Escuela o muerte, el dilema de Fátima Amiri
"Es mejor morir que vivir en la ignorancia". Fátima Amiri, de sólo 18 años, que estuvo a punto de morir, dice esta frase con regularidad, como un mantra o una forma de conjurar el destino. Tocada con un pañuelo azul, su rostro adolescente aún muestra las cicatrices físicas del atentado colectivo que destruyó su centro de preparación al bachillerato en Kabul en septiembre de 2022.
Perdió un ojo y el oído izquierdo. En su mejilla sigue alojado un trozo de metralla, tan cerca del cerebro que su cara podría quedar paralizada si la operan. Así que, por ahora, Fátima conserva su reliquia metálica. Desde que en diciembre se le concedió un visado temporal para recibir tratamiento médico, esta adolescente vive en la capital turca, Ankara, con su padre. Su madre y sus hermanas siguen en Afganistán.
La implicación del popular cantante afgano Farhad Darya, embajador de buena voluntad de la ONU para Afganistán, ha sido de gran ayuda. La recaudación de fondos que organizó permitió a Fátima y a su padre sufragar algunos de los gastos.
Gracias a la presencia en Kabul de una conocida amiga afgana, Zainab Atayee, de 19 años, superviviente del mismo atentado y también refugiada en Turquía, Fátima se siente menos sola en el austero piso que alquilan en las alturas de la capital, donde descansa entre sus muchas citas hospitalarias. Casi todos los días, Fátima lucha con los equipos médicos para que le vuelvan a abrir el ojo, cerrado desde el atentado, paso necesario antes de poder colocarle una prótesis ocular. Luchar no es inusual para ella.
En Afganistán, las escuelas están en el punto de mira
Del primer periodo de los talibanes, de 1996 a 2001, quedan las atroces imágenes de mujeres lapidadas en público. En aquella época, tenían prohibido trabajar, así como ir a la escuela más allá de los 12 años. En 2017, 16 años después de la caída de los talibanes, la tasa de alfabetización seguía siendo solo del 31%, con enormes disparidades entre zonas urbanas y rurales y entre niñas y niños.
"La batalla por la escolarización nunca se ha ganado", afirma Carole André-Dessornes, investigadora asociada a la Fundación para la Investigación Estratégica y geopolitóloga especializada en relaciones de poder y violencia en Oriente Próximo. Sobre todo entre las niñas. Según Human Rights Watch, el 85% de los 3,5 millones de menores afganos que no fueron a la escuela en 2017 eran niñas.
En agosto de 2021, los talibanes vuelven al poder. Intentando tranquilizar a la opinión internacional, su líder supremo, el mulá Haibatullah Akhundzada, afirma que "tanto hombres como mujeres deben tener acceso a la educación". Pero "era pura comunicación", afirma Myriam Benraad, especialista en violencia política y relaciones internacionales del Instituto de Estudios Políticos de París. "Lo sorprendente es que algunos medios de comunicación occidentales lo hayan reproducido a veces, como si realmente creyeran que los talibanes han cambiado.”
Pero, como en los años 90, la escuela, objeto político por excelencia, está en su punto de mira. Para Fahimeh Robiolle, consultora independiente especializada en gestión de conflictos –antes fue profesora asociada en la Universidad de Kabul–, la forma en que se considera a las mujeres en la sociedad afgana determina su acceso al conocimiento. "En palabras del ministro afgano de Educación Superior, 'las mujeres son algo a disposición de los hombres para que las utilicen y nadie debe verlas'. Los talibanes suelen ser analfabetos. Imagínense a una mujer alfabetizada casada con un hombre analfabeto. Sería una cuestión de honor. El objetivo final es que no haya más mujeres ni niñas instruidas: así es más fácil acallarlas", afirma.
Nada más llegar al poder, los talibanes cerraron las escuelas secundarias (colegios e institutos) con la promesa de reabrirlas. Un compromiso que no han cumplido hasta hoy. Las universidades están cerradas a las mujeres desde el 20 de diciembre. Las mujeres afganas se han dado cuenta de que su única opción para tener un lugar en la sociedad es el conocimiento, y algunas de ellas organizan manifestaciones, arriesgándose a ser "apaleadas o detenidas", afirma Carole André-Dessornes.
El día que lo cambió todo
En Kabul, donde su familia, originaria de la provincia rural de Ghazni, se instaló para encontrar trabajo, Fátima también fue una resistente. En septiembre de 2021, grabó vídeos con sus compañeros para denunciar el cierre de las escuelas. Con el rostro cubierto por una máscara, llevaba el cartel "Education is girl’s right” (La educación es un derecho de las chicas).
Algunas se negaban a participar porque temían las represalias de los talibanes, explica la joven. Pero para ella, la escuela es la "única forma de tener un futuro". A pesar del peligro que corría –los avisos de bomba y las explosiones son frecuentes en la capital afgana–, seguía asistiendo a clase en el Centro de Formación Universitaria de Kaj. "Todos los días, su madre rezaba por ella", recuerda su padre, Hossain Agha Amiri, tocado con un kurta caqui, barba canosa y pelo negro.
Para él, la educación es sagrada. En la comunidad hazara, a la que pertenece la familia Amiri, una minoría que suele ser más progresista que la mayoría pastún, la educación de las chicas no es un problema. Dice: "Fátima es el producto de su educación.” Sus otras dos hermanas son licenciadas por la Facultad de Económicas de Kabul.
El 30 de septiembre de 2022, Fátima acudió a su centro de formación en pleno barrio de Dasht-e-Barchi, de amplia mayoría hazara. "Me levanté muy temprano porque era día de exámenes y llegué la primera a clase. Luego, con mis compañeros, empezamos a responder a las preguntas escritas. Entonces empezamos a oír disparos. Les dije a mis compañeras que mantuvieran la calma, les recordé que esto pasaba a menudo.”
Estresada, Fátima tira un poco de las mangas. "De repente, me di la vuelta y vi a un hombre con una pistola. Y empezó a dispararnos.” Justo después, hubo una explosión. Una deflagración enorme. Fátima recuerda la horrible sensación de estar ya muerta. Cuando salió, quemada, ya no podía abrir el ojo, pero veía mucho humo al otro lado.
Sólo disparaban a las chicas
Como la puerta principal del centro estaba cerrada, trepó por la alambrada, hiriéndose aún más. Una vez en la calle, pidió ayuda desesperadamente. "Pero todo el mundo me tenía miedo, estaba cubierta de sangre", recuerda con lágrimas en los ojos. Herida en el cuello, la mejilla y el pecho, Fátima consiguió llegar a duras penas hasta un hospital. Su estado era tan grave "que tuvo que cambiar de hospital cinco veces, sólo para intentar detener la hemorragia", cuenta su padre.
Fátima es la única superviviente de su grupo de amigas. Pero lo que podría haberla desanimado le ha dado fuerzas para continuar. "Mis enemigos querían que dejara la escuela. Yo no quería darles ese gusto. Cuando me enteré de que todas mis amigas habían muerto, no tuve más remedio", explica Fátima.
Incluso antes del atentado, su emocionado padre la recuerda estudiando hasta altas horas de la noche, "quedándose dormida sobre su escritorio". Sólo 20 días después de la explosión, a pesar del dolor de las lesiones físicas y psicológicas, decidió volver a presentarse al examen. Fátima estuvo a punto de obtener la máxima puntuación. "Si no me hubiera dolido el ojo, habría sacado aún más", dice, con una leve sonrisa en la cara. Entrevistada por los medios de comunicación por su increíble rendimiento, llamó la atención de dos profesores turco-afganos que decidieron ayudarla. Después, las autoridades turcas le permitieron venir para recibir tratamiento.
Nadie ha reivindicado la explosión, pero para la adolescente no importa que los autores fueran miembros de los talibanes, del Daesh o de Al Qaeda. "Son terroristas que quieren exterminar a los hazaras", chiíes despreciados y considerados inferiores a otros grupos étnicos, que son atacados regularmente en sus mezquitas, mercados y escuelas. El centro al que asistía ya había sido atacado varias veces.
"Tras la caída de los talibanes, bajo la república islámica de Hamid Karzai, esta minoría experimentó una forma de ascenso social que les permitió salir de la precariedad", explica Carole-André Dessornes, lo que despertó aún más la ira de los más radicales. Si el objetivo étnico no deja lugar a dudas, también es evidente la dimensión de género. De las 54 víctimas del atentado, 51 eran niñas. Fátima recuerda: "Los talibanes habían exigido que niñas y niños estuvieran separados por una cortina. Así que el aula se dividió en dos, con algunas filas ocupadas por niñas y otras por niños. Pero sólo dispararon a las niñas.”
Según un informe de la ONU de julio de 2022, los ataques contra las escuelas, y especialmente contra las escuelas femeninas, no son exclusivos de Afganistán. También afecta a Burkina Faso, los territorios palestinos ocupados, a Camerún, la República Democrática del Congo (RDC) y Somalia. El secuestro de las estudiantes de secundaria de Chibok por la secta islamista armada Boko Haram en la noche del 14 al 15 de abril de 2014 sumió a Nigeria en el terror.
Pero Afganistán sigue siendo el único país del mundo que prohíbe la escolarización de las niñas más allá de la enseñanza primaria. En este contexto, "matar a las niñas que van a la escuela en Afganistán es claramente un feminicidio político, porque los talibanes les prohíben ir a la escuela. Así que reivindicar el derecho al conocimiento en un país donde quieren prohibirlo es un acto político", explica Catherine Le Magueresse, doctora en Derecho y especialista en violencia contra las mujeres. Son feminicidios políticos colectivos, que permiten tanto el asesinato en masa como disuadir a las familias que aún tienen niñas escolarizadas de enviarlas a la escuela.
"La supresión de las mujeres del espacio público es el paso previo a la muerte".
¿Misógino, el régimen talibán? "La palabra no es suficientemente fuerte", advierte la consultora Fahimeh Robiolle, que habla sin tapujos de crímenes contra la humanidad. Las consecuencias de la prohibición escolar van mucho más allá del ámbito educativo. "Las más jóvenes no tienen salida: no se beneficiarán de ninguna educación básica. Dentro de quince o veinte años, la mayoría serán analfabetas y excluidas de la esfera social y política, porque no habrán tenido acceso a la educación. Estarán fuera del mundo, fuera de la modernidad", dice Myriam Benraad, preocupada.
Tanto que podrían desaparecer sin dejar rastro. "La supresión de las mujeres del espacio público es el paso previo a la muerte, o al menos a su muerte simbólica. Esta re-domesticación de las niñas y las mujeres se traducirá en todo tipo de violencias, morales, físicas, sexuales, en una escalada imparable de violencia", añade.
En este caos, seguir aprendiendo es un rayo de esperanza. Como dice Carole André-Dessornes: "La escuela es un medio de supervivencia psicológica que te permite aferrarte a algo". De hecho, "cuando cerraron las escuelas, muy pronto surgieron clases clandestinas a pesar de los riesgos, lo que demuestra la sed de aprender de las chicas", recuerda. “En el campo, las clases se dan en habitaciones de casas particulares. Salen de casa temprano, cambian de ruta. Si los talibanes las detienen, las chicas dicen que es para un taller de costura, con un libro escondido en el burka. ¿Pero cuánto tiempo puede durar esto?”.
Para Myriam Benraad, "las que siguen estudiando no sólo demuestran valentía, sino también resistencia". Fátima Amiri acepta de buen grado que la llamen resistente. En una edad en la que las adolescentes viven con ligereza y tienen la cabeza llena de sueños para el futuro, el suyo está lleno de los espectros de sus compañeras asesinadas.
Continuar la lucha
En Turquía, donde espera obtener un visado permanente, Fátima Amiri sueña con conseguir una beca para estudiar informática aquí o en cualquier otro lugar. A miles de kilómetros de su tierra natal, la situación actual la angustia. "Me duele que las chicas ya no tengan acceso al conocimiento. Pero el mundo ha hecho la vista gorda y ha dejado que ocurra. Creo que sólo las mujeres y las niñas afganas pueden hacer algo al respecto".
Así, aferrada a su teléfono que aún la conecta con Afganistán, Fátima continúa con su compromiso en redes sociales. En su cuenta de Instagram, publica numerosos mensajes recordando que "las puertas de las escuelas y universidades deben permanecer abiertas". En los comentarios, la llaman "heroína".
En 2022, Fátima fue incluida en la lista de las 100 mujeres del año de la BBC, y es una de las 100 caras afganas más inspiradoras para 2023. Llama la atención una foto suya en la que aparece con colores pop, el puño levantado, el rostro enmarcado por enredaderas, vegetación, semillas, como las que planta en apoyo del derecho a la educación de las niñas.
Su amiga Zainab espera poder estudiar en Oxford (Inglaterra), quiere ser médica y, para ayudar a sus conciudadanos, quiere crear una aplicación que les permita acceder a material educativo en línea. Fátima quiere abrir escuelas, sobre todo en su provincia natal, donde hay muy pocas. "Si algún día vuelvo a Afganistán, sé los riesgos a los que me enfrento. Pero estoy dispuesta a llegar hasta el final".
Caja negra
Este artículo ha sido elaborado con la ayuda de Toorpiky Mehri, periodista afgana afincada en Turquía.
Forma parte del proyecto Women to be shot (Mujeres en la diana), dirigido por el colectivo de periodistas independientes Youpress y del que Mediapart es socio. También ha recibido el apoyo del fondo Pascal Decroos. Se trata de la primera investigación internacional sobre el feminicidio político. Un crimen que consiste en matar a una mujer por la causa que defiende, pero también por ser mujer.
La base de datos contiene 287 casos registrados. De ellos, 82 podrían identificarse como feminicidios políticos. Esto no significa que los otros dos tercios no lo sean. En la mayoría de los casos, se disponía de muy poca información para poder clasificarlos. En otro caso, la activista no parecía ser un objetivo como tal, siendo asesinada en un contexto íntimo, de derecho común (asesino en serie, accidente de tráfico), o, incidentalmente, en un contexto colectivo (atentado, conflicto armado).
Para establecer si un asesinato político tenía género, hemos utilizado los criterios –motivación, modus operandi e impacto– empleados por las tres investigadoras Gabrielle Bardall, Elin Bjarnegård y Jennifer M Piscopo.
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Traducción de Miguel López