguió siendo republicano y se retiró como republicano: el último cargo político que tuvo fue como diputado por Las Palmas con este partido. Se pudo haber pasado al socialismo, pero no lo hizo.

P. Cuando se propuso el Nobel para Galdós, se le puso enfrente como candidato Menéndez Pelayo, y usted defiende que simbolizaban dos ideas de España opuestas. ¿Cómo influyó esa batalla política en que Galdós finalmente no fuera Premio Nobel?

R. Es cierto que se les tematizó, se puso a cada uno en una esquina del ring. Pero hubo muchos factores que impidieron que Galdós fuera premio Nobel. Estaba claro que tenía una oposición muy importante dentro de España: se recibieron en Suecia cartas y cartas en contra de él, algo que tuvo que influir muchísimo. También es verdad que, con su actitud, se había ido ganando esa posición contraria de la Iglesia, porque él no había disimulado nunca sus críticas. Y luego Suecia había dado el Nobel a Echegaray, español, unos años antes, y Francia pesaba muchísimo. También influyó que estábamos en momentos muy difíciles para Europa, con la guerra bastante cerca. España era una monarquía rara, estaba cerca de la neutralidad... Y es posible que también pesara que el Comité del Nobel fuera más conservador que lo que Galdós representaba. Todas esas cosas confluyeron en que no lo recibiera. Y desde luego en España ha quedado el estigma de la oposición terrible que tuvo.

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