Adolecer o florecer

Doira B. Paratcha

Hace unas semanas se hablaba en todas partes de la serie Adolescencia. Todo mi entorno, la  gente de Youtube y este diario, se hacían eco de ella y trataban de analizar y comprender el  fenómeno incel, así como el contexto donde éste anida; véase las redes sociales, la propia  etapa de desarrollo, el machismo reaccionario, etc. 

Reconozco que no he visto la serie (debo ser de las pocas personas que quedan sin Netflix en este planeta) pero sí me he interesado por ella y he escuchado varios análisis (desde la  psicología) y también debatido con algunas personas (desde la educación). Me llama poderosamente la atención el énfasis que hacen todas ellas en la «autoridad».  Más concretamente –y para que nadie se despiste– en la falta de autoridad. Tengo que decir que esta conclusión me abruma y es por ello que escribo este artículo. 

No voy a intentar analizar la serie, como he dicho, no la he visto. Pero sí quisiera, como docente y como madre, pronunciarme sobre esa supuesta falta de autoridad que psicólogas  y docentes advierten en los niños y niñas y perciben como origen del problema. Los niños y niñas de nuestro entorno no conocen otra cosa que la autoridad. Encuentro imposible la idea de la falta de ésta puesto que todas sus relaciones con adultos se basan en  la obediencia.  

Las relaciones familiares y escolares que conocemos, socialmente aceptadas, son jerárquicas. Se trata de relaciones de dominante-dominado que los adultos reconocemos como buenas, al encontrarnos nosotros mismos ejerciendo el poder. Hoy ya no aceptamos este tipo de relaciones entre hombres y mujeres, pero ¿por qué sí con la infancia? 

La forma de criar, explica el terapeuta danés Jesper Juul, ha dado un cambio radical en  estos tiempos, un cambio realmente a mejor. No nos excitemos todavía, aún queda mucho  por cambiar, pero empezamos a ver algunas señales, muestras de preocupación por la educación y el trato que le damos a nuestros hijos. El problema, explica Juul, está en pretender que, aun así, ellos sean como nosotros queramos que sean. 

Vemos al niño como un tarro vacío que hay que llenar con conocimientos y al que hay que dar forma y rectificar constantemente para conseguir de él algo bueno

Aquí yace el gran problema. Vemos al niño como un tarro vacío que hay que llenar con conocimientos y al que hay que dar forma y rectificar constantemente para conseguir de él algo bueno. Y en ese tedioso camino suceden dos cosas: que no percibimos al niño como una persona respetable, lo que imposibilita una relación horizontal, y que se hace evidente  nuestra falta de confianza en ellos. 

Esta violencia encubierta hacia la infancia tiene efectos devastadores en la autoestima de los niños y niñas que hace que, o bien reaccionen agachando la cabeza (son los que consideramos buenos), o bien explosionen y se rebelen. En ambos casos el resultado es nefasto para su integridad personal. 

Los adultos debemos revisar nuestras relaciones con la infancia y ser críticos con el mundo adultocéntrico en el que nos movemos. Es un trabajo de desaprendizaje arduo pero feraz. 

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Doira B. Paratcha es socia de infoLibre.

Doira B. Paratcha

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