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Ideas Propias

Víznar, sus muertos y Lorca

Ian Gibson

Creo no equivocarme al afirmar que el primer extranjero en indicar públicamente que Federico García Lorca podía estar enterrado en el llamado barranco de Víznar, pueblo situado a ocho kilómetros al noreste de Granada, fue el conocido hispanista inglés Gerald Brenan. Lo hizo en su libro The Face of Spain (La faz de España), publicado en Londres en 1950. El autor de El laberinto español había visitado el país –por primera vez después de la Guerra Civil– el año anterior, e incluido a Granada en su itinerario con la intención de averiguar las circunstancias del asesinato del genial poeta de Fuente Vaqueros. En el cementerio de San José, situado detrás de la Alhambra, preguntó si sus restos se hallaban mezclados con los de los miles de fusilados contra el paredón del recinto. Un sepulturero le aseguró que no, que lo mataron cerca de Víznar. Brenan logró localizar el escarpado paraje, situado al borde del camino que conduce al pueblo colindante de Alfacar. “Toda el área estaba salpicada de hoyos de poca profundidad y montículos –escribió–, sobre cada uno de los cuales se había colocado una pequeña piedra. Empecé a contarlas, pero acabé por dejarlo al darme cuenta de que había varios cientos”.

Dos años después, en 1951, llegó en busca del poeta otro hispanista, esta vez francés: Claude Couffon. Concluyó que, efectivamente, Lorca estaba en Víznar. Su reportaje, más detallado que el de Brenan, salió en Le Figaro Littéraire bajo el título de Ce que fut la mort de García Lorca. Tuvo una enorme resonancia. Luego lo incorporó a su libro À Grenade, sur les pas de García Lorca (1962), con una foto que me facilitó la identificación del barranco en 1965, al inicio de mi propia indagación sobre el crimen. Allí se podían ver todavía, pese a la masiva plantación de pinos para enmascararlas, las siluetas de numerosas fosas.

Había estado en la ciudad, mientras, entre 1955 y 1956, el malogrado español exiliado Agustín Penón, que murió en Costa Rica en 1976, algunos dicen por su propia mano al no haber logrado publicar su versión de los hechos, fruto de un año entero buscando incansablemente sobre el terreno.

Los foráneos –hubo otros– que tratamos, bajo el franquismo, de documentar en lo posible la atroz represión llevada a cabo en Granada, y, en particular, la muerte del poeta, no tuvimos la posibilidad de acceder a los archivos imprescindibles, en primer lugar los de la Falange local, ventaja que sí disfrutó, por suerte, el escritor Eduardo Molina Fajardo, director del periódico falangista Patria, cuyo libro acerca de la muerte del poeta, editado por Plaza y Janés póstumamente en 1983, contiene un vasto corpus de entrevistas y declaraciones, mezcla de verdades y mentiras, y una documentación sólida y en algunos casos definitiva.

Otra dificultad para los investigadores, españoles incluidos, ha sido la terca negativa de la familia de Lorca, hasta hoy mismo, de apoyar la búsqueda de los restos. Siempre han alegado que no quieren que el caso del poeta sea especial, que prefieren que siga donde esté, entre la multiplicidad de víctimas anónimas enterradas en fosas y cunetas entre Víznar y Alfacar. Nadie entiende por qué, y circulan por Granada numerosas especulaciones al respecto. No parecen comprender que se trata del desaparecido tal vez más llorado y querido del mundo, y que quienes admiramos al hombre y su obra sentimos la necesidad perentoria de saber cómo murió y dónde están sus despojos, para poder rendirles el debido homenaje. Laura García de los Ríos, que se suele denominar Laura García-Lorca, hija del hermano del poeta, Francisco, y Laura de los Ríos, la del célebre ministro socialista de la República, ha dicho incluso, en el espléndido documental de Andrea Weiss Bones of Contention (en español, Pero que todos sepan que no he muerto), rodado en 2017, que “los huesos del poeta no tienen en sí ningún interés, ninguna importancia”, que buscarlos es a su juicio “fetichista”, “un abuso de su memoria”, que espera que no se encuentren, y que, en fin, “hay que dejarle en paz”.

¿Existe la posibilidad de que a la familia, que llegó a un acuerdo con el régimen franquista en los años cincuenta sobre los derechos de autor, se le permitiera rescatar entonces sus restos y volver a inhumarlos en un lugar solo por ellos conocido? ¿En la Huerta de San Vicente, por ejemplo –su casa de campo en la linde de la ciudad y La Vega– o en la que tenían en Nerja? Es posible. Que yo sepa nunca han declarado oficialmente si saben o no saben dónde están. No me parece en absoluto justo. No me parece fair play.

Vencejos

Vencejos

Durante mi estancia en Granada tuve la suerte de localizar a uno de los masones utilizados en Víznar para enterrar a los condenados a muerte. Se llamaba Antonio Mendoza de la Fuente. Su testimonio fue escalofriante. ¿Cuántas víctimas cayeron y fueron inhumadas en el barranco? Se hablaba de muchos centenares, quizás de miles, entre ellos solo algunos con apellidos conocidos, como en el caso de Salvador Vila Hernández, catedrático de Árabe y rector de la Universidad de Granada, amigo de Unamuno traído específicamente desde Salamanca para ser fusilado.

Todo esto lo traigo a colación porque hay una magnífica noticia. Y es que, por fin, se ha iniciado la búsqueda de los inmolados (e inmoladas) de Víznar gracias a sendas subvenciones del Ministerio de la Presidencia del Gobierno a la Universidad de Granada y al Ayuntamiento del pueblo. Dirigen la excavación, con la colaboración de un equipo multidisciplinar, el profesor de arqueología Francisco Carrión, de dicha Universidad, y el historiador granadino Rafael Bracero. Ya se han encontrado cadáveres y balas, y Carrión y sus colegas calculan que, en la zona donde están trabajando actualmente, podrían yacer entre 200 y 300. Dada la posible vinculación con Lorca –aunque sigo pensando que está con sus tres compañeros de infortunio en el cercano parque que lleva su nombre en Alfacar, no suficientemente explorado–, la apertura del barranco va a despertar el interés internacional y recordará a la humanidad que España, después de Camboya, sigue siendo el país del mundo con más desaparecidos, entre ellos uno de los poetas y dramaturgos más inmensos del siglo XX.

Entretanto nuestras derechas se niegan a asumir la criminalidad del régimen franquista, Rajoy se jactaba de no haber gastado “ni un euro” en Memoria Histórica, Pablo Casado proclama que está hasta la coronilla de “la fosa del abuelo” y nadie entre ellos, salvo el alcalde de Málaga, ha tenido ni tiene la decencia de apoyar cristianamente las exhumaciones de los “rojos”. Me provocan vergüenza ajena y me hacen llorar por la España que podría ser pero que todavía no es.

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