España no es una bandera

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Javier Sabín

La primera imagen que se atribuye al concepto de patriotismo es la de un militar que, entre lágrimas de emoción, besa la bandera rojigualda; o bien un conjunto de ciudadanos/ciudadanas que tensan sus músculos con cada nota del himno nacional; o, como poco, un tertuliano que no concibe entablar un debate político sin el argumento central de "¡Viva España!". En los peores casos, se presencian escalofriantes escenas de apología al fascismo que desafían la efectividad de la Ley de la Memoria Histórica (52/2007).

Cabe resaltar que este conjunto de rasgos ejemplificadores articulan una noción del patriotismo semánticamente desviada, reduciéndolo a un mero concepto simplista y de ámbito institucional:

Tómese, en primer lugar, la frecuente vinculación de los/las patriotas a la actual bandera rojigualda, considerada frecuentemente el culmen de la identidad nacional. "Es la bandera de España", se argumenta entre los círculos más arraigados a esta noción pseudo-patriota...¡En absoluto! España es un país y, como tal, no tiene otra bandera que no sea el conjunto de ciudadanos/ciudadanas que la conforman. La actual enseña nacional simboliza al Estado español (que es un aparato orgánico institucional, no un país), concretamente a un único español, que bien puede sentirse identificado con una corona, una flor de lis y un conjunto de escudos heráldicos que aluden a la historia de su reino.

En adición, no se contempla la frecuente variabilidad que, a lo largo de la historia, presentan las insignias representativas de un marco estatal concreto. ¿Acaso España perdió su identidad cuando en 1931 se decidió asumir una nueva simbología nacional?

Por tanto, el patriotismo fundamentado en el culto a la bandera estatal ha de asociarse al ensalzamiento de un conjunto de instituciones estatales (en la actualidad la Casa Real) que, frecuentemente, se alejan de representar a la comunidad de individuos que conforman un país.

Algo similar sucede con el himno: un mero símbolo del poder del Estado, nuevamente encarnado en la monarquía borbónica. Una sinfonía variable y, en este caso, representante histórico de los actos que contaban con la presencia de la Familia Real. ¿Simbolizan a la cultura y a la cotidianidad de la ciudadanía española una marcha militarista y de origen regio? Nuevamente, nos encontramos ante un pseudo-patriotismo que confunde un simbolismo externo e histórico con la verdadera defensa de la patria.

El patriotismo no consiste en la adoración de insignias regias, al igual que la espiritualidad tampoco se fundamenta en arrodillarse ante las imágenes de una doctrina religiosa. Un patriota es quien defiende el ejercicio real de los derechos de todos los ciudadanos/ciudadanas del país, combatiendo la precariedad, el desempleo y la desigualdad que afecta a buena parte de ellos/ellas; quien contribuye al fomento de la libertad y la democracia como máximas garantías del bienestar social; quien defiende unas necesidades y servicios públicos de calidad y al alcance de la ciudadanía, contrario a concebir la educación o la sanidad como meras mercancías que deben de ofrecer una rentabilidad al gobierno; quien no aplaude la gestión de un ministerio que, si bien se autodenomina defensor de España, mutila nuestro patrimonio cultural y artístico, al tiempo que rechaza dar preferencia a la investigación científica y al avance industrial.

¡No confundamos el verdadero sentido del patriotismo, cada vez más vinculado a sectores conservadores y totalmente alejados de lo que implica el término! Ya lo decía Manuel Azaña, presidente de la II República Española:

"Os permito, tolero, admito, que no os importe la República, pero no que no os importe España. El sentido de la Patria no es un mito", Manuel Azaña, 1936.

Javier Sabín es secretario general de la Federación Madrileña de Alternativa Republicana y socio de infoLibre

La primera imagen que se atribuye al concepto de patriotismo es la de un militar que, entre lágrimas de emoción, besa la bandera rojigualda; o bien un conjunto de ciudadanos/ciudadanas que tensan sus músculos con cada nota del himno nacional; o, como poco, un tertuliano que no concibe entablar un debate político sin el argumento central de "¡Viva España!". En los peores casos, se presencian escalofriantes escenas de apología al fascismo que desafían la efectividad de la Ley de la Memoria Histórica (52/2007).

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