Cultura

Usar el nombre de Auschwitz… ¿en vano?

Un exprisionero frente a la 'Puerta de la Muerte' del antiguo campo de Auschwitz II-Birkenau antes de los actos conmemorativos del 75º aniversario de la liberación del antiguo campo de concentración y exterminio nazi.

El próximo día 27 se cumplirán 75 años de la liberación del campo de concentración de Auschwitz, tal vez, ese cuyo atroz eco sigue resonando con más fuerza. También en el mundo editorial, tal y como nos recordó recientemente esta noticia donde se recogían "diez títulos [que] corresponden a algunos de los más recientes libros, la mayoría novelas, escritos o reeditados en los últimos meses sobre Auschwitz".

Entre ellos, La bibliotecaria de Auschwitz, que se reedita doce años después. Su autor es mi primer interlocutor, el escritor y periodista Antonio Iturbe. "Contar lo acontecido durante el III Reich es una pulsión para tratar de entender cómo surgió ese horror y de ahí que haya tantos libros". Si estamos de acuerdo en que leer es positivo, y en que mantener la memoria histórica es importante, debería celebrarse que se vendan y se lean cuantos más libros, mejor. "En ese sentido, la etiqueta 'Auschwitz' relaciona enseguida con esa época tan absorbente y es una fórmula que ayuda a la venta de esos libros, cosa que debería ser motivo de satisfacción general. Pero en este país, nada lo es".

Le pregunto si, con esta sobreexplotación, corremos el riesgo de banalizar los campos, el Reich… "Es verdad que el exceso de uso de la palabra 'Auschwitz' en los títulos de los libros, como en el mío, desgasta y lo rutiniza. A mí el título de mi novela me parece plano, no me gusta porque no denota ningún ingenio ni resulta inspirado. Cuando el departamento comercial lo propuso, todos los que se me ocurrían eran larguísimos, como titulares de prensa, así que no me opuse y si el título es zafio es mi responsabilidad. Pero lo que banaliza no es el uso de un título más o menos creativo sino el olvido."

Contra el olvido

Me cuenta Javier Cosnava que hace años obtuvo una beca para viajar a campos de concentración e hizo un libro de fotografías y una novela gráfica; y que en esos viajes se dio cuenta de que los países de nuestro entorno hacen visitas guiadas a esos campos: Italia, por ejemplo, manda a sus escolares a Mauthausen para que conozcan de primera mano los horrores del fascismo y del nazismo. "Nosotros, que perdimos 10 veces más españoles en ese campo que los italianos, no prestamos atención a la enseñanza de esos temas, acaso porque existe una indudable conexión con el franquismo, que hace tiempo se intenta relativizar y blanquear. Los lager deberían estar mucho más presentes aún en nuestra cultura y en nuestras escuelas. Se publica mucho, sí, pero es necesario".

En este punto, comparece mi tercer testigo, Gervasio Posadas, cuyos últimos libros se ambientan en la Europa de entre guerras. "En los años 30 tenemos la semilla de la Segunda Guerra Mundial, pero también de muchos de los problemas que estamos viendo ahora mismo: crisis económica, crisis de la democracia tradicional, auge de los populismos y totalitarismos, cuestionamiento de los dogmas generalmente aceptados hasta entonces, la tecnología como aliada, pero también como una fuerza disruptora del orden social, etc". Uno de esos libros está protagonizado por un personaje real Erik Hanussen, El mentalista de Hitler, "un paradigma de esos tiempos, de la ceguera de muchos ante el auge del nazismo, de los que no fueron capaces de ver el peligro que suponía Hitler". Hanussen era una estrella de la época, "un hombre con poder y propietario de medios de comunicación que puso a disposición del partido nazi, a pesar del anti semitismo de esta formación y del hecho que él mismo era judío". Acabó, cómo no, pagándolo caro.

Sí, Cosnava también se rinde a la evidencia: esa época lo tiene todo: "grandes e icónicos personajes, mucha documentación en la que bucear, historias fascinantes (aún muchas desconocidas para el gran público) y una legión de lectores". Y, por encima de todo, una enseñanza sobre los excesos y la locura asociada al poder que siempre estará de moda, "pues es cíclica y está a punto de regresar en forma de esos nuevos fascismos que comienzan a extenderse por el mundo".

Los escritores no son guardianes de ningún templo, pero es evidente que en su obra hay llamadas de atención. Iturbe apunta que siempre tendemos a creer que el mal llega del enemigo exterior, del bárbaro, del salvaje desprovisto de los valores de la civilización y la piedad: "Lo que nos fascina y nos aterra de este tiempo es que esa crueldad infinita y esa maldad insoportable emerge de nuestra propia Europa, de Alemania, de la Europa más refinada de los grandes compositores, los poetas más sensibles, los filósofos que siempre habíamos admirado y tomado como ejemplo. Volvemos una y otra vez a los libros y relatos del Tercer Reich porque nos afanamos en comprender lo incomprensible".

Cambiemos el punto de vista

Mirémoslo, les pido, al revés: ¿qué aporta la ficción a la comprensión de la historia? "La ficción ―afirma Posadas― elimina la barrera de la frialdad del dato, nos acerca a historias humanas que muchas veces es necesario novelar, pero que nos transmiten los sentimientos y las situaciones de una forma que la no ficción no puede hacer. Sobre todo, si la literatura es capaz de ser respetuosa y no distorsionar lo que realmente pasó."

En efecto, coincide Iturbe, los ensayos históricos nos hablan de las fechas, las batallas, el número de heridos o de muertos, el armamento usado, los acuerdos firmados… "pero no nos dicen nada sobre el dolor de las víctimas, sobre la incertidumbre, sobre el miedo, sobre las infancias perdidas. Cuando los años borran las huellas como una tormenta de arena, la ficción las desentierra".

En ocasiones, para sembrar la historia y nuestras mentes de dudas. Porque ese amasijo de realidad y ficción es fuente de fricciones. Recordemos a ese ministro de Cultura británico que en una entrevista se expresó en estos términos: The Crown "es una obra de ficción bellamente producida, así que al igual que con otras producciones de televisión, Netflix debería tener muy claro al principio que es solo eso. Sin esto, me temo que una generación de espectadores que no vivió estos eventos puede confundir la ficción con la realidad". La respuesta de la plataforma fue la que cabía esperar: "siempre hemos presentado The Crown como un drama, y tenemos plena confianza en que nuestros miembros entienden que es una obra de ficción que se basa en general en eventos históricos".

¿Está justificada esa confianza plena?, pregunto. Cuando, para muchos, la única fuente de información son las series y los libros, cuando las noticias falsas y las teorías conspiratorias campan a sus anchas, ¿confundir ficción y realidad es una posibilidad que deba preocuparnos?

"Primero habría que definir qué es 'realidad', si es que alguien es capaz", responde Antonio Iturbe. "Pensar que el que ve la realidad distinta a como nosotros la vemos es un mentiroso y un monstruo, es muy cómodo. Pero seguramente la cosa no es tan simple. Aunque nos parezca mentira, nosotros también nos equivocamos el juzgar los acontecimientos y establecer el criterio de 'verdad'".

Gervasio Posadas sí cree que hay motivos para la preocupación; en realidad, siempre los ha habido. "Por ejemplo, mucho de lo que figura en el imaginario popular sobre la antigua Roma proviene de Suetonio y de su Vida de los doce Césares, una fuente no muy fiable en ocasiones. Sería importante dejar claro qué es realidad y qué ficción, algo que intento hacer en mis novelas, pero muchas veces las dos se confunden o son difíciles de separar".

En esa misma línea, Javier Cosnava defiende que películas, series de televisión y novelas deberían llevar tags o etiquetas explicativastags, "donde quedase claro que hay obras sin apenas base histórica (como El niño con el pijama de rayas) y obras que tratan de retratar lo que pasaba en los campos de una forma más fiel". Esto debería aplicarse a libros de todas las épocas y géneros "sin que ello signifique una crítica o un menoscabo para unos libros u otros", la cuestión es dejar claro al lector qué está leyendo, entretenimiento o historia novelada, porque son cosas muy distintas. "Confundirse es muy fácil cuando no hay voluntad de aclarar al lector sus dudas sobre lo que está viendo o leyendo. Cosa que pasa a menudo".

Leer, llegir, irakurri, ler, lleer

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Él predica con el ejemplo. En sus novelas, cada cierto número de páginas se detiene para explicar qué sucedió y cómo; y al final, hay un espacio para detallar las licencias históricas que se ha tomado y ampliar detalles de los personajes, casi todos reales. "Pero, este grado de implicación con la verdad de lo sucedido, con intentar que el lector diferencie realidad de ficción, no es lo habitual. Casi soy una rara avis."

Al cabo, la ficción tiene una ventaja sobra la realidad. O así lo ve Iturbe: "es más humilde, no pretende ser la verdad con mayúsculas, sino solo una mirada subjetiva de las cosas. Y, sin embargo, en El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad hay más verdad sobre la colonización europea de África que en cuarenta ensayos sesudos. En Las uvas de la ira de Steinbeck hay más verdad sobre la crisis económica de los años 30 en Estados Unidos que en cualquier gélido tratado de economía repleto de cifras".

La verdad de la mentira.

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