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'Padre no hay más que uno 3' revienta la taquilla: Santiago Segura nos tiene calados

Toni Acosta, Alberto Iglesias, Santiago Segura y Loles León

Dice el dicho que no se puede gustar a todo el mundo. Pero del dicho al hecho hay un trecho cuyo trazado Santiago Segura parece haber memorizado con esmero, pues no son pocas las ocasiones en las que lo ha recorrido como cineasta descaradamente certero. No en vano, su recentísimo último estreno, Padre no hay más que uno 3, se ha convertido en tres días en la película española más taquillera de 2022, con una recaudación de 2,3 millones de euros durante el pasado fin de semana, superando así al cine de autor de Alcarrás, que lideraba el año con 2 millones de euros desde su estreno en abril.

Estamos, así las cosas, ante el mejor estreno español desde noviembre de 2018, cuando Superlópez cosechó 2,3 millones de viernes a domingo. Pero ojo, porque si le añadimos el jueves de su estreno (Santiago Segura es cuco y se adelanta al día habitual, el viernes, para así obtener cifras aún mejores), la recaudación se sitúa ya por encima de los 3,1 millones de euros, con lo cual hay que remontarse seis años para encontrarse con Un monstruo viene a verme, de Juan Antonio Bayona, que llegó hasta 3,6 millones de euros en su arranque en 2016.

Santiago Segura gusta a todo el mundo. Bueno, quizás esa afirmación sea excesiva, vale. Pero es que su tirón parece no tener fin. Ya descubrió un filón en su día con la saga de Torrente, con cinco éxitos encadenados desde 1998 hasta 2014. Ahora, transformado completamente, el cineasta madrileño vuelve a reventar la taquilla verano tras verano como un padre de familia que no es otra cosa que el mínimo común denominador de la paternidad de nuestro tiempo: centrado en su trabajo y despreocupado en un primer momento, por circunstancias varias tiene que cambiar sus prioridades y adentrarse en la rutina del colegio para así ir conociendo de verdad a su extensa prole de seis hijos. 

A partir de esta premisa, lanzada en la primera entrega y todavía tan universal en nuestra sociedad, se desarrollan todo tipo de peripecias recibidas con alegría y alboroto por el público, que indudablemente prefiere a la familia García al perrito piloto. Las cifras son las que son y no son interpretables en esta ocasión: las dos primeras entregas ya fueron las películas españolas más taquilleras de 2019 (Padre no hay más que uno, 2,4 millones de espectadores y 14,2 millones de euros) y 2020 (Padre no hay más que uno 2, 2,3 millones de espectadores y 12,9 millones de euros). En 2021, siguió explotando la misma fórmula iniciando otro serial similar con ¡A todo tren! Destino Asturias, que también fue la cinta española más vista del año con 1,5 millones de espectadores y 8,4 millones de euros de recaudación (y que próximamente tendrá continuación).

Puede Santiago Segura, por tanto, reclamar su lugar destacado en la historia de nuestro cine. Puede presumir, también, de saber cómo conseguir que el público mantenga esa vieja tradición de acudir a las salas: cual flautista de Hamelin, atrae primero del público infantil para así llevar hasta al cine a padres, madres, abuelos, abuelas, primos, primas, hermanos, hermanas y hasta suegras y suegros. Da igual la degradación del parentesco, todos estamos en la órbita y somos cifras potenciales de taquilla, máxime si hay algún niño que entretener en estos largos días de temporada veraniega.

Porque son los niños los que piden a sus mayores que les lleven al cine a ver Padre no hay más que uno 3 (puede no ser así en algunos casos... residuales). Y, claro, resulta inútil y hasta temerario pretender resistirse ante un plan así servido en tan reluciente bandeja de plata. Medio millón de espectadores no se han resistido desde el pasado 14 de julio a ver esta tercera entrega, lo cual se traduce, en un truco de trilero desconcertante, en ese récord de recaudación ya mencionado y que mejora a las dos anteriores, que en su primer fin de semana llegaron a 1,7 millones y 2,1 millones de euros, respectivamente. Al público le encanta y esta tercera parte va rumbo de ser la más exitosa de todas en términos globales, seguramente por ser ya terreno conocido.

Porque, a estas alturas, ya hay cierta familiaridad con Javier García y su peluquín como ese padre adinerado, que vive con los suyos en una sucesión constante de correrías en su espacioso chalet, con su amplío coche y su abnegada a la par que reivindicativa esposa (ella riñe, él dialoga; ella enfadada, él chistoso). Se produce así la identificación con esa tan manida clase media que unos pocos son, que algunos creen ser y que otros muchos aspiran a ser. Y es que, por no faltar, no faltan ni seis hijos para conformar una familia numerosa que facilite la sucesión de escenas (más o menos) divertidas en un entorno sin dificultades económicas. La magia del cine era esto.

Como igualmente mágico, quimérico casi, es lograr que una película familiar se vea efectivamente en familia. Eso es lo que aumenta exponencialmente las cantidades de recaudación, pues las entradas no se compran de una en una o de dos en dos, sino de cuatro en cuatro o de cinco en cinco. Es un plan colectivo en el que se da el caso, además, de que cada espectador puede identificarse con algún personaje en particular, lo cual facilita el coloquio posterior en unos tiempos en los que necesitamos tanto fomentar la conversación. Reivindiquemos "eres como la suegra de Padre no hay más que uno" como chascarrillo necesario de yerno jocoso (y reivindiquemos a Loles León como definición de suegra aceptada por todos).

LA GRAN FAMILIA

La gran familia, en definitiva, aunque Santiago Segura no tenga el porte de Alberto Closas y haya cambiado todo tanto en sesenta años. Del desarrollismo del tardofranquismo al debate en torno a las clases medias. De una familia numerosa con quince hijos en 1962 a otra con seis en 2022: valores tradicionales que se siguen vendiendo propagandísticamente, pues tan imposible para la mayoría era vivir bien entonces como ahora, sin necesidad de tener tanta descendencia. Cambian los números, pero no la imagen que se pretende transmitir de lo que son y tienen que ser las cosas. 

Funciona, en cualquier caso. Gusta. Eso es innegable. El público se toma la molestia de ir a las salas a ver cine español mientras se repite el mantra de que un año más llega Santiago Segura al rescate de la taquilla. Es así, le pese a quien le pese, pues no faltan, por supuesto, quienes acusan a Segura de facilón palomitero que va a tiro hecho. Pero, como decíamos antes, las cifras no engañan, y en el primer semestre de este 2022 el cine español ha llevado a las salas a 2,6 millones de espectadores, que se han gastado cerca de 17 millones de euros. Algo alarmante, pues en todo 2021 se recaudaron 42,3 millones (con 7,1 millones de espectadores) y en todo 2020 la taquilla ascendió a 43 millones (con 7,4 millones de espectadores). 

Qué lejos queda aquel feliz 2019 en el que no sabíamos lo que era una pandemia y el cine español congregó a 16 millones de espectadores y recaudó 94,1 millones de euros. De no haber sido por el arrojo de Segura al apostar por la segunda parte de Padre no hay más que uno en plena pandemia, cuando todo los estrenos internacionales se retrasaban y los cines malamente penaban, los resultados hubieran sido aún peores en el funesto 2020. Un Segura que en esta ocasión se ha impuesto, huelga remarcarlo, a Thor y a los Minions. Tal es su poderío.

"Las salas se merecen mi insignificante aportación (y cualquier ayuda que pueda darle algo de vida a esta industria maltrecha)", tuiteaba hace un par de días el madrileño, en tono de broma, pero diciéndolo abiertamente. Y no le faltan motivos para decirlo así, pues sin películas de gran tirón popular como las suyas, flaquea una industria tocada por la irrupción salvaje del streaming (un hábito solidificado en pandemia) y la desaparición de la clase media cinematográfica (ya todo son grandes producciones estadounidenses o films independientes, sin apenas término medio). Padre no hay más que uno viene a llenar ese hueco con materia prima autóctona y recuperando un cine familiar en absoluto común o consolidado en España. 

En un año en el que el cine español está siendo profusamente premiado en festivales internacionales, Santiago Segura revienta la taquilla por enésima vez haciendo lo que lleva haciendo toda la vida: cine comercial para todos los públicos. Así ha superado de una tacada a Alcarrás, la cinta de María Simón que ganó en febrero el Oso de Oro en la Berlinale. Hay espacio para todos y en la variedad reside, justamente, el elixir de la eterna juventud para un cine español que por necesidad vital tiene que huir de la uniformidad.

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