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España vaciada

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Juan Cabrera Padilla

Bores pertenece al concejo de Peñamellera Baja, Asturias. Está en el valle del Cares, entrando por el desfiladero de La Hermida, a escasos 4 kilómetros de Panes, la capital del Concejo. Bores conoció tiempos mejores como atestiguan la marquesina llena de moho de la parada del autobús, la escuela en silente, la vieja sombrilla de Cocacola de la casa de Mari, que fue bar y, sobre todo, las manzanas y las avellanas abonando el suelo sin que apenas nadie las recoja. Hay castaños de más de quinientos años que son monumentos botánicos y testigos de vida y está la fábrica de un palacio del siglo XVI en semirruina que un misterioso comprador adquirió hace poco a precio de saldo. De aquí parten caminos que llevan a unas viejas minas de manganeso, Minas de Arganyón les llaman, a la cueva Subores en donde la gente se refugiaba de los bombardeos en la Guerra Civil en uno de los muchos Guernicas desconocidos que hubo, o a los prados altos de La Ercina en donde aún está la cuadra en la que, en el 47, se suicidó Alejandro del Cerro, miembro de la Brigada Machado. Los emboscados, los del monte les decían por aquí a los últimos guerrilleros, algunos de los cuales (puede que hasta el mismísimo Juanín) pasaron más de una vez la noche en el desván de esta casa. Del Cerro, enfermo, se descerrajó un tiro; estaba cercado por la Guardia Civil que prendió fuego a la cuadra con él dentro.

Hace una década compramos una casa en ruinas y la reconstruimos tal como era. La casa de Abel la llaman y, como curiosidad, les diré que aquí nació Vicentina (Sor Ángela) una mujer, casi anciana, tan enorme como pequeña de tamaño, capaz de fundar hace treinta años un hospital para enfermos mentales en la República Democrática del Congo; viene de visita a su tierra de tanto en tanto. Desde entonces, han muerto seis vecinos de los veintitantos que había. Hoy el más joven pasa de los cincuenta.

El mecánico de Panes, un tipo zumbón, dice que en unos años el bosque se tragará Bores, la aldea y sus barrios de Orejuz y Pumarino. Si nada lo remedia, y hoy por hoy no lo parece, más pronto que tarde dará igual qué fuera Bores y su entorno, nadie recordará nada de lo que acabo de contarles; y el mecánico tendrá razón.

Aquí no hay covid. Está siendo nuestro refugio de madrileños asustados. En la España sin gente tampoco hay virus, mira tú qué cosas.

La España vaciada es el resultado de un modelo económico que niega derechos fundamentales a una parte de la población.

De 350 escaños en las Cortes, 99 se dirimen en la España interior, la España vacía, la España vaciada. Como quieran llamarla. Es un botín jugoso. Toca pues de manera recurrente cuando llegan elecciones fotografiarse a bordo de un tractor, plantear ofertas de rebajas fiscales a quienes se queden en su pueblo o agitar en el aire pomposos planes estratégicos de desarrollo rural. Es el mercado electoral. Pasan las elecciones y luego el silencio cuatro años más. Sí, llegó la pandemia; en Bores lo único que cambió fue que en la primavera pasada, en pleno confinamiento, no se permitía a los paisanos atender sus exiguas huertas, desbrozar los caminos o limpiar de hierbajos las fincas.

Por sorprendente que les pueda parecer, hay una Ley para el Desarrollo Sostenible del Medio Rural, que ya ha cumplido 12 años. ¡Y está inédita, nunca se ha aplicado!

No lo entienden. No lo enfocan adecuadamente. Ni en España ni el Europa. El despoblamiento de una inmensa parte de nuestro país no es un designio fatal ni un signo de la evolución inexorable de las sociedades, es la consecuencia de que se nieguen durante décadas derechos fundamentales a sus pobladores y se conculque sistemáticamente el principio de igualdad de todos los españoles y el de solidaridad interterritorial. Lo dice la Constitución, ya saben: ese papel mojado. Así es que el legislador mira hacia otro lado y, a lo largo de estos años, aún ha empeorado la situación atando las manos a las administraciones locales con el sempiterno pretexto de la austeridad. ¿Cambiará algo cuando llegue el chorro de dinero de Europa? Lo dudo.

Los datos. El 53% del territorio tiene menos de 12 habitantes por kilómetro cuadrado. El 30% del territorio alberga el 90% de la población, el resto, desierto; y, atención, el 70% menos poblado tiene la mayor parte de nuestros recursos naturales y buena parte de los culturales (patrimonio, etc) Más del 60% de los municipios pequeños no paran, lenta pero inexorablemente, de perder vecinos; les dije de Bores... un par de ejemplos más: desde 2011 la provincia de Cuenca ha perdido 22.000 habitantes y la de Teruel 10.000. En España hay más de 3.500 pueblos abandonados.

La conversación que reproduciré a continuación tuvo lugar un poco antes del comienzo de la pandemia. La traigo aquí ahora, con algunos apuntes actuales de mis interlocutores, porque el SARS COVID19 produce también un efecto del que poco se habla: es capaz de suspender el paso de tiempo, y los asuntos que eran urgentes antes, lo siguen siendo ahora tal como entonces; aquella foto de hace unos meses es hoy la misma.

“No somos la España vacía. Somos un territorio lleno de vida. De personas, de historias, de oficios, de comunidades. Somos pastoras, jornaleras, agricultoras, arrieras, aceituneras, ganaderas… somos la mano que cuida…”, dice María Sánchez en Tierra de Mujeres (Seix Barral 2019) “Hablan sobre despoblación, falta de recursos y servicios, cambio climático, naturaleza, conservación, pero no terminan de encontrar la lengua exacta para no quedarse solo en los conceptos, para ir más allá de los titulares que no terminan de contar y de enseñar el verdadero rostro de nuestro medio rural y sus habitantes”.

Virginia Hernández es alcaldesa de San Pelayo, un pueblo de apenas 50 habitantes en la comarca de los Montes Torozos de Valladolid. Virgina es muy joven y su familia es de San Pelayo de siempre. Ni ella ni los concejales del pueblo cobran nada por su tarea. Virginia es combativa, es miembro del G-100, un grupo de personas y profesionales de distintas disciplinas de toda España que tratan de definir cómo debe ser la ruralidad en el siglo XXI. 

Luis del Romero Renau es doctor en Geografía por la Universitat Autònoma de Barcelona. Ha trabajado como investigador en la Universidad Laval y de Quebec en Canadá, y ha sido profesor invitado en las universidades de Friburgo (Alemania), Chile y Católica de Temuco (Chile) y Buenos Aires (Argentina). Su línea de investigación se centra en el estudio de conflictos territoriales y ambientales, tanto en el ámbito rural como en el urbano, además de estudio, desde un punto de vista crítico, de los procesos de despoblación. Es miembro fundador del grupo de investigación-acción Recartografías que está basado en el municipio turolense de San Agustín, donde lleva a cabo un proyecto de recuperación sostenible de un antiguo barrio masovero.

Les pregunto a los dos: ¿Podemos aconsejar a los bien intencionados antropólogos aficionados de fin de semana que, por remota que sea su excursión, no hallarán esos pueblos de Viaje a la Alcarria (Cela, 1948) o de Caminando por las Hurdes (Ferrer y López Salinas, 1960)?. ¿Podemos estropearles la aventura asegurando que esa España no existe?

Luis del Romero: Sí. Por fortuna la España rural de hoy no es la que relatan esas obras literarias. Más aún, ya entonces el propio Cela advertía que cuando hizo el viaje anotaba en un cuaderno cuanto veía y nunca vio -dice él- ningún crimen, ningún endemoniado ni el parto de un fenómeno ni nada parecido; y tampoco Caminando por las urdes muestra exactamente esa especie de estereotipo de la miseria con el que se ha estigmatizado durante décadas a esa comarca. Quiero decir que hay en España desde antiguo una cierta tradición de denostar lo rural. Y en la percepción juegan no solo los aspectos económico y social que sin duda tienen unas características particulares, sino sobre todo lo cultural. Eso hace que todavía hoy haya quien espera encontrar aldeanos con la boina calada o abuelas tejiendo a la puerta de su casa. Pero en nuestros pueblos, hasta en los más remotos, hay gente que se las apaña para conectarse a internet, que ha estudiado en la universidad, que no vive en absoluto al margen del mundo.

Virginia Hernández: Para empezar, esos autores son ajenos al medio rural y lo han descrito desde una posición de mero observador cuando no con un cierto aire de superioridad. Es verdad que esas obras son referentes, pero ya poco más que literarios sin más. Ya no somos distintos de quienes viven el medio urbano. Pero es cierto que desde las administraciones recibimos presiones a veces nada sutiles para que nos convirtamos en eso que espera el lector de revistas que proponen escapadas de fin de semana. Y a veces lo consiguen, véase por ejemplo La Alberca, en el sur de Salamanca, o Pedraza en Segovia, que han dejado de ser pueblos para convertirse en  parques temáticos para madrileños.

J.C.: ¿Se generaliza demasiado a la hora de hablar de “lo rural”? ¿No estamos aludiendo a una realidad diversa en la que, junto al abandono, conviven experiencias que han conseguido revitalizar algunas zonas? El libro -un éxito de ventas- La España vacía, de Sergio del Molino y el programa de televisión Tierra de Nadie, de Jordi Évole, se mencionan como referencias -sospecho que incluso por quienes solo conocen una sinopsis o un tráiler- siempre que se habla de este asunto. ¿Cree usted que sirven para entender la realidad? Hay quien sostiene que la brecha es irrecuperable porque la gente de la ciudad no sabe nada de la gente del campo ni le interesa ¿Qué le parece esta afirmación?

L.R.: Hay de todo. Hay quien habla habiéndose documentado más bien poco y quien lleva mucho tiempo documentándose y quizás hasta ahora no había tenido oportunidad de hablar y llegar a los medios de comunicación. ¿Si la brecha es irrecuperable? Bueno, hay algo evidente: nuestras sociedades son más urbanas y digitales y cada vez tienen menos que ver con el medio rural, pero los recursos, los alimentos, el agua, los servicios ambientales están en los pueblos, en el campo; las ciudades resuelven su subsistencia en el medio rural aunque los urbanitas no se enteren de que es así ¡En algún momento habrá que prestar atención a este sinsentido!

J.C.: Virginia, ¿se sienten denostados?

V.H.: Pues en cierto modo sí. Lo explicaré con un par de ejemplos. En los libros de Conocimiento del Medio de los escolares parece que la población solo fuera urbana. Si vemos series de televisión, cuando hay una historia que se desarrolla en el medio rural suele ser algo truculento; se acordará de Cuéntame; cuando los Alcántara vuelven al pueblo, a donde van es a un lugar que se ha quedado anclado en el pasado y ni siquiera era así en la época en que ambientaron esos episodios.

J.C.: Pero, a riesgo de caer en una simplificación, parece que, coincidiendo en las razones del abandono, hay dos grandes corrientes -que no necesariamente conviven sin críticas cruzadas- a la hora de abordar el problema: la de los que abogan por salvar a toda costa los pueblos por pequeños y apartados que sean porque -además de los recursos- en ellos está nuestra memoria, y los que creen que eso no es posible y habrá que hacer agrupaciones para que la prestación de servicios sea viable; incluso hay quien sostiene que en algunos casos no hay salvación y solo cabe aplicar medidas paliativas. ¿Cuál es su punto de vista? ¿Hay que sacrificar esa memoria colectiva para poder sobrevivir?

L.R.: Yo creo que la clave de bóveda está en la respuesta, en la actitud que tengan las gentes que aún viven en esos pueblos tan pequeños. No es posible resolver desde las administraciones el cien por cien de los problemas, no pueden solventar todas las carencias. Pateando España yo me he encontrado todas las tipologías: desde pueblos de 20 habitantes que luchan por su presente y su futuro, que cuidan sus tradiciones y al tiempo mancomunan servicios, se asocian para poner en marcha proyectos de interés común; y nada de eso afecta a su identidad. Y hay, en cambio, localidades de 500 vecinos que parecen dormidos.

J.C.: ¿Agrupar municipios?

L.R.: En mi opinión buscar las soluciones en la agrupación de municipios es ilusorio. Eso sí acaba con las señas de identidad sin ganar nada a cambio. Los vecinos agrupados siguen necesitando los mismos servicios y solo habrán ahorrado el coste de media jornada de un secretario de ayuntamiento, cuando en el medio rural justamente lo que hace falta es más empleo público de la Administración. Al final las diputaciones o las comunidades autónomas tienen que seguir atendiendo a la misma población igual de dispersa porque la gente no va a dejar su casa para irse a vivir todos juntos.

V.H.: Hay ejemplos de zonas en donde se hizo esta experiencia de agrupamiento y fue desastrosa: la despoblación se aceleró. En esta comarca de los Montes Torozos somos muchos pueblos pequeños a distancias de 4 o 5 kilómetros unos de otros, y es así desde el siglo XI. Nada que ver, por ejemplo con el norte de Palencia en donde hubo pueblos que crecieron al amor del desarrollo de la minería en el siglo XIX; se acaba la mina, se acaba el pueblo. Son casuísticas distintas y a veces desde las administraciones se tiende a verlo como si todo fuera lo mismo.

V.H.: Nosotros somos ejemplo de supervivencia y eso no impide en absoluto que estemos empeñados en mantener nuestras tradiciones, los saberes, el patrimonio. Queremos ir hacia delante pero sin olvidar de dónde venimos. Por ejemplo, hacemos lo que hemos llamado Talleres de memoria que es juntar a la gente mayor, plantearles algún tema y pedirles que nos cuenten cómo ha sido para ellos a lo largo del tiempo y cómo les contaron a ellos que era antes. Hemos hablado de las bodas, de las fiestas patronales, del carnaval, de labores cotidianas; hemos recuperado los mayos o las cantaradas, una tradición que consiste en la que quien es nuevo en el pueblo paga un cántaro de vino. Investigamos la toponimia… en fin. Yo misma recupero palabras…

J.C.: ¿Me regala alguna de esas palabras?

V.H.: “Cambrija” es lo que se queda en el pelo con la cencellada (la niebla helada). Un “testel” es un trasto. Decimos, no llames a eso árboles, llamale “chaparral” que es como decía mi tatarabuela.

J.C.: ¿En San Pelayo hay muchos servicios mancomunados?

V.H.: Pues no. Pero esta sí que es, para mí, una opción política. Yo soy partidaria de un modelo de comarcalización y la Junta de Castilla León es centralizadora: esos servicios dependen de la Junta. Si nos organizáramos en comarcas y desaparecieran las diputaciones podríamos mancomunar servicios y seríamos más eficientes en la prestación de esos servicios. ¿Ahora? El médico viene 15 minutos un día a la semana, el autobús viene a demanda los lunes… justito, muy justito.

J.C.: ¿Hay un cierto victimismo y, consecuentemente, conformidad en una parte de la población rural?

L.R.: El Estado se ha construido como entidad basada en una serie de políticas liberales que lo que han hecho es destruir y desincentivar la economía y la sociedad rurales. Si estudiamos cómo han sido las políticas hidráulicas, forestales, fiscales y de infraestructuras, etc, nos damos cuenta de que es comprensible ese victimismo porque llevan toda la vida defendiéndose un día tras otro de las agresiones de las distintas administraciones. Por ejemplo, hay una zona de Teruel que en su momento fue el territorio elegido para instalar un cementerio nuclear; no fue adelante el proyecto por la oposición de la gente. Años después la amenaza fue el fracking, una técnica minera como sabemos especialmente agresiva en términos medioambientales. Ahora la pretensión es llenarlo todo de aerogeneradores. Y lo que esa gente quiere es desarrollar una agricultura ecológica, algo perfectamente incompatible con todo lo anterior.

Abundando en lo que ya he comentado, demasiado a menudo las zonas rurales son vistas por distintos agentes económicos (y, lo que es peor, por el propio Estado) como espacios en los que instalar todo aquello que necesita una economía que prima lo urbano y que prefiere no cargar con las molestias que se derivan de la producción de tales recursos.

Y no digo desde luego que lo que acabo de explicar sea la causa de todos los males. Hablaba usted de conformidad. Pues sí, también de eso hay. Es el mecanismo de quejarse por algo, recibir una subvención y hasta la próxima. Y la ineficiencia a veces o algo peor otras: hemos recibido mucho dinero procedente de la Unión Europea que se ha destinado a estupideces como hacer un polideportivo en un pueblo en donde nadie hace deporte o un polígono industrial en donde no hay empresas.

V.H.: Las cosas no pasan por generación espontánea. Yo soy alcaldesa desde 2015 y mi candidatura es la de una plataforma en la que están Izquierda Unida y Equo. Es evidente que hay personas de derechas que me han votado, pero el impulso debe venir de nosotros mismos y todas esas actividades y proyectos tienen poco que ver con el inmovilismo y sí con una dinámica de pensamiento, con una forma progresista de entender la sociedad. No siempre fue así como se comprenderá.

Es verdad que hay alcaldes en esta comarca con los que discuto porque creo que hay que exigir lo que nos corresponde por derecho. Es que las subvenciones que llegan a través de las Diputaciones son finalistas, es decir, se han de emplear en lo que ellos dicen y no en lo que yo decida en el ejercicio de mi autonomía municipal, que para eso me han votado. Y sí, sigue habiendo una suerte de conformidad aliñada de un cierto clientelismo.

J.C.: Europa. A juicio del profesor de la Universidad Autónoma de Madrid, Jesús G. Regidor, la política rural de la UE se ha convertido en un mero apéndice minoritario de la Política Agraria Común (PAC) Y Regidor afirma que este instrumento que en su día levantó muchas expectativas por cuanto se concibió para apoyar el desarrollo económico integral de las zonas rurales, las ha defraudado: “Porque el 97 por ciento de la PAC se dedica mayoritariamente a subvencionar a los propietarios de tierras por sus vínculos con la actividad agroalimentaria o agroambiental. ¿Comparten este diagnóstico que tiene mucho de denuncia?

L.R.: Sí, estoy de acuerdo con Regidor. La PAC es de hecho un conjunto de fondos que lo que hacen es perpetuar las desigualdades entre norte y sur y especialmente entre grandes y pequeños productores. Por desgracia la Unión Europea, más que un proyecto político ilusionante, inclusivo y que genere cohesión social, se ha convertido en un club neoliberal que en el caso agrario lo que buscan, por mucho que publiciten otra cosa y hablen de reformas, es favorecer lo que llamamos agricultores y ganaderos de sofá sin que por parte de la UE se realice, además, ningún control sobre la eficiencia de los procesos a los que se destinan los fondos.

Francamente, no creo que las grandes fortunas de este país precisen de la enorme cantidad de dinero que reciben cada año de la PAC. En cambio, esta política ahoga deliberadamente a los pequeños productores y tiene además un efecto particularmente pernicioso, como no se priman iniciativas de pequeña entidad ni se paga a los agricultores y ganaderos por el mantenimiento del campo, la limpieza de bosques, los trabajos para recuperar especies autóctonas, se pierden herramientas que son fundamentes en la lucha contra el cambio climático.

Insisto, escuchamos constantemente el discurso contrario pero, en la práctica, el reparto presupuestario es injusto y con frecuencia inútil. Y lo que es peor: el maltrato a los pequeños es en gran medida el caldo de cultivo de nacionalismos y populismos que hoy vemos crecer peligrosamente.

J.C.: ¿De qué vive San Pelayo?

V.H.: Del Estado porque la mayor parte de la población es pensionista. De la agricultura ya solo viven dos familias. En cierta ocasión oí un término que me gustó mucho porque define muy bien lo que pasa, los rentatenientes, que son esas personas que van quedándose poco a poco con todorentatenientes porque son quienes disponen de recursos para comprar maquinaria agrícola y en general hacer frente a los gastos de las explotaciones.

¿La PAC? Es algo muy mal planteado; no se puede subvencionar la tierra, deberán destinarse esos fondos a los trabajadores porque si no pasa que las subvenciones sirven para que quien era propietario vaya arrendando las tierras y se compre un piso en Valladolid o en Tordesillas que es, por otra parte, en donde ya viven quienes se van quedando con la tierra. La PAC sirve para generar riqueza en las ciudades, en absoluto en los pueblos.

J.C.: “El 8 de marzo en la calle, rodeada de mujeres que sentía como una verdadera familia, noté que faltaba gran parte de mis raíces y de mis compañeras. Ellas no estaban. Faltaban. Las mujeres de nuestro medio rural. Su ausencia dolía”. Esto escribe María Sánchez, veterinaria rural y escritora (op.cit.) ¿Ustedes también las echaron de menos? ¿En donde estaban? ¿Cual es el papel hoy y en el futuro cercano de las mujeres de nuestros pueblos?

L.R.: No quiero ofender a nadie, pero quizás si no estaban es porque ya no las hay. Quiero decir que el medio rural está hoy muy masculinizado. No sólo es el problema del envejecimiento, es que en muchísimos pueblos más del 60 por ciento de los vecinos son hombres. Ha habido un vaciamiento selectivo también. O una fatal combinación entre un machismo secular y un incentivo para que la mujer salga del campo y se ocupe, de nuevo en las ciudades, de trabajos relacionados con los cuidados, la limpieza doméstica, etc. La política de atracción de nuevos habitantes a las zonas rurales (si es que alguna vez tenemos algo que merezca ser considerado con seriedad) debería primar desde luego la llegada de mujeres jóvenes y profesionalmente cualificadas. Por supuesto que hay casos pero en absoluto es suficiente.

V.H.: Si acentúas la necesidad de poner en marcha políticas específicas sobre la mujer en el medio rural, te pueden llamar de todo y lo más bonito sería feminista radical o algo así. Pero es cierto que es la mujer la que fija población. Habría muchos ejemplos que mencionar pero pensemos en algo bien sencillo: en San Pelayo no hay pediatra como no hay otros servicios esenciales. Si una familia se mueve a Valladolid por ejemplo porque considera que no puede dar una buena vida a sus hijos a falta de esos servicios ¿quien se va primero? Pues la madre con los hijos. El padre sigue viniendo un tiempo a las labores del campo y en cuanto puede encontrar otro medio de sustento también se va. Y no es ese el único fenómeno que opera en este sentido, pensemos también que son  los hombres los que han heredado las obligaciones del campo y es la mujer la que se fue a formarse fuera; cuando vuelves te das cuenta de que no se ha garantizado el trabajo cualificado en el medio rural. Si las mujeres quieren desarrollarse profesionalmente, se van y, en muchos casos, no vuelven.

J.C.: Ecologistas en Acción propuso hace poco una serie de iniciativas; no se ha vuelto a hablar porque llegó la pandemia y silenció cualquier iniciativa. Pero ahí están. Se las resumo: gestión pública de los servicios sociales; mejora de conectividad; erradicar el modelo de extracción masiva de recursos; fomento de las actividades artesanales; recuperación de terrenos comunales, preferiblemente para iniciativas agroecológicas; introducir en el modelo educativo valores asociados a las culturas rurales y de defensa del territorio y su patrimonio natural que permitan una revalorización de la vida y la identidad rurales, así como de la importancia de los trabajos de las mujeres en el sostenimiento de la vida rural. ¿Cómo priorizan los elementos de esta lista? ¿Falta algo?

L.R.: Todas son interesantes y necesarias. Y no se trata de priorizar, sino de convertirlas en medidas concretas y ponerlas en marcha cuanto antes. Por decir una palabra sobre cada una de ellas: no cabe esperar de la iniciativa privada que se sienta atraída por la gestión de los servicios sociales en el medio rural como no sea a precio de oro, de modo que efectivamente corresponde a las administraciones mejorarla y destinar más recursos hoy claramente escasos. Mejorar la conectividad es algo sencillo, la tecnología lo permite hoy sin grandes dispendios. Sin duda erradicar el modelo extracción masiva de recursos es el gran caballo de batalla; como he dicho reiteradamente, nuestro medio rural cumple tres funciones: explicado esquemáticamente, es un parque temático para turistas, un depósito de residuos y un lugar en donde sobreexplotar recursos; quizás las ciudades deberían pagar tasas por el uso de agua que se almacena en el medio rural o la electricidad que se produce igualmente en el medio rural. Sobre la recuperación y el fomento de lo artesanal, es el momento de empezar a repensar nuestro modelo de consumo sobre la base de acabar, por ejemplo, con la obsolescencia programada o reducir sensiblemente la huella ecológica. Si algo ha demostrado esta pandemia es que reducirla, así como los niveles de contaminación, es perfectamente posible. El medio rural ha sido comunal, no público ni privado, y se han cometido verdaderas atrocidades que rayan lo delictivo; ha habido gente que se ha apropiado de terrenos comunales porque sí y es algo que debe ser revertido si es posible. Hay que implementar un curriculum escolar sobre la importancia para nuestras vidas del medio rural, sin crear una falsa imagen de Arcadia feliz, pero fomentando la idea de cercanía. Y, para terminar, la intervención de la mujer es fundamental; alguna vez he comentado que un modo de poner el marcha una política eficaz, de fomentar un cierto dinamismo  -además de otras muchas iniciativas de diferente tipo, naturalmente- sería una cierta discriminación positiva que fomente el trabajo de las mujeres en las administraciones públicas, algunas de cuyas sedes deberían trasladarse; no diría yo que, por ejemplo, el Ministerio del Interior deba estar en Zamora pongamos por caso, pero hay institutos, empresas públicas, delegaciones, subdelegaciones, etc que pueden estar perfectamente alejadas de una gran ciudad sin que ello afecte a su buen funcionamiento.

V.H.: Todo eso es muy necesario. Por empezar por algo sencillo y muy concreto: necesitamos más transferencias a los ayuntamientos y más financiación; y eso, de nuevo, es una opción política. Hace un par de años en Castilla León algunos propusimos algo bien simple: incentivos fiscales para los funcionarios que fijen su domicilio en los municipios en los que trabajan. Ciudadanos y el Partido Popular nos llamaron poco menos que bolcheviques. Si dotas de mayor financiación el área sanitaria, la de transportes, la de educación…si obligas a las grandes operadoras a poner internet en el medio rural…

J.C.: ¿Obligar?

V.H.: Pues sí, aunque podemos usar el eufemismo que más nos guste. Cuando se puso en marcha la TDT, el Gobierno firmó con las operadoras un compromiso, que en 2020 todos los municipios pequeños tendríamos internet de al menos 30 mb por segundo. Está firmado ya. Cúmplase. ¿Y por qué no una empresa pública de telecomunicaciones que se ponga en serio a resolver la brecha digital? ¿Alguien se sorprendió cuando Telefónica trajo la telefonía fija? Pues es lo mismo, un servicio esencial hoy en día.

Sobre la explotación, le diré que el agua de San Pelayo está contaminada por nitratos (abonos, fertilizantes, etc). Claro que hay que priorizar pero en términos de modelo económico y social, que la salud sea antes que el crecimiento. El agua es imprescindible para vivir. No se pueden contaminar los acuíferos; ya está.

Nuestra obligación en las Administraciones es dar razones a la gente para que no se marche. Cada cual en su nivel y con sus capacidades concretas. Si construimos en su momento un centro de convivencia o el parque infantil es porque necesitábamos crear espacios para el encuentro de los vecinos. Hemos de dinamizar la convivencia, ese es el objetivo de que programemos actividades todas las semanas o el del Festival Cuatro Gatos (eso es lo que nos dicen, que en San Pelayo somos cuatro gatos. Por eso elegimos ese nombre) que alberga distintas disciplinas artísticas y culturales. En el medio rural se puede generar cultura y bienestar. Y se puede ser tan moderno como en la ciudades.

           

                                                                                                     Juan Cabrera Padilla es socio de infoLibre

Bores pertenece al concejo de Peñamellera Baja, Asturias. Está en el valle del Cares, entrando por el desfiladero de La Hermida, a escasos 4 kilómetros de Panes, la capital del Concejo. Bores conoció tiempos mejores como atestiguan la marquesina llena de moho de la parada del autobús, la escuela en silente, la vieja sombrilla de Cocacola de la casa de Mari, que fue bar y, sobre todo, las manzanas y las avellanas abonando el suelo sin que apenas nadie las recoja. Hay castaños de más de quinientos años que son monumentos botánicos y testigos de vida y está la fábrica de un palacio del siglo XVI en semirruina que un misterioso comprador adquirió hace poco a precio de saldo. De aquí parten caminos que llevan a unas viejas minas de manganeso, Minas de Arganyón les llaman, a la cueva Subores en donde la gente se refugiaba de los bombardeos en la Guerra Civil en uno de los muchos Guernicas desconocidos que hubo, o a los prados altos de La Ercina en donde aún está la cuadra en la que, en el 47, se suicidó Alejandro del Cerro, miembro de la Brigada Machado. Los emboscados, los del monte les decían por aquí a los últimos guerrilleros, algunos de los cuales (puede que hasta el mismísimo Juanín) pasaron más de una vez la noche en el desván de esta casa. Del Cerro, enfermo, se descerrajó un tiro; estaba cercado por la Guardia Civil que prendió fuego a la cuadra con él dentro.

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