Por qué Europa y EEUU no logran convertir a Putin en un paria
La confusión de estos tiempos se presta a una profusión de analogías históricas. Los analistas y opinadores, según su origen geográfico o su pertenencia a una determinada generación, recurren a toda una serie de acontecimientos históricos para comprender mejor lo desconocido cuando surgen nuevas crisis.
La guerra en Ucrania, desencadenada por la invasión rusa del 24 de febrero, no ha sido una excepción a esta tendencia. Hay que decir que los propios protagonistas nos han sumergido en la Segunda Guerra Mundial. El agresor Vladimir Putin justificó su decisión de lanzar su "operación especial" en la necesidad de luchar contra los nazis en el poder en Ucrania y no cometer el mismo error por segunda vez; el agredido Volodymyr Zelensky comparó al autócrata ruso con Adolf Hitler. Los discursos del hombre comparado con Winston Churchill están literalmente llenos de analogías.
En el mundo occidental también se aludió a los acuerdos de Múnich firmados con Hitler para evitar la guerra, ahora sinónimo de capitulación, y a las ofensivas alemanas de 1939 contra Checoslovaquia y Polonia.
En la web Political Violence at a Glance, Eric Monsinger analiza todas estas evocaciones que nos dan la impresión de vivir simultáneamente en dos épocas diferentes, como en una novela de Philip K. Dick. El analista subraya que no se trata sólo de retórica, sino que su uso también puede "transformar la percepción del presente de las personas e influir en su comportamiento futuro".
"A medida que el Ejército ucraniano resistía y las analogías históricas invadían gradualmente el espacio público, la respuesta occidental pasó de la noche a la mañana de la complacencia a la 'guerra económica total'", añade. A medida que el conflicto se afianza, las analogías tienden a desaparecer, dando paso al presente puro y duro, que también generará otras analogías históricas.
A la hora de preparar una hipotética paz y unas posibles negociaciones, se alude cada vez con más insistencia a la Guerra Fría, cuando se enfrentaban dos bandos: el bloque soviético, liderado por Moscú, y el bloque occidental, liderado por Washington, que se presentaba como el "mundo libre".
Este era un duelo que el Movimiento de los No Alineados, que incluía a la China maoísta, la Yugoslavia de Tito y varios países africanos, intentaba perturbar. El telón de acero simbolizaba esta división del mundo, en este caso de Europa, en sus partes occidental y oriental.
El día de la invasión de su país, Volodymyr Zelensky lo recordaba así: "Lo que oímos hoy no fue sólo el fuego de los misiles, los combates y el rugido de los aviones. Es el sonido de un nuevo telón de acero, que ha caído y está cerrando Rusia al mundo civilizado".
Un relato occidental
Como señalan dos analistas, Kelly A. Grieco y Marie Jourdain en el sitio web de World Politics Review (WPR), "esta narrativa estratégica ha sido muy eficaz para movilizar a Estados Unidos, la Unión Europea y otras democracias afines, recurriendo a los recuerdos nacionales de los enfrentamientos ideológicos y las guerras del siglo XX. Apela a los valores liberales más arraigados de Estados Unidos y Europa, infundiendo a Occidente una mayor unidad y propósito".
Sin embargo, advierten, "en otras partes del mundo ha caído en saco roto". Occidente no podrá simplemente blandir una supuesta superioridad moral en su lucha contra Vladimir Putin y presentarlo como el de las democracias contra las autocracias. Esta noción es un "mito", subrayan Kelly A. Grieco y Marie Jourdain.
La actitud de India es un ejemplo de ello, al igual que la de Sudáfrica, Brasil, México e Indonesia. Una gran mayoría de gobiernos decidió no sólo abstenerse de las tres resoluciones de la ONU que condenaban la agresión rusa, sino también no apoyar las sanciones contra Moscú. El papa Francisco dijo que "hay que salir del esquema habitual de que Caperucita es buena y el lobo es malo", al tiempo que negó tomar partido por Vladimir Putin: "Simplemente estoy en contra de reducir la complejidad a una distinción entre el bien y el mal, sin reflexionar sobre las raíces y los intereses, que son muy complejos".
"Dos pesos, dos medidas"
La postura expectante y ambivalente de muchos países del mundo se explica, una vez más, por un cierto resentimiento. Occidente está pagando sus compromisos pasados, las intervenciones en Irak, Libia y Afganistán. Los países emergentes siguen sospechando que practican un doble rasero cuando se trata de sus intereses. De ahí la ineficacia del discurso de los valores.
La semana pasada, la visita de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen a Israel para negociar la cooperación energética lo dejó claro. "Por un lado, la UE intenta reducir su dependencia energética de Rusia debido a su agresión y ocupación de Ucrania. Pero está sustituyendo esta dependencia por una mayor dependencia de otro ocupante brutal –Israel– que aplica un régimen de apartheid a los palestinos", reaccionaba Ines Abdel Razek, directora del Palestine Institute for Public Diplomacy.
Para no perder la batalla de los relatos frente a Moscú, Occidente debería ceñirse al derecho internacional, al respeto de la soberanía y la integridad territorial y, por supuesto, atender a las preocupaciones de los países emergentes –sobre todo en África– que son víctimas del aumento de los precios de la energía y de la perturbación de los mercados agrícolas por la guerra.
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Recientemente, el jefe de Estado senegalés, Macky Sall, que preside la Unión Africana, viajó sucesivamente a Rusia y Francia para reunirse con Vladimir Putin y Emmanuel Macron. Mientras que el primero culpó a las sanciones occidentales de la escasez de alimentos, el segundo hizo hincapié en las responsabilidades rusas. "No estamos realmente en el debate de quién tiene razón y quién no. Sólo queremos tener acceso al grano y a los fertilizantes", explicó Macky Sall. Una vez más, los hechos serán más fuertes que las palabras o las promesas.
El día de la invasión, el presidente estadounidense Joe Biden declaró, al anunciar un paquete de sanciones, que Vladimir Putin se convertiría en "un paria en la escena internacional". Menos de cuatro meses después, él mismo, aunque también promete tratar a Arabia Saudí como un paria por el asesinato del periodista Jamal Jashoggi en 2018, se prepara para visitar el país en julio y reunirse con el príncipe heredero Mohammed bin Salmane. De nuevo, los intereses se imponen a los valores.
Texto en francés: