Alfons Cervera: "No es buena gente quien niega el derecho a sacar a familiares de las fosas comunes"
Alfons Cervera (Gestalgar, Valencia, 1947) vuelve a Los Yesares, ese pequeño pueblo de la serranía valenciana donde desarrolla su ciclo de novelas de la memoria, que ahora tiene una nueva entrega con El boxeador (Piel de Zapa, 2024). Acaba de terminar la Guerra Civil, al menos oficialmente, porque en realidad las guerras nunca terminan, y se inicia la represión silenciosa. Abundan las fosas comunes, los fusilamientos y las palizas mientras algunos se echan al monte a combatir a los fascistas y otros huyen a Francia. "Estamos hechos de memoria. Y en este país, ahora mismo, la memoria es cada vez más imprescindible", afirma el autor, que atiende a infoLibre para hablar de este nuevo título y de la relación permanente entre pasado y presente.
Para situarnos: ¿Qué le dirías a alguien que esté ante un escaparate de una librería y se quede mirando El boxeador?
Le diría que eso es una novela. Es importante, porque cuando hablamos de historias que tienen algo que ver, al menos aparentemente, con la biografía del autor o la autora, empezamos a hablar de que si es metaficción, autoficción, ficción a secas... a mí me gusta decir siempre que mis libros son novelas, y que como toda novela hay una parte de ficción y otra de la realidad de donde nace esa ficción.
Una novela que entronca con otras anteriores.
Eso es. Si a esa persona que está ante el escaparate le aumenta la curiosidad, le diría que es una novela de otras novelas mías anteriores. Porque por El boxeador pasan, yo diría, casi todos los personajes que han aparecido en mis novelas anteriores, más unos cuantos. También diría que muchas de las situaciones que aparecen protagonizadas por estos personajes son también las mismas situaciones. Si esa persona me dijera que estoy estafando a quienes ya han leído mis novelas, le diría que no, porque cada una de estas situaciones está encarada por cada uno de los personajes desde puntos de vista diferentes. Siempre hay novedades.
Tratas muchos temas en esta novela pero, ¿vuelve la memoria a ser el principal por encima de los demás?
La memoria vuelve a ser el tema principal, y no sé si habrá más novelas en este ciclo memorialista, pero la memoria va a estar siempre en todas mis novelas. La memoria está en mis novelas desde 1993, la memoria está en mis artículos que publico por ejemplo en infoLibre. Jean Cassou, el resistente francés, decía que estamos hechos de memoria y yo sigo a rajatabla esa especie de sentencia. Estamos hechos de memoria. Y en este país, ahora mismo, la memoria es cada vez más imprescindible. A mí, como escritor y como persona, la situación que estamos viviendo me la exige más que nunca.
Las emociones son emociones políticas, los sentimientos son sentimientos políticos, cuando exhumamos un cuerpo estamos ejerciendo un derecho político. La exhumación no es solamente un derecho al duelo, ahí hay una exigencia de que ese acto sea político
¿Por el momento social y político que vivimos de tanta polarización?
Cuando hablo de memoria o asisto a conferencias siempre hecho de menos una palabra: política. Hay veces que te tiras dos horas hablando en una sesión y al final dices: ¿nos hemos dado cuenta de que la palabra política no aparece en ningún momento? Es como si toda la memoria de la que estamos hablando ahora mismo fuera fundamentalmente sentimental, de los afectos, de emociones. Y siempre me gusta decir que las emociones son emociones políticas, que los sentimientos son sentimientos políticos, que cuando estamos exhumando un cuerpo estamos ejerciendo un derecho político. La exhumación no es solamente un derecho al duelo, ahí hay una emoción política, una conmoción política, una exigencia de que ese acto sea un acto político. Lo digo porque si a la memoria siempre le añado el adjetivo 'política', El boxeador es mi novela más política. Y eso ha sido muy conscientemente, porque echo de menos en el contexto en que nos movemos, por la polarización o por lo que quieras, que se hable de política. Porque la polarización es política, pero lo que aflora es la parte moral de esa polarización, no la parte estrictamente política. Cada uno se sitúa en un punto determinado para esa polarización.
Va más por lo emocional, cuando política es todo en realidad.
El ejemplo más claro es el de las exhumaciones, en las que esgrimimos, con razón, que la gente que está amontonada en las fosas comunes, sus familiares y amigos más cercanos tenemos derecho al duelo, a celebrar un duelo que en su momento no se pudo celebrar por la crueldad de la dictadura. Esa es una parte del derecho que nadie nos puede negar, pero echo de menos siempre que se aluda a que ese acto es un acto político, que esos cuerpos están ahí porque en un momento determinado optaron por defender la libertad y la igualdad que suponía la Segunda República, y otros valores republicanos. Negar la parte política de las exhumaciones yo creo que es negar la mayor a la hora de plantearnos precisamente esas exhumaciones.
¿Qué dice de nosotros como país que haya tanta gente en contra de exhumar las fosas comunes y de la memoria democrática? Lo estamos viendo ahora mismo en Castilla y León y pronto en la Comunidad Valenciana.
Quien es capaz de defender eso es 'esa mala gente que camina', que decía Antonio Machado. No es buena gente quien niega ese derecho, no es buena gente quien niega el derecho a que la gente pueda sacar a sus familiares de esos enterramientos, de esas fosas comunes. Hay que contar todo lo que hubo para que esos cuerpos estén donde están, no podemos seguir asistiendo a ese mentidero en el que se ha convertido la Historia de este país. No podemos convertir la memoria en una sarta de mentiras. En algún sitio tiene que estar la verdad. Ya sé que hablar de verdad es muy relativo, pero me gusta mucho una frase de Joyce Carol Oates, donde dice, más o menos, que le interesa la verdad aunque duela, y más todavía si duele. Es decir, claro que la verdad es dolorosa, lo que nos encontramos es todo aquel tiempo de crueldad absolutamente insoportable, pero hay que seguir indagando en esa verdad.
Cuando acabó la guerra en 1939 no llegó la paz, llegó la victoria. Y no fue una guerra entre hermanos, sino que fue una guerra entre quienes defendían la legitimidad republicana y quienes dieron el golpe de Estado contra la Segunda República
Porque es mentira, por ejemplo, que la guerra la perdimos todos. Es una de las afirmaciones que hacen los personajes de El boxeador.
Podríamos sacar una lista de eufemismos como ese. Un personaje de mi novela dice que la guerra no la perdimos todos, porque unos perdimos la guerra y otros la ganaron. Cuando acabó la guerra en 1939 no llegó la paz, llegó la victoria. La guerra en España no fue una guerra entre hermanos, como también dice otro personaje, sino que fue una guerra entre quienes defendían la legitimidad republicana y quienes dieron el golpe de Estado contra la Segunda República. Tampoco había un ejército nacional en aquella época, no, había un ejército fascista o como mínimo franquista frente a las milicias republicanas. El lenguaje es fundamental, insisto muchísimo en los últimos tiempos en la necesidad de que el lenguaje sea el lenguaje de la democracia. Lo dice muy bien el historiador y amigo Francisco Espinosa Maestre: la dictadura, y se refiere al franquismo, no solamente nos robó las palabras, sino que las corrompió. ¿Y qué está pasando hoy? Una corrupción del lenguaje, una corrupción de las palabras. Y eso queda muy claro también en esta novela, por eso vuelvo a insistir en que estamos hablando del presente utilizando el pasado como puente.
Por eso tenemos que decirlo y escribirlo todo una y mil veces. "La única manera de cerrar las heridas es contarlas", dice otro personaje.
Si solo pudiera escoger una frase me quedaría con esa, porque además la dice Lola, un personaje de 19 años, no uno de los que tienen ochenta, que son la mayoría en la novela. Ella dice que para cerrar las heridas hay que contar esas heridas, y ahí Lola representa ese futuro en el que yo confío muchísimo. Estoy harto de que culpabilicemos a la juventud y digamos que no quieren saber nada de la memoria y la historia de este país, pues quienes no han querido saber nada de ella son la gente mayor, porque el silencio se ha apoderado de este país. Durante la dictadura obligadamente, durante la Transición porque no convenía. Recordemos una frase de Felipe González en El País en 2001: "Nosotros decidimos no hablar del pasado". Ignoraba seguramente una frase maravillosa de Natalia Ginzburg, quien decía que el silencio es una enfermedad mortal. Yo confío en esas personas de 19 años rotundamente, más que en nosotros.
¿Lo llevamos claro si no confiamos en ellos, no?
Exactamente. A ver en qué vamos a confiar. Y es que, además, nosotros les hemos ofrecido silencio. Hay una novela anterior mía titulada Aquel invierno en la que una chica joven, de unos 15 o 16 años, dice que del pasado sabe lo que le han contado sus mayores, esto es, nada.
Otro personaje afirma que lo peor de una guerra es cuando acaba (aunque no acaban nunca). Ese silencio posterior. Pero, al mismo tiempo, el mayor miedo de todos estos mayores, entonces niños, es perder la memoria de todo lo que pasó. Por eso se mandan cartas para no olvidarse.
A veces quienes escribimos decimos eso de que llega un momento en el que los personajes hacen lo que les da la gana, pero eso me parece una solemne tontería, porque entonces me imagino que tendrían que cobrar ellos los derechos de autor (risas). Me parece que decir eso puede ser también una coartada porque los personajes hacen algo que no te parece decente. Pero yo construyo y elijo a mis personajes, y he decidido que todos los personajes de El boxeador sean pozos de memoria. Para nada son personajes que hayan apostado por el olvido, y tienen el que menos 85 años. Y Sunta ha pasado la vida escribiendo cartas memorialistas a Román, que está en el exilio. Y él en el exilio no ha dejado de escribir sobre la memoria. He elegido que todos los personajes recuerden, y alguno lo dice: "me moriré recordando". Estamos hechos de memoria y mis personajes no quieren dejar de ser todos esa memoria.
La dedicatoria de El boxeador no deja ninguna duda: 'Al 14 de abril de 1931'.
Aquí, ambigüedad ninguna. Mira la dedicatoria, efectivamente, al 14 de abril de 1931. Lo que tengo que decir está ya en la primera página. En la Comunidad Valenciana tenemos a las puertas la nueva Ley de Memoria, que será Ley de Concordia, aunque tendría que llamarse Ley de Discordia, precisamente porque persigue legitimar una vez más el golpe de Estado de 1936. Hemos de dejarnos de ambigüedades, hemos de contar las cosas no sé si como son, pero sí como nosotros pensamos que son, y sobre todo como pensamos que fueron, atendiendo a la realidad histórica.
La guerra no acabó y todavía hoy se sienten orgullosísimos de pertenecer a esa herencia de la victoria. ¿La guerra terminó en 1939? Si todavía están en guerra contra nosotros
La presencia del exilio es también importante en El boxeador.
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Es la primera vez que en una novela, después de tantas novelas sobre la memoria, hablo de dos situaciones: el exilio, que está tocado muy de pasada en las anteriores pero aquí ocupa un espacio principal, y las fosas comunes. El exilio lo escribo desde dos puntos de vista, como escritor y como ciudadano que está en contacto con gente del exilio, porque yo voy mucho a Francia con mis novelas y, aunque he leído mucho y grandes amigos son especialistas en literatura del exilio, es un asunto que me sigue provocando muchísimo desasosiego. Voy mucho allí a librerías, universidades, institutos, y mucha de la gente que me encuentro en coloquios y conferencias viene del exilio. Ya primera generación no queda, pero sí segunda, tercera o cuarta incluso. Y no consigo meterme en sus cabezas; ¿qué pasa por las cabezas del exilio? Se quedan sin sitio. El sitio al que llega la gente que se marcha obligadamente no va a ser suyo nunca. Y el sitio que deja atrás ya lo habrán perdido para siempre. Recuerda la frase de Max Aub cuando viene a España en 1969, cuando ve que volver del exilio es imposible: "He venido, pero no he vuelto". Esta frase es definitiva y definitoria para que yo escribiera esta novela, porque no se vuelve del exilio. Me provoca muchísima rabia esa injusticia total histórica, política, ideológica y cultural. El otro gran asunto son las fosas, y la novela acaba en 2015, cuando el presidente del Gobierno, al que no nombro pero evidentemente es Mariano Rajoy, se enorgullece de no dar un euro para las exhumaciones.
Esto nos lleva para terminar a otra frase que hemos mencionado: "una guerra no acaba nunca". ¿Esta guerra nunca terminó?
Una frase parecida estaba ya en Maquis, que es de 1997. A veces digo que no se sabe cuándo se acaban, pero otras veces soy más tajante y digo que las guerras no se acaban nunca. Lo he escrito muchas veces, la guerra la ganaron unos y sus herederos la quieren seguir ganando. La guerra no se acabó, vino una victoria que supuso continuar esa guerra otros cuarenta años con la resistencia clandestina al franquismo. Una guerra que no acabó y que todavía hoy se sienten orgullosísimos de pertenecer a esa herencia de la victoria. ¿La guerra terminó en 1939? Si todavía están en guerra contra nosotros.