La historia se repite y no aprendemos nada. Camile Sée escribió que “la historia se repite, pero lo cierto es que sus lecciones no se aprovechan”. Cervantes también lo advirtió: “La historia es émulo del tiempo, depósito de las acciones, testigo del pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo porvenir”. Es decir, si un pueblo no conoce su historia, tampoco puede conocer su presente y no podrá construir su futuro. El pueblo brasileño, al apostar por Jair Bolsonaro en las elecciones del próximo 28 de octubre, se arriesga a que su pasado dictatorial se vuelva a repetir.
Brasil vivió una dictadura militar entre los años 1964 y 1985. El mariscal Castelo Branco encabezó el golpe militar que derrocó al gobierno legítimo de Joao Goulart el 31 de marzo de 1964. En 1967 se aprobó una constitución civil en donde el presidente no se elegía por votación popular: tenía prácticamente poderes absolutos. El nuevo régimen autoritario instauró una dictadura militar con dos partidos, uno el del gobierno y otro el de la oposición, que estaba condenada a seguir siempre en la oposición. Se constituyó, pues, un bipartidismo con un partido único. En las cuatro elecciones que hubo entre 1967 y 1978, los presidentes fueron militares, lo que garantizaba que Brasil estuviera controlado por las Fuerzas Armadas. Como era de esperar, la primera víctima del golpe fue la libertad de prensa, así nadie sabía nada sobre las violaciones de los derechos humanos ni sobre la represión política. Brasil tuvo que esperar hasta el 15 de marzo de 1985 para tener un presidente civil, José Samey. En 1988 se aprobó una nueva constitución que dio paso a una transición democrática.
La dictadura militar brasileña quedó perfectamente encuadrada dentro de las décadas de 1970 y 1980. Fue en este período cuando el presunto ideólogo de la operación Cóndor, Henry Kissinger, llevó a cabo un plan muy ambicioso: instaurar regímenes dictatoriales en América del Sur, desmantelando los gobiernos legítimos con la imposición de economías neoliberales que dejaban a todos los países endeudados en su proceso de desarrollo. De ese proceso se encargó el Fondo Monetario Internacional, “que interesadamente confunde la fiebre con la enfermedad y la inflación con la crisis de las estructuras en vigencia, [imponiendo] en América Latina [y en el mundo entero] una política que agudiza los desequilibrios en lugar de aliviarlos”, como señala Eduardo Galeano en su libro Las venas abiertas de América Latina. Según él, “el FMI fue creado para institucionalizar el predominio financiero de Wall Street sobre el planeta entero”. Nació en Estados Unidos y se ha convertido en “un inspector internacional”.
Pero claro, la imposición de unos regímenes por medio de golpes de Estado conllevó una parte oscura: detenciones, torturas, secuestros, traslados entre los países que formaban esta organización clandestina (Brasil, Argentina, Bolivia, Chile, Paraguay, Uruguay y algunas veces Ecuador y Perú), asesinatos y las desapariciones de todas las personas “subversivas” de izquierda: que se suponían comunistas. No resulta difícil adivinar que la Operación Cóndor instrumentó un Terrorismo de Estado. En los Archivos del Terror, que se encontraron en Paraguay en 1992, se ve cómo se planificó este Terrorismo de Estado en Sudamérica, dirigido por Estados Unidos, con unas técnicas muy desarrolladas sobre cómo practicar una sesión de tortura. Las cifras lo demuestran: 50.000 personas asesinadas, 30.000 desaparecidas y 400.000 encarceladas.
No debe sorprendernos, pues, el célebre telegrama que el presidente de Estados Unidos, Lyndon Johnson, envió el 2 de abril de 1964 al presidente del Congreso brasileño: “El pueblo norteamericano observó con ansiedad las dificultades políticas y económicas por las cuales ha estado atravesando su gran nación, y ha admirado la resuelta voluntad de la comunidad brasileña para solucionar esas dificultades dentro de un marco de democracia constitucional y sin lucha civil” (Citado por Galeano, p. 201). A los pocos días, el embajador Lincoln Gordon pronunció un discurso en la Escuela Superior de Guerra, afirmando que el triunfo de Castelo Branco “podría ser incluido junto a la propuesta del Plan Marshall, el bloqueo de Berlín, la derrota de la agresión comunista en Corea y la solución de la crisis de los cohetes de Cuba, como uno de los más importantes momentos de cambio en la historia mundial de mediados del siglo veinte”. Todas estas actuaciones –golpes de Estado– se hacen en nombre de la “democracia”. El premio Nobel de Literatura, Horold Pinter, puntualizó que “palabras como libertad, democracia y valores cristianos se utilizan todavía para justificar políticas y actos barbáricos y vergonzosos”.
Con el golpe de Estado de 1964 llegaron muchos acuerdos con Estados Unidos. Castelo Branco cedió “amablemente” los yacimientos de hierro del valle de Paraopeba a la Hanna Mining Co. La necesidad de minerales estratégicos para el poder militar y atómico de Estados Unidos dio lugar a una compra masiva de tierras “por medios fraudulentos” en la Amazonia brasileña. Numerosas empresas norteamericanas, en manos de “aventureros y contrabandistas profesionales”, empezaron a devorar esta selva gigantesca. Los aviones de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, “en virtud del acuerdo firmado en 1964”, sobrevolaron toda la región para radiografiar el subsuelo rico en minerales. “La riqueza secreta de la Amazonia [se puso] en manos de las empresas privadas” (Galeano, p. 179). Una de las mayores fábricas metalúrgicas de Brasil “fue comprada a precio de ruina por un consorcio [en el que participaron] la Bethlehem Steel, el Chase Manhattan Bank y la Standar Oil”. Hubo una comisión parlamentaria para investigar el caso, pero los brasileños nunca conocieron las conclusiones. El mariscal Castelo Branco “había firmado un acuerdo de garantía de inversiones que brindaba virtual extraterritorialidad a las empresas extranjeras”. La dictadura militar de Castelo vendió Brasil a las empresas extranjeras, después de arrojar a la hoguera “los libros de autores rusos tales como Dostoievski, Tolstoi o Gorki, y tras haber condenado al exilio, la prisión o la fosa a una innumerable cantidad de brasileños” (Galeano, pp. 281-282).
Con la más que probable victoria de Bolsonaro, un militar, en las elecciones presidenciales del 28 de octubre, el fantasma del pasado se cierne de nuevo sobre Brasil. El conocido veterano periodista brasileño Pepe Escobar, pronostica en su artículo Future of Western Democracy Being Played Out in Brazil que los electores del 28 de octubre tienen que escoger “entre la civilización y la barbarie”: Fernando Haddad del Partido de los Trabajadores (PT) y Jair Bolsonaro del Partido Social Liberal (PSL). Para Escobar lo que está en juego es la democracia, pues si llega al poder este ultraderechista misógino, racista, defensor de la tortura y gran admirador de la dictadura militar (1964-1985), puede ayudar al populismo ultraderechista con el fomento de gobiernos neofascistas en otros lugares del mundo.
Sorprende mucho que este candidato, con el currículum que presenta, haya podido conseguir el 46% de los votos (más de 49 millones de personas) en la primera vuelta. El candidato Haddad ha comentado que Bolsonaro tiene una gran facilidad para mentir y las redes sociales están llenas de noticias falsas. Macedo, el líder de la evangélica Iglesia Universal, también lo está apoyando. Para Haddad, “en el Estado tienen que caber todas las creencias”. Pero hay una cuestión clave que le ha permitido esta ventaja. Si todos los sondeos daban al ex presidente Lula da Silva como ganador de estas elecciones, entonces, ¿por qué Lula no ha podido participar en la carrera electoral? Escobar lo ve claro. Para él lo que está pasando en Brasil no es una revolución de color, sino una “guerra híbrida” formada por la correlación sofisticada de varias fuerzas, como el poder judicial, el Congreso, el mundo empresarial, los medios de comunicación, en un complejo entramado, que según informa el Executive Intelligence Review está dirigido por el Departamento de Justicia de Estados Unidos, que es el encargado del caso de la compañía petrolera y de construcción Petrobras, en la operación del escándalo anticorrupción Car Wash, Lava Jato, lavado de dinero, que llevó a un juicio político a la presidenta Dilma Rousseff, y en la moción de censura fue destituida. Lo mismo hizo esta operación Lava Jato con Lula. Fue acusado de corrupción y encarcelado con pruebas que no eran documentales ni tangibles, como opina Escobar. Con su condena perdió el derecho a participar en las elecciones, que es lo que se pretendía. El veredicto llamó la atención a personas destacadas de todo el mundo.
El EIR también nos ha alertado de la maldad que el “probable” presidente anticomunista de Brasil mostró en la moción de censura contra Rousseff, cuando votó a favor de su destitución y dedicó su voto a la memoria del coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra. Resulta que este militar fue el que torturó a Dilma Rousseff en la dictadura militar en los años 1970. Esta maldad de Bolsonaro puede ser el origen de su desprecio a las minorías, a los pobres, al colectivo LGTB, a los negros y a todas las fobias que muestra en público.
Esa gran nación, Brasil, que forma parte del grupo de los BRICS (Brasil, Rusia, India y Sudáfrica), hoy la observamos “con ansiedad” al ver el conflicto político por el que está atravesando y queremos que se solucione “dentro de un marco de democracia constitucional”. Sabemos que en la sociedad brasileña hay corrupción, desigualdad, pobreza, odio, miedo y mucha violencia. Pero la historia nos demuestra que los militares no pueden restituir el orden. Bolsonaro, un militar de reserva, tampoco podría. El general Franco, con su cruzada instauró en España una dictadura militar para traer a los españoles paz, pan y justicia. Y a día de hoy, después de tantos años, todavía tenemos más de 100.000 víctimas del franquismo, ignoradas y sin ninguna dignidad, enterradas en las cunetas de la vergüenza en “la católica España”, como escribió el Papa Pío XII en su telegrama enviado a Franco para felicitarlo por la victoria, una vez terminada la guerra y dar al pueblo español su apostólica bendición.
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Quien sí puede restituir el orden en Brasil es el Estado, con los representantes del Parlamento, elegidos libremente por el pueblo soberano. El Departamento de Justicia de Estados Unidos no puede impartir justicia con su operación Lava Jato en Brasil; ni en Perú, que por cierto ya ha arrestado a Keike, la hija del ex presidente peruano Fujimori, acusada de lavado de dinero; ni en Argentina, en donde está coordinando con el Gobierno de Mauricio Macri la posible encarcelación de la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner, por corrupción. Según el EIR, a los británicos les gustaría mucho tenerla en prisión “para silenciar su voz”. El caso de Fujimori podría tratarse de un ajuste de cuentas por parte de los británicos y sus colegas en Washington, porque Fujimori luchó contra el narcoterrorismo de Sendero luminoso. Madeleine Albright (la que fue entrevistada en las noticias de La Sexta, en el Intermedio, como una experta en fascismo) “dio órdenes para que capitulara”. ¿Se está convirtiendo el Departamento de Justicia de Estados Unidos en una nueva y sofisticada operación Cóndor?
La profesora de la Universidad de Río de Janeiro, Clarisse Gurgel, ha manifestado que el golpe de Estado que se dio en el Parlamento con el juicio político que derrocó a la presidenta Dilma Rousseff, puede llevar ahora a un segundo golpe con el apoyo del Ejército. También Haddad, cuando le preguntaron si existe un peligro de golpe militar en Brasil, contestó: “Nada está descartado”. No sé si mi estancia en Brasil y los días tan felices que pasé con la gente tan maravillosa que allí conocí está ofuscando mi mente, pero creo que otro golpe de Estado no se producirá, entre otras cosas porque el golpe ya lo ha dado el Departamento de Justicia de Estados Unidos al eliminar a Lula de la carrera electoral. Esperemos que el entrañable pueblo brasileño sepa elegir el buen camino y que la historia no se repita. ______________
Juan José Torres Núñez es socio de infoLibre
La historia se repite y no aprendemos nada. Camile Sée escribió que “la historia se repite, pero lo cierto es que sus lecciones no se aprovechan”. Cervantes también lo advirtió: “La historia es émulo del tiempo, depósito de las acciones, testigo del pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo porvenir”. Es decir, si un pueblo no conoce su historia, tampoco puede conocer su presente y no podrá construir su futuro. El pueblo brasileño, al apostar por Jair Bolsonaro en las elecciones del próximo 28 de octubre, se arriesga a que su pasado dictatorial se vuelva a repetir.