Javier Tomeo, entre lo paródico y lo jocoso
Vampiros y alienígenas
Javier Tomeo
Alpha Decay (Salamanca, 2023)
Si durante las últimas décadas ha habido un escritor prolífico en España ha sido Javier Tomeo (1932-2013), en teórica competencia con Francisco Umbral y con semejante irregularidad en la calidad de sus libros, sin olvidar que fueron escritores muy diferentes, tanto por su presencia social como por su concepción del hecho literario. En cualquier caso, ambos me han interesado y he escrito sobre su obra en diversas ocasiones.
Esta vez, por tanto, se recogen 20 narraciones, de las cuales 16 son cuentos breves y 4 microrrelatos (Un hombre apedazado, El viejo Drácula, El quintacolumnista y La soledad del vampiro) que comparten el tono y la mecánica de otras publicadas por Tomeo. Señalar esta distinción, entre cuentos y microrrelatos, sin embargo, me parece importante. Como el título indica, se trata de una recopilación temática, pues diez de estos relatos se ocupan de vampiros y cinco de alienígenas, mientras que los restantes presentan otro tipo de protagonistas, ya sea el hombre lobo, ya un nuevo Frankenstein. Varios de ellos son —como veremos— lo que Carmen Martín Gaite llamó narraciones de llegada (por ejemplo, La conjura de los marcianos o Cuore ingrato, entre otros). En este caso, un hombre, casi siempre innominado, sin que falte alguna excepción, llega a un pueblo, situado junto al mar o bien en la montaña, del que casi nunca se nos proporciona el nombre; se instala en una pensión, en la que no suele faltar una patrona o sirvienta poco agraciada que -a pesar de ser tratada con desdén- se ofrece al protagonista que está de vacaciones o con el encargo de llevar a cabo unas pesquisas que no suelen tener un final feliz, ni siquiera sensato. Por lo demás, el personaje frecuenta un bar de la localidad, donde siempre encuentra a alguien con quien discutir.
El narrador suele ser el mismo personaje protagonista o un narrador testigo que le cede la voz al personaje ("Reduvius, el insecto-vampiro"), aunque el microrrelato El quintacolumnista se narre en tercera. Llama la atención que la voz que nos habla suela mostrarse más complaciente con los vampiros que con los marcianos, a quienes tacha de "culpables de todas las catástrofes que suceden en este mundo"; nos dice que "los marcianos están convirtiendo el universo en un avispero"; o que está intentando demostrar, tras reunir miles de expedientes, "la existencia y la mala fe de los alienígenas" (páginas 14, 15 y 97). Esa obsesión lo lleva a confundir, en El francés apócrifo, a un héroe de la resistencia francesa con un marciano. Y, sin embargo, en Cuore ingrato no es así y la llegada de los marcianos supone la esperanza de un mundo mejor; o bien, al protagonista, los marcianos le parecen "buena gente" (páginas 16, 17, 71 y 72). Mientras que estos apenas si tienen presencia, ni tampoco sus platillos volantes; sí adquieren protagonismo, en cambio, los vampiros, aunque en ambos casos se imponga la voz del narrador; una voz que cuando se ocupa de los marcianos se convierte a veces en eso que ahora llaman un conspiranoico.
La idea que tiene el autor de los vampiros, marcianos y platillos volantes es más bien naif, de tebeo, película de serie B o ficciones del tipo de La familia Adams, de cuya clásica iconografía o lenguaje se alimentan estos textos, por lo que —al fin y a la postre— nos producen más risa o perplejidad que miedo. No en vano, tampoco escasean los comentarios paródicos o humorísticos ("Antes de la guerra [el viento del norte], soplaba con tanta fuerza que se metía por debajo de las sayas de las viejas, las hinchaba como si fuesen globos y se las llevaba volando mar a dentro", apunta en "La sonrisa del hombre lobo", evocando el mundo de los grabados de Goya, página 76). O, por citar otro ejemplo, la capital de los vampiros en los Cárpatos lleva el nombre de Mortuoria.
Sea como fuere, volvemos a encontrarnos con varios de los motivos habituales en Tomeo. Así, en Cuore ingrato y Gregorio, el insecto, el narrador se desdobla y habla con su alter ego, su otro yo. A menudo se obsesiona y elucubra sin fundamento, si es que puede haber ciencia cierta alguna sobre marcianos y vampiros, quienes representan la más moderna tecnología o lo ancestral, la Norteamérica más crédula, hoy parece que rediviva, a la vista de recientes noticias de la prensa, y la centroeuropa legendaria, de barones y condes convertidos en vampiros.
El caso es que Javier Tomeo nos presenta diversas familias o clanes de vampiros, ya sea Drácula, Nosferatu, ya los que llama vampiros de Baviera. Describe su aspecto, si bien algunas de las características que se les suelen atribuir generan dudas en el narrador. Se ocupa de las más tópicas, pero aparecen vestidos de negro, aunque se precisa que no ya siempre, el color de la muerte en nuestra cultura, con capa, chistera y bastón, según la iconografía del cine en blanco y negro; como la aversión a los ajos; a la vez que se pregunta por otras posibles atribuciones de las que desconfía: ¿fuman, pueden verse entre ellos, dado que no tienen alma, o qué uso hacen de los colmillos? En cambio, se nos aclara que se alimentan mediante "una especie de aguijón que tienen debajo de la lengua" (páginas 37 y 82).
El motivo de los colores tampoco resulta infrecuente en la obra de Tomeo. Aquí vuelve a aparecer la obsesión por el color de los ojos, sobre todo cuando difieren el uno del otro; la especulación sobre si dos colores, el violeta y el morado, son el mismo; si el mar se está volviendo violeta, o es azul tirando a violeta; o anomalías tales como que el rostro de los marineros de un remolcador sea azul turquesa y tengan los dientes afilados (páginas 46, 68, 70, 73, 77 y 88).
Con frecuencia, aparecen espejos, que en los casos más curiosos pueden estar domesticados, ser umbrales, crear imágenes falsas o no reconocerse en ellos el personaje (páginas 37, 46, 77, 60-62, 81 y 90); o se ocupa de las letras y su significado (página 72). Tampoco falta la dentadura postiza (página 18), un hombre con tres piernas (página 19) o el clásico asesino en serie, destripador de mujeres, cuyos úteros colecciona, detalles que ya había utilizado en narraciones anteriores (página 48). Los personajes llevan nombres poco frecuentes o directamente estrambóticos, remedando –cuando se trata de los vampiros- lo que se supone que son ilustres apellidos centroeuropeos.
En varios de estos relatos, aparecen Convenciones, Congresos, "una especie de universidad de verano", Academias de los NO Muertos, quienes incluso imparten un "máster especial"; una vampirología, en suma, institucionalizada (páginas 40, 52 y 85). En este contexto, tampoco debería sorprendernos que el narrador aspire -valga la paradoja- a ser un vampiro de curso legal, pues, tras esta casuística subyace un problema de identidad, que se manifiesta de diversas maneras. Así, en Entrevista con el vampiro, título que remeda al de una célebre película (fue dirigida por Neil Jordan en 1994, a partir de una novela homónima de Ann Rice, de 1976, en la que el protagonista intenta sobreponerse a su condición de vampiro), nos encontramos con un especimen arrepentido de serlo; y en El hombre apedazado, otro microrrelato, el protagonista confiesa cómo Frankenstein lo compuso en un laboratorio con trozos de cadáveres.
Otro motivo que cultiva es el de la metamorfosis. Así, se pregunta en qué clase de insecto se convirtió Gregorio Samsa, qué tipo de patas, ojos y cabeza tenía. Se trata, en fin, de especular sobre las características físicas del protagonista del relato de Kafka, que tantos remedos e intertextualidad ha propiciado, un autor con el que siempre se vinculó a Tomeo, aunque él ha confesado que lo leyó muy tarde (páginas 60-62). Tampoco falta otro clásico de la transformación: el hombre lobo, cuyos cambios en la fisonomía empiezan a contarse (páginas 69, 73, 76 y 77), aunque La sonrisa del hombre lobo produce más risa que miedo. Se comenta también, aunque sea de pasada, que existen otros seres —supuestamente normales, digamos— que se dedican a chuparle la sangre a sus conciudadanos y que no son precisamente los vampiros (página 56).
En varias narraciones, el protagonista anda en busca de marcianos camuflados, pues se teme que pretendan provocar la III Guerra Mundial (página 65). El caso es que el narrador ha sido designado, aunque no se nos dice por quien, como un "detector de marcianos". En el caso de Edelmiro, en cambio, se hace pasar por marciano por lo que acaban encerrándolo (páginas 90 y 91). Tomeo juega con el misterio, El hotel alucinante concluye con un misterio que no se aclara; con los finales abiertos; se vale de científicos locos, como ocurre en el titulado Anatomía del gallo; o de Frankenstein, quien crea un monstruo a su imagen y semejanza.
Así las cosas, estas narraciones son una muestra más de la fértil y desaforada imaginación de Javier Tomeo (véase la cita inicial del libro), el escritor aragonés por antonomasia, quien siempre fomentó su rareza y singularidad personal de la manera más natural posible, tanto en su aspecto desaliñado, como en sus opiniones e incluso, a veces, en su propia conducta. No le faltaron, desde el comienzo de su carrera, importantes valedores, como Juan Ramón Masoliver y Julio Manegat, pero fue Jorge Herralde, su editor en Anagrama, quien le proporcionó el cauce para que sus libros alcanzaran un merecido prestigio.
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Hoy es un clásico de la novela (El castillo de la carta cifrada, Amado monstruo), del teatro (a través de las versiones de algunas de sus novelas) y del microrrelato, con sus Historias mínimas (1988), uno de sus libros más logrados, incluso diría que por encima de sus cuentos. Tomeo se alejó del realismo para cultivar la inventiva y mostrarnos el absurdo de la existencia a través de la parodia y el humor.
En un momento dado, sus personajes, quizás ahora portavoces del autor, se confiesan: "A veces soy aficionado a decir lo primero que se me ocurre" (página 73); mientras que en otras ocasiones se preguntan: ¿por qué se me ocurren preguntas tan extrañas? En ello estriba, en buena parte, el fundamento de su narrativa: en las respuestas que el autor nos proporcionó en sus relatos, en donde fantasía y realidad se confunden para hermanarse luego.
* Fernando Valls es profesor de Literatura Española Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona y crítico literario.