“El último político con humor que he conocido es Javier Arenas”: la risa como medicina de Carla Antonelli

La senadora de Más Madrid y activista trans Carla Antonelli.

La alegría y la sonrisa forman parte del día a día de Carla Antonelli, a pesar de (o precisamente por) su trayectoria marcada por la reivindicación colectiva y la discriminación sufrida. Es por ello que la senadora de Más Madrid y activista trans considera que el humor es “una santa medicina que salva vidas” y “que ayuda a tirar para adelante”. Y entre risas y tras pensárselo por un momento responde a la petición de infoLibre de contar un chiste malo: “¿Qué es un bumerán que no vuelve? Un palo ¿Qué va a ser si no?”

A pesar de que califica de “necesario” troncharse hasta de su propia sombra, la política también defiende que hay ciertos límites cuando nos referimos a otras personas. “Ni en público ni en privado podría hacer chistes o bromear sobre personas con discapacidad. Hay cosas que tienen un tope, lo que debe primar es la empatía y, sobre todo, ponerse en el lugar de la persona ofendida”, remarca.

Los abucheos habituales que recibe desde la bancada de las derechas en el Senado también forman parte de su rutina, si bien confiesa que ha vivido momentos de no poder parar de reír con algunos de ellos. Así, recuerda por ejemplo que una de sus últimas experiencias más divertidas ocurrió en junio en la Cámara Alta con el senador del PP Alfonso Serrano: “Saqué una foto en la que aparecía él con una señora que llevaba una bandera franquista y al ir a entregarle la imagen empezó a correr por los escaños y yo decidí seguirle. Luego me encontré en redes sociales el vídeo con la música de Benny Hill y no podía parar de verlo”. La senadora de Más Madrid menciona que le ha sorprendido la vis cómica de otro integrante de la bancada popular. “El último político con sentido del humor que he conocido y ha sido una sorpresa es el mítico senador del Partido Popular Javier Arenas, que tiene guasa del año que se la pidan”, confiesa.

A pesar de la solemnidad y la seriedad que despiertan determinadas situaciones, la activista revela que uno de los momentos en los que más tuvo que contener la risa fue en el entierro de la pareja del artista Paco Clavel. “Era la primera vez que asistía a un entierro en el que se metía un ataúd en un hoyo. El camposanto estaba mojado y cuando Clavel fue a tirar algo sobre el ataúd se resbaló y, por suerte, las dos hermanas le sujetaron. Pensaba que se iba por el hoyo”, relata la senadora, que admite que las caídas son su “punto débil”, ya que le dan “golpes de risa” cuando ve a alguien caerse en la calle, pero rápidamente se avergüenza y acude en su ayuda.

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Antonelli publicó en marzo su primera novela, La mujer volcán, un libro de memorias coescrito con el politólogo Marcos Dosantos. Uno de los episodios de sus vivencias relativas al 23F le lleva a recomendar a los lectores de infoLibre un libro que “hará reír hasta a la persona más seria”: Una mala noche la tiene cualquiera, de Eduardo Mendicutti, que cuenta la historia de La Madelón, trans andaluza, solidaria, dicharachera, tierna y lúcida que se descompuso la noche del 23 de febrero de 1981 ante la posible pérdida de libertades. Un pánico del que no fue consciente la senadora hasta última hora ya que, según recuerda, aquel día se fue “a trabajar con pestañas y con tacones, pero el local estaba cerrado y no había un alma por la calle”.

Los recuerdos divertidos también le llevan a lugares concretos y uno de ellos fue la primera vez que viajó al extranjero para pasar unas vacaciones en París. Pese a tener que solventar varios imprevistos, acabó cenando el día de su cumpleaños en el restaurante de la Torre Eiffel junto a la activista trans Silvia Reyes y con un concierto de Jean-Michel Jarre justo debajo. “Aquello fue espectacular y cuando salimos nos quedamos detrás del escenario hasta que nos echó un gendarme. Fueron como unos cuatro o cinco días increíbles en los que los planes imprevistos fueron los más divertidos”, recuerda la senadora.

La risa y los buenos momentos también los asocia a la guasa gaditana pero, sobre todo, a la socarronería canaria. “Es otro nivel, o sea, es como una retranca o una conversación en la que no se termina de decir nada, se crea un silencio y el otro tiene que intentar seguir hablando. No es una gracia fácil de entender, pero a mí me encanta”, detalla. Pese a la simpatía que se respira en la mayoría de españoles, la activista considera que la cosa cambia cuando se bromea de la comunidad o de la ciudad de uno mismo. “Yo creo que el lugar que menos sentido del humor tiene son casi absolutamente todos cuando les haces un chiste de su propio sitio. Esto no gusta tanto, aunque hay gente que se lo toma con filosofía y sentido del humor”, concluye.

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