Javier de Lucas: "Los intelectuales ya no ocupan el espacio que tuvieron hasta el siglo pasado"
"Lo más importante es situar en contexto el significado de "intelectual", ya que las transformaciones en las que vivimos "afectan a su concepto y a su función". Eso opina Javier de Lucas (Murcia, 1952), catedrático de Filosofía del Derecho y Filosofía política en el IDHUV (Instituto de Derechos Humanos de la Universitat de València), quien además ha publicado más de 25 libros, tales como Decir no. El Imperativo de la Desobediencia, o Mediterráneo: El naufragio de Europa, y ha escrito más de 270 artículos en revistas científicas nacionales e internacionales. Actualmente colabora en medios periodísticos, entre los que se encuentran El País, infoLibre o Pensamiento crítico, y en programas de radio de la Cadena Ser como Hora 25 y La Ventana. Por su involucración en el desarrollo de los derechos humanos, de Lucas ha recibido diversos galardones de investigación como el Premio Cartelera Turia 2018 a la mejor contribución en defensa de los derechos humanos (2018).
En su opinión, según explica a infoLibre, los cambios en los últimos veinte años han provocado que el papel de los intelectuales con respecto a la opinión pública pierda su sentido o adquieran perfiles que "marcan profundas diferencias hoy respecto al debate clásico" sobre los mismos. Y desarrolla: "No es sólo que estén desapareciendo las referencias intelectuales en ese sentido clásico, el que pudieron representar por ejemplo S. Zweig, B. Rusell, A. Camus, S. de Beauvoir, J. P. Sartre, R. Aron o, más recientemente y por hablar sólo del contexto europeo, Steiner, Enszerberger, Berger o Judt y no encontremos referentes comparables. Es que, además, sostengo que hoy los intelectuales ya no pueden ocupar ese espacio privilegiado que tuvieron hasta finales del pasado siglo".
Esta situación principalmente se da por, entre otras, dos razones. Primero, a su juicio, porque "ha cambiado el concepto de intelectual". En su opinión, lo que define a los intelectuales es que se caracterizan por reunir, entre otros, estos tres rasgos: "Una excelente formación humanista en sentido amplio (aunque casi todos los referentes clásicos, con alguna excepción, presentan un déficit de conocimientos científicos y tecnológicos que hoy se nos antoja inaceptables), una capacidad creativa y comunicativa muy destacada y la voluntad de contribuir a conformar a la opinión pública sobre cuestiones clave".
Por tanto, destaca que en sentido estricto "no hace falta" que sean académicos profesionales (historiadores, filósofos, politólogos, etc), pero "tampoco basta con que sean periodistas o colaboradores en los medios". "Un sabio no tiene por qué ser un intelectual. Y hay intelectuales que no encajan en la condición de sabios… En todo caso, no encuentro referentes con la autoridad que les confiere la concurrencia de esas características", destaca.
Una segunda razón es que "se ha reducido mucho el humus, el caldo de cultivo que permite que desempeñen su función". Según subraya, incluso el "intelectual de intervención rápida (crítico u orgánico, da igual), necesita un mínimo de reflexión antes de pronunciarse", pero los medios de comunicación y -sobre todo- las redes "apenas ofrecen ese margen". "Todo ha de ser instantáneo. Los espacios que ofrecían ese otro tempo, más pausado (el paradigma serían las revistas periódicas de referencia, tanto para la derecha liberal como para la izquierda) están desapareciendo y ven muy reducido su público y comprometida su continuidad, aunque es cierto que hay ejemplos meritorios de esfuerzos de supervivencia. Lo máximo que queda, como sucedáneo, son los suplementos culturales", lamenta.
Las redes retraen a no pocos que tienen capacidad para desempeñar la función de intelectual, pero quieren salvaguardar su espacio y tiempo de reflexión y quedar al margen de la marea de odio, prejuicios y descalificaciones que domina en esas redes
Y aún profundiza: "No hablemos, insisto, de la televisión, la radio o las redes, en las que el intelectual ha sido sustituido por el tertuliano, los influencer o blogueros de moda. Por lo demás, no cabe desdeñar el peso de un factor negativo, disuasorio: el riesgo que supone la perversa lógica que se ha impuesto en las redes retrae a no pocos que tienen capacidad para desempeñar la función de intelectual, pero quieren salvaguardar su espacio y tiempo de reflexión y quedar al margen de la marea de odio, prejuicios y descalificaciones que domina en esas redes".
Por lo que se refiere a los denominados “intelectuales de la transición” en España, aunque Javier de Lucas no ignora la existencia de "versos sueltos, como ejemplifica entre nosotros Fernando Savater", a su juicio la mayor parte de ellos fueron sobre todo, "dicho sea con el mayor de los respetos y reconociendo alguna excepción notable, intelectuales orgánicos, al servicio de opciones de partido, incluso más que ideológicas en el sentido amplio". Y, como tales intelectuales orgánicos, cree que hay que reconocer que desempeñaron "eficazmente" esa tarea -"siempre se cita el lugar común de que el gran intelectual orgánico fue El País", apostilla-. Desde el presente, en estos momentos de polarización, la impresión generalizada, siempre "con excepciones", es que lo que domina es el "modelo de intelectual de partido, lo que en muchos casos significa intelectual adscrito a un grupo mediático o editorial".
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En este contexto, ¿quedan intelectuales de vocación clásica? Sí, responde tajante Javier de Lucas: "En Europa, aunque ya muy declinantes por razones de edad, hay ejemplos señeros de intelectuales que son, además, sabios: Habermas, Morin, Balibar. Y, sin incurrir en el error de pensar que sólo puede ser intelectual-tipo el ensayista (que no necesariamente filósofo, literato o historiador), hay algunos ejemplos reconocibles -insisto, declinantes, por razones de edad-, como lo era hasta casi ayer Kundera o, en otro sentido, lo es Vargas Llosa. Desde luego, también encontramos intelectuales con claro compromiso político: pienso por ejemplo en José Saramago, Manuel Castellls, Sami Nair, Manuel Cruz, Victoria Camps o Amelia Valcárcel o, fuera del ámbito europeo, el caso emblemático de Michel Ignatieff".
En su opinión, hoy en día buena parte de los que en nuestro país serían candidatos a aparecer en el censo de intelectuales muestran esa "evidente voluntad orgánica, pero no cuentan con aquellos rasgos propios del intelectual" ya expuestos pues son, en su mayoría, "opinadores, columnistas o académicos (economistas, politólogos, historiadores, todavía muy pocos científicos) que se expresan desde las páginas de opinión de la prensa, en los espacios de tertulias, etcétera". "Y añadiré de inmediato que uso el término 'opinador' con todo el respeto que merece, a mi juicio, todo aquel que quiere presentar su opinión de forma pública, argumentada y aseada, lejos de la descalificación y la polarización", puntualiza.
Para terminar, insiste en que no trata de hacer un "canon", sino de dar su propia opinión. Por tanto, no quiere decir que no haya hoy "voces muy valiosas" desde el punto de vista de capacidad de análisis y crítica, e incluso de intervención en cuestiones que nos afectan a todos, como pueden ser J. Riechman, S. Alba Rico, L. García Montero, o J. L. Arsuaga. "Hay también, sin ninguna duda, científicos, historiadores, ensayistas, economistas, escritoras o escritores, artistas o periodistas muy relevantes, pero me parece que su presencia y peso, desafortunadamente, es muy diferente del que tuvieron los intelectuales en sentido clásico", concluye.