Imperio neoliberal o tsunami autoritario, el dilema del 5N

Donald Trump y Kamala Harris.

Mathieu Magnaudeix (Mediapart)

“Es un fascista”, dijo Kamala Harris. Presionada por Anderson Cooper, el presentador estrella de la CNN que parece no envejecer nunca, Harris pronunció por fin la palabra ante una audiencia de electores indecisos reunidos por la cadena dos semanas antes de la votación del 5 de noviembre: la palabra “fascista” apareció en primera plana de los medios de comunicación. Convulsión americana: ¿Hemos realmente llegado realmente a esto? La respuesta es sí. Y haríamos bien en prestar atención, pues de rebote podríamos tener una nueva convulsión.

En 2016, la sorprendente elección de Donald Trump anunció la aparición de los “hechos alternativos”: mentiras y teorías conspirativas convertidas en verdades. Desde entonces, también nosotros navegamos por este universo desregulado, donde la imparable eficacia de lo falso puede tener más peso que la realidad.

También aquí, en Europa, los empresarios políticos y los propagandistas mediáticos se han puesto manos a la obra para elaborar sus listas de enemigos imaginarios, periodistas, jueces, universitarios, sindicalistas, feministas, “islamo-izquierdistas” y “ecoterroristas”.

Aquí también, cada delito cometido por un migrante se convierte en un asunto nacional. Igual que en Estados Unidos, donde Trump cita los nombres de las jóvenes asesinadas por personas que han cruzado la frontera. En la cadena C8, Cyril Hanouna habló largo y tendido de los extranjeros que llegan a Francia para hacerse un bypass gástrico gracias a las ayudas médicas del Estado, remedando las fake news de Trump sobre los inmigrantes ilegales que llegan a Estados Unidos para hacerse transiciones de género.

A todos los ultraderechistas del mundo, incluido el nuestro, Trump, el hombre sin superego ni límites, les ha proporcionado un lenguaje, una gramática, una especie de manual de audacia. A la vanguardia de la fascistización del mundo, ha derribado eufórica y metódicamente las barreras de lo decible.

En unos días, este hombre podría volver a ser presidente de Estados Unidos. En 2016, el falso multimillonario visto en televisión ganó por sorpresa a la desastrosa Hillary Clinton, magnetizando a los medios de comunicación, denunciando el caos del país, mientras despertaba la alegría de sus partidarios “MAGA” (Make America Great Again): una alegría revanchista y nostálgica, una alegría política al fin y al cabo.

Trump, multimillonarios y “enemigos internos”

Ocho años después, Trump es más adorado que nunca por su núcleo duro, que lo ha elevado a la categoría de semidiós, superviviente de dos intentos de asesinato. Pero ahora está rodeado de todo un ejército de podcasters, youtubers, influencers (suelen ser hombres), think tanks y grandes empresarios.

Entre ellos, el más visible, el más rico, tan influyente como bufonesco, es Elon Musk, el jefe de la red social X, de Tesla y de Starlink, que presenta a Trump como el heraldo de una “libertad de expresión” que estaría amenazada. Musk financia, en un limbo jurídico, grandes operaciones de movilización de electores, con la esperanza de negociar megabeneficios financieros a cambio de su apoyo.

En cuanto a Jeff Bezos, multimillonario propietario de Amazon, cuyos servicios web AWS son utilizados masivamente por los servicios de inmigración americanos (y combatidos por los defensores de los sin papeles), ha decidido que su periódico, el Washington Post, no apoye a ninguno de los dos candidatos. La primera vez que ocurre en cuatro décadas.

"Cobardía", comentó Marty Baron, ex redactor jefe del diario. “La democracia muere en la oscuridad”, proclama el eslogan de este diario famoso por haber revelado el escándalo Watergate. En la oscuridad, ¿o a plena luz del día?

Durante todo el día, la constelación trumpista, uno de cuyos líderes más activos es el católico J. D. Vance, candidato a vicepresidente con Trump, se dedica a lavar el cerebro a la gente, inventando historias sobre inmigrantes en Springfield (Ohio) que comen crudos a perros y gatos. Los trumpistas han urdido para él el Proyecto 2025, un gran plan para la concentración de poderes presidenciales y la destrucción de sectores enteros del Gobierno.

Todos presumen de su deseo infinito de hacer dinero sin trabas, de cargarse el subsuelo para encontrar petróleo y de destrozar un planeta que les importa un bledo

Su sueño es la gran venganza reaccionaria, el regreso de los “hombres de verdad”, el fin del dominio de todas esas "solteronas” que son los demócratas (la expresión viene de J. D. Vance, en el programa Fox News del machista putinófilo Tucker Carlson).

Aplauden cuando Trump promete la guerra contra los "enemigos internos", utilizando, si es necesario, “la guardia nacional o el ejército”, cuando anuncia que va a "deportar entre 15 y 20 millones" de inmigrantes ilegales, invocando una ley de 1798, o bien encerrarlos en campos.

Se ríen cuando dice que no dudará en cerrar medios de comunicación y encarcelar a periodistas que publiquen información sensible. Trump asegura que serán mucho menos curiosos después de haber sido violados por sus compañeros de celda.

Todos afirman tener un deseo infinito de ganar dinero sin límites, de cargarse el subsuelo para encontrar petróleo y de arruinar un planeta que les importa un bledo. Don’t look up (No mires arriba, 2021), la película de Adam McKay, protagonizada por Leonardo Di Caprio y metáfora del negacionismo climático, bien podría estar empezando a ser una realidad. Y si al final la presidenta Janie Orlean, encarnación del fascismo trumpiano, es engullida por un dinosaurio arcoíris, no es para tranquilizarnos: el planeta ya ha sido destruido.

¿Es Trump un fascista? Al utilizar este término por primera vez, en la recta final de la campaña, Kamala Harris no hace más que lanzar al ruedo mediático una palabra que, a excepción de ciertos intelectuales y de la izquierda, los políticos y la mayoría de los medios de comunicación americanos se han abstenido de pronunciar durante años. Es una cuestión de eficacia: se trata de dramatizar y simplificar lo que está en juego en la votación del 5 de noviembre.

Kamala Harris: “Trump o yo”

Ese “Él o yo” se ha convertido, de hecho, en el principal argumento de campaña de la discreta vicepresidenta de Joe Biden, convertida en la candidata demócrata tras la deserción forzada del viejo presidente, convencido de que era el único que podía vencer a Trump, pero cuyos adinerados donantes empezaban a tener dudas.

Traducido a términos utilizados a este lado del Atlántico, la opción que presenta a los votantes es clara: un frente republicano contra el candidato del Partido Republicano.

En vísperas de las elecciones, Harris está insistiendo en el mensaje: Es ella o el hombre que, cuando le quedaban sólo unos días de presidente, llamó a sus seguidores a invadir el Capitolio el 6 de enero de 2021 y que, esta vez también, se negará a reconocer la derrota; es ella o el hombre de pelo naranja de Mar-A-Lago que prometió que sería un "dictador desde el primer día", que quiere "abolir" partes enteras de la sacrosanta Constitución americana y que, a través de un Tribunal Supremo en sus manos, abolió el derecho federal de las mujeres al aborto, creando desde entonces terribles tragedias en todo el país.

Es ella o el primer presidente condenado penalmente en la historia de Estados Unidos, rodeado de causas judiciales, que llama a los militares “perdedores” e “imbéciles”. Es su propia decencia, su propio “sentido común”, contra la calculada vulgaridad de Trump, que la llama "vicepresidenta de mierda", “estúpida” y “vaga” (una imagen racista para referirse a una mujer negra), presume en medio de una reunión del tamaño del pene de un golfista ya muerto y se enorgullece de “agarrar a las mujeres por el coño”.

“Imagínense que fuera presidente el 20 de enero de 2025, dedicándose a  tramar su venganza y elaborando su lista de enemigos”, dijo Harris en la CNN. “Yo estaría haciendo una lista de tareas pendientes”. Dictadura, arrogancia y locura por un lado, eficacia y pragmatismo por otro. No hay elección: ”Es él o yo”.

Para convencer y demostrar su capacidad de unir a la gente en lugar de dividirla, Harris ha fichado a "cientos" de figuras conservadoras y ex ayudantes y colaboradores de presidentes republicanos, que consideran a Trump inestable y peligroso después de haberle elogiado en alguna ocasión.

La republicana Liz Cheney confía en convencer a los votantes conservadores de las zonas más o menos acomodadas para que voten demócrata

Entre ellos está el vicepresidente Mike Pence, un evangélico tradicionalista que pensó que iba a morir el día que invadieron el Capitolio y ahora es odiado por Trump, que no le perdona que no haya manipulado los votos del Congreso para darle la presidencia en 2020; John Kelly, jefe de gabinete de Trump durante su presidencia, es decir, su más estrecho colaborador durante año y medio, que en los últimos días confirmó la fascinación de Trump por Hitler y lo calificó de "fascista” en el New York Times, lo que permitió a Harris lanzarse a la faena; o el temible Dick Cheney, el ex vicepresidente neoconservador de George W. Bush, que orquestó las guerras americanas en Irak y Afganistán tras el 11-S y autorizó los programas secretos de tortura de la CIA.

La principal oponente de Trump dentro del Partido Republicano, su hija Liz Cheney, que dirigió los trabajos de la comisión de investigación del Congreso sobre el 6 de enero, está haciendo campaña con Harris en los Estados clave del norte (Michigan, Pensilvania, Wisconsin), con la esperanza de convencer a los votantes conservadores de las zonas más o menos acomodadas para que voten demócrata. O más bien a las votantes femeninas: aquellas asqueadas por la tosquedad de Trump, que quieren tener el control sobre su propio cuerpo y se niegan a aceptar la vuelta a los fogones prometida a las mujeres por la derecha americana. Y no necesariamente dirán a sus amigos republicanos que han votado al otro bando.

El peso del historial de Biden

¿Ganará las elecciones el voto oculto de republicanos anti-Trump e independientes a favor de Harris? Esa es la esperanza de la candidata demócrata, pero también es su gran problema. Porque aunque el partido esté unido tras ella, aunque su campaña recauda fondos impresionantes (más de mil millones de dólares desde su nominación en la convención demócrata de este verano, mucho más que Trump), aunque Bruce Springsteen, Beyoncé y Taylor Swift vayan a votar por ella, Harris tiene un gran problema electoral: la solidez de su base electoral.

Una cosa es señalar que el plan de Trump es peligroso y fascista, y que debemos creer lo que dice el autócrata, sobre todo cuando ha animado a sus seguidores a asaltar el Parlamento, y otra es convertirlo en un argumento central: es ella o el caos, pero también necesitamos razones para votarla.

Harris se enfrenta a una serie de obstáculos en estas elecciones. Algunos no son obra suya. Al entrar tarde en campaña, la ex senadora por California ha tenido que darse a conocer en un tiempo récord. También tiene que lidiar con las dudas sexistas y/o racistas que algunos pueden tener a la hora de decidir si llevan al Despacho Oval a la primera presidenta de la historia de Estados Unidos: una mujer nacida en el seno de una familia indo-jamaicana, a la que su oponente llama con apodos racistas y acusa de “no ser realmente negra”.

Para burlar la trampa, Harris no se detiene en el hecho de que ella sería la primera presidenta, a diferencia de Hillary Clinton que lo convirtió en el eje central de su campaña perdedora de 2016. No menciona que sería la segunda persona negra en la Casa Blanca después de Barack Obama, evitando así alienar a ciertos votantes blancos a los que no les gustaría que se lo recordaran. Así también rompe con lo que se ha criticado durante mucho tiempo a los demócratas, y con razón: abordar las cuestiones de raza y género sólo cuando les conviene, incluso si eso significa utilizarlas como herramientas, sin abordar el racismo sistémico o las desigualdades sociales.

Kamala Harris tiene otros retos que superar. En primer lugar, su propia forma de hablar y de convencer: sus palabras enrevesadas, sus frases larguísimas, su discurso tecno, que intenta compensar con su compañero de candidatura, el gobernador de Minnesota Tim Walz, un ex profesor de escuela pública con aspecto de abuelito complaciente, un blanco que se supone tranquilizará a los blancos de los siete Estados clave y que está bien considerado por los progresistas dentro de la coalición demócrata.

Pero surge cierto malestar al escucharla sobre otras indecisiones más políticas. ¿Qué piensa realmente? Ex fiscal de San Francisco, en su día fue apodada "la poli" por sus posiciones sobre la seguridad. En 2019, siendo candidata a las primarias demócratas contra el centrista Joe Biden y el socialista Bernie Sanders, defendía una línea centrista mezclada con propuestas diseñadas para atraer a la izquierda del partido, entonces impulsada por poderosos movimientos sociales y huelgas: dijo estar a favor de la seguridad social para todos, la despenalización de los cruces fronterizos, el apoyo al Green New Deal defendido por los activistas climáticos y la prohibición de las perforaciones petrolíferas.

Si pierdes a los trabajadores, no sé cómo ganas unas elecciones

Bernie Sanders — Senador socialista por Vermont

Cinco años después, ha cambiado de opinión. Promete ampliar la cobertura sanitaria, pero no la protección social que defiende la izquierda del partido. Convencida de que no era suficientemente creíble en materia de inmigración frente a Trump, en un contexto totalmente derechista, defendió la regularización de millones de indocumentados, sin los que la economía americana no podría funcionar. Pero también ha endurecido sus posiciones, hasta el punto de querer, igual que Trump, ampliar el muro de separación fronterizo, una propuesta que en su día indignó a los demócratas. ¿Perforaciones petrolíferas? No las prohibirá. ¿El cambio climático? Apenas lo menciona.

Pero sobre todo, Kamala Harris es la vicepresidenta en funciones, aunque la hayan sacado recientemente de la chistera. Tiene un historial: el de Joe Biden, del que, curiosamente, no reniega nada: ha sido incapaz de nombrar un solo “cambio importante” bajo su posible presidencia. Pero para muchos, el historial de Biden es, ante todo, una inflación galopante a pesar de los buenos resultados macroeconómicos, la sensación de que no se ha frenado la desindustrialización a pesar de los grandes planes de inversión recientes, el estancamiento salarial y el aumento de la desigualdad, que ya es enorme.

En su campaña, Kamala Harris habla mucho a las clases medias y a los pequeños empresarios, pero mucho menos a las clases trabajadoras. Bernie Sanders, que tras dos candidaturas presidenciales sigue siendo el mascarón de proa de la izquierda americana, está preocupado por ello. “Los trabajadores quieren que sea más agresiva a la hora de defenderlos”, declaró al New York Times. “Si pierdes a los trabajadores, no sé cómo ganas unas elecciones”.

La debacle moral de Gaza

Harris está dedicando parte del dinero de su campaña a atacar a Jill Stein, la candidata ecologista de estas elecciones presidenciales, presente en las papeletas de voto de muchos Estados. Durante años, Stein ha retratado la relación entre los votantes de izquierdas y el Partido Demócrata como una relación tóxica, en la que se les insta constantemente a votar a un partido que les desprecia.

Stein, retratada por el Partido Demócrata como una aliada objetiva del trumpismo, está en condiciones de rascar unos miles de votos aquí y allá en los siete Estados clave (Pensilvania, Wisconsin, Michigan, Carolina del Norte, Georgia, Arizona y Nevada) que le podrían hacer falta a la vicepresidenta. Porque, en estas elecciones, su candidatura es una opción para los decepcionados y los sublevados.

Como muchos activistas de izquierdas que apoyaron a Joe Biden en 2020, movilizándose por él aunque no fuera de su agrado, Stein está horrorizada por la pusilanimidad y la hipocresía del tándem Biden-Harris desde el 7 de octubre y el bombardeo masivo de Israel sobre Gaza.

La mayoría de esos ataques se llevaron a cabo con bombas suministradas por Estados Unidos: las bombas más pesadas y mortíferas, que destruyeron barrios enteros y se cobraron la vida de decenas de miles de civiles del enclave palestino. Durante meses, este fantasma ha planeado sobre la campaña presidencial, y sus consecuencias se han subestimado constantemente.

Harris se resiste a pedir un alto el fuego claro e inmediato

Esos continuos envíos, que nunca han sido cuestionados, se han llevado a cabo en ocasiones sin la aprobación del Congreso, en nombre del inquebrantable apoyo de Estados Unidos a Israel. Joe Biden se ha convertido en "Genocide Joe", el cómplice asesino de Israel, para algunos de esos americanos, a menudo jóvenes, violentamente reprimidos en los campus universitarios y tachados de antisemitas por los propios demócratas cuando intentaban sensibilizar a la opinión pública sobre la magnitud de la masacre.

Para ellos, el hundimiento moral del imperio americano es total. No pudieron votar por él, y ahora no pueden votar por su vicepresidenta, que se limita a repetir la misma retórica: “Han muerto demasiados palestinos ” y “esta guerra debe terminar”.

Harris se resiste a pedir un alto el fuego claro e inmediato. En nombre del “derecho de Israel a defenderse”, se niega a mencionar la interrupción de los envíos de armas a Israel, una exigencia de una parte del país que va mucho más allá de los círculos de izquierda.

El director de cine Michael Moore, a veces profeta en su tierra (predijo la victoria de Trump en 2016), cree que la gran hipocresía de los demócratas sobre Oriente Medio puede costarle las elecciones. En una entrevista con el medio Zeteo, acaba de instar a Kamala Harris a viajar rápidamente a Dearborn o Detroit, en el Estado clave de Michigan, donde viven muchos árabe-americanos, y a pronunciarse claramente a favor del “fin de la guerra”, de un “alto el fuego” y de una “ayuda humanitaria inmediata”.

Pero Harris no lo hará: ha elegido una estrategia diferente. En el sprint final, prefiere apuntar a la verdadera atracción de Trump por los “dictadores”. De hecho, Putin y Netanyahu esperan con deleite su posible reelección porque con él tendrán carta blanca. En Ucrania, Gaza, Líbano, contra Irán y en otros lugares.

A un país cansado de décadas de guerras emprendidas por el imperio americano, traumatizado por las guerras neocons de Irak y Afganistán, Trump le promete que no habrá más guerras. Un mensaje puramente performativo, pues Trump ha dicho que dejará que Netanyahu haga lo que quiera, incluso con armas americanas.

Pero en una campaña simplista y binaria, el daño ya está hecho: los belicistas son los demócratas. Si Harris resulta elegida, Trump ha prometido “la Tercera Guerra Mundial” a 20.000 de sus seguidores reunidos el domingo 27 de octubre en el Madison Square Garden de Nueva York, un mitin plagado de insultos racistas, en el que Harris fue descrita, crucifijo en mano, como la “Anticristo”.

Tenemos seis años para detener la crisis climática, no podemos permitirnos desperdiciar cuatro de ellos con Trump

El movimiento ecologista Sunrise

En 2020, muchas organizaciones activistas a la izquierda de los movimientos sociales pidieron el voto para Joe Biden. Se movilizaron con fuerza por un candidato que no les gustaba, contra el regreso de Trump, con la promesa de que el Gobierno de Biden les escucharía, promesa abandonada rápidamente.

Esta vez, ¿qué harán esos marginados de la campaña, esa “escoria radical de izquierda”, esa “chusma” directamente señalada por Trump, que también son despreciados por varios caciques del Partido Demócrata, muy contentos sin embargo de encontrarlos ahí cuando se trata de llamar a las puertas?

En los últimos días hay mucha gente, también sindicatos y grandes organizaciones antirracistas, que ha pedido el voto para Kamala Harris frente a la amenaza fascista.

“Estas elecciones decidirán la temperatura de nuestro planeta durante miles de años”, advierte el movimiento ecologista Sunrise. “Tenemos seis años para detener la crisis climática, no podemos permitirnos desperdiciar cuatro de ellos con Trump”.

“Voto a Harris para librarme de Trump”, dijo Waleed Shahid, un antiguo estratega demócrata de izquierdas indignado por la postura de la administración Biden/Harris sobre Gaza.

“Voy a ser sincero”, continuó. “Biden y Harris han impuesto una pesada y dolorosa carga a nuestras comunidades. ¿Cómo podemos votar a quienes suministraron las armas que causaron algunas de las peores atrocidades que se recuerdan? Muchos de mis amigos y familiares no votarán a Harris porque apoya el suministro de armas a Israel. Creo que eso puede costarle las elecciones”.

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“Y sin embargo, en estas elecciones, no se trata de Harris. Se trata de nosotros”. Su mensaje es claro: el 5 de noviembre, tenemos que interponernos, hacer barrera, salvar lo esencial. Preferimos luchar contra una Casa Blanca de Harris que contra Trump y su constelación fascistoide. Después, dice, “habrá que intentar continuar la batalla”.

 

Traducción de Miguel López

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