Los libros

Una historia universal

Portada de Centroeuropa, de Vicente Luis Mora.

Centroeuropa

Vicente Luis Mora

Galaxia Gutenberg

Barcelona

2020

Vicente Luis Mora (Córdoba, 1970) entiende los libros como esos espacios donde indagar, y con su actitud se convierte en uno de los mejores ejemplos de ese inquieto quehacer literario que exigimos a nuestros creadores en la actualidad, capaz además de zambullir a sus lectores en oscuros pasadizos. El autor utiliza vasos comunicantes que acercan conceptos tan amplios y diversos como la noción de novela y metanovela, relato o intertexto para llegar a significaciones con esa alusión directa o indirecta con que calificamos ese exclusivo concepto de fragmentariedad que formaría parte de ese otro mundo que conduce a la totalidad, previo paso por las nociones de abstracción, de apólogo, incluso combinado surrealista y, por tanto, lugar fronterizo entre lo imaginario y lo irracional, sin abandonar, desde el punto de vista textual, la tensión narrativa, aunque valorando el esfuerzo de razonamiento y síntesis. Quizá porque, desde hace años, Mora representa esa actitud crítica entre la literatura y la variedad de la cultura misma, y ha ensayado contenidos que presuponen una valoración distinta del tiempo para diseñar textos de una visualidad evidente que nos llevan a una visión literaria nueva, o tal vez muy atípica, un arte discursivo diferente como concepto complementario a la plasticidad artística acostumbrada.

La reciente novela del narrador cordobés, Centroeuropa (2020), resulta una provocativa visión histórica personal sobre la identidad múltiple de su personaje, Redo. Porque este texto propone, entre otros muchos aspectos virtuosos, una fábula sobre Europa y las múltiples heridas recibidas a lo largo del XIX, unos hechos que han forjado el paisaje de una de las regiones más conflictivas y, desde el punto de vista histórico, sacudieron al viejo continente, convertido en un espacio concreto repleto de desastres, guerras, genocidios y movimientos de fronteras, un paisaje ideal para hablar de espíritus del pasado y de la sombra de la muerte; pero, sobre todo, para adentrarnos en las complicaciones que conlleva, desde un punto de vista psicológico, el concepto de humano, como hará el protagonista en las primeras páginas de la novela, cuando divaga sobre el principio verdadero de la existencia natural, afirmando que la vida no comienza con el nacimiento de la persona. La historia de Centroeuropa es perfectamente extrapolable al resto del continente, aunque los periodos entre guerras aminoren esa sensación, y también es cierto que nos adentramos en un territorio complejo por diversos factores como la ubicación geográfica y los fuertes problemas de identidad geopolítica. Durante siglos, el territorio se compuso de pequeños Estados dirigidos por diferentes gobernantes, pero la descomposición del Sacro Imperio Romano Germánico provocaría cruentas guerras que tenían su origen en la ambición de príncipes y de reyes que ansiaban ocupar el espacio de un codicioso poder vacante, factores que provocaron una Primera Guerra, y una no menos cruenta Segunda Guerra Mundial que impidieron una paz que no se concretó, y ofreció un nuevo mapa europeo después de 1945, aunque la ansiada reunificación no fuera posible hasta 1990.

Vicente Luis Mora fabula una espléndida y divertidísima historia ambientada en una localidad prusiana en la primera mitad del siglo XIX que ofrecerá a su protagonista la posibilidad de cambiar de vida y hacer borrón y cuenta nueva, auxiliándose en algunos valores ocultos que hasta ese momento había despreciado, como la inteligencia, la determinación, o la sagacidad, atributos con los que se engalana Redo, el curioso personaje, quien un buen día decide abandonar su Austria natal para mudarse junto a su amada Odra a tierras prusianas, tras un inopinado y ventajoso asunto que le permite dicha mudanza, que como años más tarde rememorará será tanto física como espiritual. La condición de recién llegado a la pequeña Szonden no resulta extraña, y a medida que pasan los días Redo caerá en suerte a los lugareños, formando pronto parte del paisaje y el paisanaje local. Entablará amistad con Jacob, un historiador culto y crítico que se relaciona con todo el mundo, pues como buen sabio no se posiciona por encima de nadie y prefiere una relación entre iguales con sus vecinos, así que Jacob encarnará ese perfecto ejemplo a imitar que Redo necesita para abrirse a otros aspectos desconocidos, como la cultura, para pulir sus escasos conocimientos sobre la escritura, y sobre todo para saciar su ansia de saber.

La novela es el testimonio que Redo nos ofrece bastantes años después de llegar a orillas del río Oder, en la recta final de su vida, cuando ha comprendido que tiene los suficientes elementos para enhebrar su relato, y ha llegado el momento de contar algunas cosas porque ya sabe cómo expresarlas. Las digresiones en la historia sitúan a Redo en el burdel materno, en Viena, en las peripecias de la travesía que lo conducirán hasta Prusia, y luego ya en el Oderbruch sus más y sus menos con las autoridades locales, el alcalde Altmayer y el barón Geoffmach, porque Redo es un campesino libre, algo inédito para un estado acostumbrado a los siervos; también una suerte de pionero en una parcela donde, una vez iniciada su labor, descubrirá que el terreno en el que se ha afincado es algo parecido a un cementerio, porque aparecen bajo tierra soldados muertos helados que tienen la particularidad de que no se ven afectados por las condiciones climatológicas, y a medida que transcurren las jornadas se convierten en cuerpos, insepultos, que constituyen una continua molestia para Redo que le servirá al autor para desarrollar todo un derrotero fantástico en torno a este descubrimiento y, lo mejor, a que pueda establecer una línea de pensamiento antibélica con respecto a la idea que durante siglos han sostenido reyes y emperadores de otro tiempo, o como el ambicioso Napoleón, conducir a sus ejércitos a la destrucción, a su aniquilamiento, a contar los muertos por millones, abonando con sus cuerpos buena parte de Europa.

Las derrotas que no siempre asumimos

Las derrotas que no siempre asumimos

El resto del relato se concreta en exorcizar, de alguna manera, los demonios interiores que asolan al propio Redo, dejarse llevar y sorprenderse por los consejos de brujería de la vieja Ilse, huir de la burocracia administrativa y política a que se ve sometido, o reivindicar la propiedad de unas tierras del primer agricultor libre del pueblo, y así vislumbrar un mejor futuro y, también, enterrar el cuerpo de su esposa, o enjuiciar las diferentes formas en que el Estado concibe los problemas, y sobre todo aliviar su vida con las visitas a la taberna de Wreech cuidando de que Hans vuelva pronto a su casa, o disfrutar de las sesiones de aprendizaje con la sabiduría que le dispensa Jacob, a la zaga de los problemas con el alcalde Altmayer, o enriquecerse de su relación comercial con el barón Geoffmach; en realidad, pretende favorecer la metamorfosis de toda una comarca, que queda sustentada en esa permanente búsqueda de una identidad poliédrica que determinará los futuros nacionalismos en un eterno combate reivindicativo que se extiende hasta la actualidad.

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Pedro M. Domene es escritor.

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