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Muros sin Fronteras

Dónde están los aplausos de los balcones

Ramón Lobo nueva.

Miles de personas salieron a las calles a celebrar su libertad tras el final del estado de alarma. Es una libertad reducida al botellón, a emborracharse y gritar sin respetar el descanso de los vecinos ni el recuerdo de los muertos. Vuelve la vieja normalidad de la mala educación. Es una mezcla de hartazgo de una parte de la población por las restricciones (el primer estado de alarma fue el 14 de marzo de 2020) y los efectos tóxicos de la campaña electoral madrileña. En ella, Isabel Díaz Ayuso generó numerosas definiciones de libertad, casi siempre relacionadas con el ocio y la desobediencia al Gobierno (comunista) de Pedro Sánchez. Resulta obsceno que el jolgorio se escuchase desde la UCI del hospital Clínico de Madrid. Lo ocurrido ofrece mucha información sobre el futuro que nos espera en una sociedad desarmada moralmente.

¿Qué fue del espíritu de los aplausos desde ventanas y balcones en los primeros meses de la pandemia? Desaparecieron de la memoria colectiva las imágenes de los sanitarios enfundados en trajes de protección especial, y las de los demás trabajadores esenciales elevados a héroes que llevaron el peso en la primera ola de la pandemia. Desapareció el miedo al contagio y a la muerte (algo que por lo general le sucede a los demás). Llegó la insensatez supina. Ahora, desbocada la masa, ponle el cascabel a la inteligencia. Os recomiendo este hilo de Gervasio Sánchez.

Fue un error ocultar las imágenes de las UCI en los primeros meses, y las del palacio de hielo de Madrid repleto de cadáveres en espera de un destino. El Gobierno trató de protegernos del desánimo, cuando lo que la sociedad necesita es un chute de realidad, algo que nos zarandee hasta la médula dentro de nuestro universo prefabricado de consumo de irrealidad. Menos series de ficción y más realidad cotidiana, menos selfie y más observación.

Al otro lado de nuestro ocio existen la pobreza extrema, el hambre, las enfermedades sin vacunas, los ahogados en el Mediterráneo y las guerras en nuestro nombre. Son asuntos que siempre ocurren al otro lado de la frontera de nuestra conciencia.

Existen maneras sutiles de presentar una realidad brutal. Es posible informar desde el respeto a los muertos sin espantar a los vivos. Las fotos fáciles, las crueles, provocan que el lector pase la página o que el televidente cambie de canal. Las mejores son las que atrapan y sumergen, las que informan y ayudan a reflexionar. La editorial Blume acaba de publicar un libro que os recomiendo con los trabajos de algunos de los mejores fotoperiodistas españoles. Se llama Pandemia. En él encontrarán realidad y decencia a raudales. Solo cuesta cuatro copas.

Hay algo profundamente impúdico en esta amnesia colectiva, un desprecio que nos embrutece como sociedad. La memoria, sea histórica, democrática, o de ayer mismo, es la raíz que nos asienta y sujeta, la que nos permite saber quiénes somos, de dónde venimos. También, cuál es el precio pagado por los que antecedieron para que tengamos una vida mejor. La memoria es la casa de seguridad a la que retornamos en tiempos de gran confusión. En ella está el espejo que ayuda a recordar quiénes somos. Para los aztecas el espejo era la identidad.

La UE ha arrancado un proyecto con participación ciudadana sobre el mundo pospandémico: qué hemos aprendido, cuáles serán los cambios familiares, científicos, económicos, sociales y políticos que se van a producir. El objetivo es generar grandes debates, mover ideas y acordar propuestas. Aquí tienen el enlace.

Si de la pandemia surgiese una sociedad sin memoria, como la que muestra el botellón, sin la capacidad de distinguir un héroe de un estafador, sería una garantía para el desastre. Está en riesgo la democracia, más que en los años treinta del siglo XX con la emergencia del fascismo y el nazismo. Por eso la etiqueta de “fascistas” aplicada a Vox y a sus cómplices es un error de bulto. Anestesia y distrae del peligro al que nos enfrentamos, que no es menor.

Las nuevas extremas derechas populistas no prometen derribar el sistema, sustituirlo por una dictadura o un gobierno fuerte. Actúan como un virus troyano cuyo fin es modificar el sistema operativo de las democracias occidentales. Cuentan con el apoyo de empresarios poderosos que temen perder sus privilegios o tener que pagar impuestos en este mundo cambiante.

En esta batalla de fondo, la izquierda parece perdida. Una prueba es el debate de si deben aprobarse más estados de alarma. El Gobierno quiere que las autonomías se mojen y asuman el coste electoral de las medidas, y las autonomías dicen que es responsabilidad de Sánchez. Algunos periodistas se alinean tras las banderas políticas que no admiten representar. La pandemia ha sido desde el principio un arma arrojadiza contra el Gobierno, un espacio en el que aliados como ERC han jugado a todos los bandos presos de la omnipresencia de Waterloo.

Solo los verdes europeos parecen haber entendido qué está en juego y cuál es el discurso, el único que puede hacer frente al populismo, la mentira y la xenofobia. Además de situar la catástrofe climática en el centro de sus programas han vuelto a pisar las calles y los barrios, a preocuparse por la gente real fuera de las estadísticas y los sondeos de los gurús. Han logrado sus mejores resultados en las municipales británicas y pueden ser la fuerza decisiva en las legislativas alemanas en otoño.

El miedo a perder un trabajo cada vez más escaso y mal remunerado, o a no encontrarlo en una mayoría de jóvenes, dibuja un mundo frágil e inestable en el que se multiplicarán las revueltas o los estallidos de ira. Las señales de peligro estaban a la vista antes de la pandemia.

El descreimiento en las instituciones aumenta impulsado por la presencia masiva de las nuevas tecnologías. Nos ofrecen a menudo una visión alternativa de la realidad creíble, pero falsa, sin advertencias para distinguir los diferentes planos. La crisis económica de 2008 permanece en sus efectos y en el discurso, como excusa para los recortes. Los medios de comunicación han perdido fuelle mientras que la política ha quedado en manos de las élites de los partidos. En algunos tienen más coches oficiales que militantes.

Perdidos en el laberinto, sin saber qué está bien y qué está mal, entre lo cierto o falso, seremos pasto de embaucadores. Ya vimos el efecto de Donald Trump que ha contaminado las entrañas de la democracia de EEUU. Díaz Ayuso y un sector creciente del PP están en esa línea.

El mantra “todos los políticos son iguales” favorece a las extremas derechas que se presentan como salvadores. No existe un contra-relato, el Estado no es Pedro Sánchez o Pablo Iglesias, ni siquiera Pablo Casado. El Estado son los sanitarios que salvan vidas, los policías que protegen, los jueces que persiguen el mal trato y a los delincuentes. El Estado que funciona no sale en las tertulias ni preside las informaciones, siempre politizadas.

El periodismo español genera más opinión que información. Es un problema. Además, suele ser una opinión sin contexto ni datos. Los análisis ayudan a entender los hechos, pero desde hace tiempo viajan contaminados de militancias y amistades no siempre confesables. Es más batato organizar una sucesión de tertulias en las que prime el insulto y la descalificación para que el ruido genere tráfico. Hay tertulianos excelentes que se empeñan en arrojar luz sobre los aspectos de la realidad que mejor conocen. Otros son todocampistas, hablan de política, física cuántica, historia medieval y virología.

Recomendé en Twitter dos artículos de fondo, ejemplos de análisis asentados en el ejercicio anglosajón de ofrecer datos y marcos de comprensión para ir más allá de las noticias. Dirán que ambos contienen opinión. Y es cierto, como lo que escribo en infoLibre. Pero no es lo mismo opinar con datos que dar una cháchara hueca.

Cataluña necesita 50.000 abrazadores

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El primero lo firma Carolina Bescansa: “Lo que hacen las campañas”. El otro, “El ciclo de Pablo Iglesias”, es de Jordi Amat. Se publicó esta semana en elDiario.es.

He leído algunos comentarios tuiteros lanzados desde la izquierda divina concepción que lo desprecian sin leerlo porque es de Bescansa, una errejonista o algo así. divina concepciónResulta curioso que los que se sienten siempre atacados por el sistema, a menudo con razón, no dejan de atacar a todos los que no consideran suyos, parte esencial de la pureza. Para ellos, la política es una religión basada en la obediencia al líder, aunque sea dentro de la granja de George Orwell.

Para terminar, una cita del juez Rosario Livatino, asesinado por la mafia en los años 90, y ahora beatificado por el papa Francisco. Me la regala un amigo que sabe mucho de Italia y de la mafia: “No hay que ser creyentes, hay que ser creíbles”.

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