Lula da Silva predica la unidad y la reconstrucción en un Brasil polarizado y con una economía en ruinas
Lula se inclina ligeramente. Acaba de subir solemnemente la rampa del Planalto, el palacio presidencial, culminación de una serie de ceremonias que han marcado el día. Ante una multitud extasiada, recibe por fin la banda presidencial de manos de una mujer negra. También la acompañan el jefe kayapo Raoni, una persona discapacitada, un niño, un guardia de seguridad, un trabajador del metal y un profesor. El simbolismo es fuerte y Lula aprovecha que Jair Bolsonaro se ha ido a Florida dos días antes. Por primera vez desde 1985, un presidente saliente se niega a entregar la banda verde y amarilla.
A continuación, Lula sube al estrado para pronunciar su segundo discurso del día. Dos horas antes, había pronunciado una firme intervención ante el Congreso, criticando duramente los métodos de su oponente y su "proyecto autoritario". En él arremetía contra su "desastroso" historial, acusándole de haber "esquilmado los recursos sanitarios, desmantelado la educación, la cultura y la ciencia".
En este nuevo discurso, esta vez dirigido al pueblo, su voz es ronca y cansada. Pero Lula ha recorrido un largo camino y está encantado de celebrar su triunfo. A los 77 años, protagoniza un regreso excepcional, tras haber estado en prisión sólo cuatro años antes.
Sin contener sus ataques contra "una minoría violenta y antidemocrática", Lula quiere mostrarse esta vez más conciliador y predica la unidad y la reconstrucción, dos palabras que se han convertido en el nuevo lema oficial de su gobierno. A sus pies, las treinta mil personas que han logrado entrar en la Plaza de los Tres Poderes quedan prendadas por el discurso, tan conmovidas como Lula, cuya voz se quiebra por un momento al derramar unas lágrimas.
Por mucho que el sol caliente, una marea roja, el color del Partido de los Trabajadores, barre Brasilia. En una explanada cercana, cerca de trescientas mil personas siguen la ceremonia en pantallas gigantes.
Sociedad polarizada
Pero a pesar de sus deseos, unificar un país tan dividido parece una utopía. Creomar de Souza, analista político en Brasilia, señala que "ya no hay consenso en una sociedad brasileña cada vez más polarizada. Incluso la lucha contra el hambre ya no unifica al país como antes".
El clima de tensión en torno al riesgo de un atentado y la vasta operación de seguridad que movilizó a todas las fuerzas policiales del distrito de Brasilia muestran la magnitud de la tarea. Una semana antes, un grupo de bolsonaristas había intentado volar un camión cisterna para "sembrar el caos".
Esta vez, un hombre intentó entrar en la explanada con un cuchillo y un artefacto explosivo, antes de ser detenido inmediatamente. Tras generarse algunas dudas por la seguridad, Lula desfiló finalmente en un Rolls-Royce descapotable.
Aunque finalmente la jornada fue bien, los retos para su nuevo Gobierno son enormes. El Estado brasileño está mucho más desestructurado que en 2003, cuando Lula llegó al poder. "Jair Bolsonaro ha practicado la técnica de tierra quemada para intentar ser reelegido. No hay presupuesto, la economía va mal y su gestión ha dificultado la aplicación de políticas públicas eficaces", explica Creomar de Souza.
Si Lula no debe esperar beneficiarse del tradicional estado de gracia, después de haber sido elegido con un margen muy estrecho, "la salida de Bolsonaro le facilita la vida, ofreciéndole un soplo de aire fresco al inicio de su mandato". Pero debe presentar resultados muy rápidamente", prosigue el analista.
Pero Lula tendrá que lidiar con una Cámara de diputados a priori hostil, donde el partido de Jair Bolsonaro, el Partido Liberal, obtuvo el mayor número de parlamentarios en las últimas elecciones legislativas. Sin embargo, la lealtad a su líder dista mucho de ser segura y Lula es un negociador especialmente experimentado, señala Marya Goulart, profesora de la Universidad Federal de Río de Janeiro. "Al reunir a su equipo ministerial, ha ampliado su coalición de campaña a tres partidos más".
Con treinta y siete ministros en su Gobierno, Lula ha hecho una "distribución inteligente", dice Creomar de Souza, que sin embargo se preocupa por una "heterogeneidad en las alianzas que también puede generar bloqueos debido a intereses muy diversos".
A pesar de ello, Lula tendrá que vérselas con muchos parlamentarios radicales. Sâmia Bomfim, diputada del PSOL (Partido Socialismo y Libertad) con la que se reunió en el palacio presidencial, asegura que "habrá que aislar a los más extremistas y hacer cumplir la ley a quienes la hayan infringido. Pero están bastante aislados. Van a hacer ruido, atacar a las mujeres y a los nativos elegidos, así que vamos a tener que tener mucho cuidado".
Porque su capacidad para causar problemas sigue siendo preocupante, apoyándose en una red de producción y difusión de noticias falsas que sigue estando bien estructurada, así como en militantes muy activos. Por tanto, será necesario "gestionar una parte importante de la población cuyos valores son incompatibles con el Estado de Derecho", afirma Mayra Goulart.
Inseguridad y emergencia climática
Lula también tendrá que normalizar las relaciones con varias instituciones perturbadas por el estilo de Bolsonaro. Con el poder judicial, en el punto de mira del presidente de extrema derecha, las relaciones deberían ser más pacíficas.
En su discurso ante el Congreso, el nuevo jefe de Estado no dejó de elogiar el papel del Tribunal Supremo Federal en la preservación de la democracia, donde aspira a nombrar dos nuevos magistrados. Por otra parte, tendrá que canalizar las ambiciones de ciertos militares que, tras haber adquirido una influencia considerable bajo su predecesor, pretenden "actuar como un partido político que no dice su nombre", dijo Creomar de Souza.
El nuevo ministro de Justicia, Flavio Dino, tendrá que gestionar fuerzas policiales muy sensibles a las tesis bolsonaristas, en particular en el seno de la Policía Federal y de la Policía Federal de Carreteras.
En términos más generales, aunque la cuestión de la inseguridad es esencial y afecta a la vida de muchas familias castigadas por la violencia, el Partido de los Trabajadores ha descuidado durante mucho tiempo este delicado tema. Lula debe ahora implicarse más y evitar dejárselo a la extrema derecha.
En el Amazonas, la tarea parece hercúlea y especialmente delicada. Ofrecida sin restricciones a los apetitos de quienes participan en la economía de la destrucción desde hace cuatro años, la región parece fuera de control. Entre la deforestación acelerada y la creciente influencia de los grupos delictivos en muchas actividades depredadoras del medio ambiente, el Estado se ve desbordado.
El regreso al Ministerio de Ecología de la muy eficiente Marina Silva, con la que había roto en 2008, y la creación de un Ministerio de Pueblos Indígenas muestran la voluntad de abordar los problemas. Aunque no sobran los medios. Sônia Guajajara, que dirige el flamante Ministerio de Pueblos Indígenas, sólo tiene de momento 130 funcionarios bajo su mando.
Pero con la emergencia climática, la Amazonia puede ser utilizada por Brasil para reposicionarse como un actor importante en la escena mundial. La mejora de la situación en esta delicada región puede remendar los deshilachados lazos con varios países y romper el aislamiento internacional de Brasil causado por una política caprichosa y caótica en los últimos cuatro años. En gran medida desorganizada, la diplomacia brasileña necesita volver a ponerse en pie.
Esto no es sólo un cambio de poder, es el fin de la pesadilla
Para Mayra Goulart, la comunidad internacional parece estar mostrando buena voluntad hacia el nuevo gobierno. "El PT y Lula han prosperado en el pasado gracias al poder blando y a la tradición diplomática multilateral de Brasil", señala. Así que esta toma de posesión debería marcar un nuevo comienzo. Diecisiete Jefes de Estado asistieron a la ceremonia, así como numerosos altos representantes gubernamentales, como en el caso francés.
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Frente a todas estas dificultades, Lula no tiene derecho a equivocarse, según Tercia, una joven de Recife: "Lo que está en juego es el futuro de la democracia brasileña. Muy consciente de los obstáculos que tiene por delante, ha venido a hacer valer sus números. "Esta ceremonia es también una demostración de fuerza. No debemos cometer los mismos errores que en el pasado. Ahora sabemos que existe una extrema derecha en Brasil y que es poderosa, no podemos dormirnos en los laureles".
Lula tampoco debe defraudar, aunque las expectativas son inmensas. "Hay tantas cuestiones críticas y tan poco dinero que habrá que tomar decisiones. Su suerte es que el gobierno de Bolsonaro fue tan malo, que la comparación solo puede serle favorable", explica Creomar de Souza.
Pero para los partidarios de Lula, este primero de enero fue sobre todo un momento de celebración. Como desahogo, se organizó un auténtico festival con más de 150 artistas que vinieron a saborear con su público el triunfo de su candidato. Llegada de Rondônia, estado amazónico particularmente comprometido con Jair Bolsonaro, Elis expresó "un verdadero alivio por estar aquí. Todos los problemas futuros pueden esperar, ¡en este día debemos ser felices! No es sólo un cambio de poder, es el fin de la pesadilla".