Hay un chiste del recordado y genial humorista Eugenio en el que un atribulado coleccionista de mariposas tiene la mala fortuna de caer a un precipicio de 3.000 metros de profundidad, pero en última instancia logra agarrarse a una rama situada en el borde y desde allí empieza a preguntar: "¿Hay alguien?... ¿Hay alguien? …. ¿Hay alguien?” hasta que, ya desesperado por no obtener respuesta y a punto de desistir y caer irremisiblemente por el precipicio, escucha "una voz profunda, penetrante, con personalidad" (magistral aquí el humorista en el tono) que le "diu": "Sí, hijo mío, está Dios. Sigue mis instrucciones, sin miedo. Suelta tus manos, déjate caer al vacío, que antes de que tu cuerpo se estrelle contra el suelo mandaré 40.000 Ángeles Mayores al mando de mi bien amado Arcángel San Gabriel que batiendo sus potentes alas vencerán la ley de la gravedad y succionando el aire te remontarán otra vez hasta el punto de partida...". "¡Vale! –contesta el angustiado coleccionista– pero... (chillando) ¿hay alguien más?".
Confieso que no encuentro mejor comparación para describir el estado de ánimo que nos invade a la gente que como yo apostó en su momento por la democracia instaurada (no lo olvidemos) en la monarquía de Juan Carlos I de Borbón, sabiendo que no era lo mejor, pero que era lo menos malo de las opciones posibles. El desasosiego y el desencanto que me invade, las sensaciones de vacío histórico que se va apoderando de mi son tan mayúsculas que incluso pienso si no será necesario exorcizar también la memoria histórica de nuestra democracia tras la prolongada caída en el precipicio de la historia reciente de tantos ídolos a los que en su momento venerábamos; el último, a título de Rey, ni más ni menos, que el garante, el vigía y el timón de nuestro moderno Estado democrático, el sin mácula, el-que-todo-lo-hacía-bien, el que “salvó” nuestra democracia, el simpático monarca golfo y mujeriego, el rey que nos caía bien por su campechanía y su cercanía al pueblo…
(Largo silencio)
Es muy fuerte, muy fuerte, tan fuerte que estoy sintiendo cómo empiezo a convertirme en el cazador de mariposas del chiste de Eugenio, y a pensar que todos somos como él, que estamos agarrados a una mata que sobresale del costado del precipicio, y que clamamos desesperadamente a quien sea para que venga en nuestra ayuda, y que oímos la voz del Altísimo pidiéndonos por enésima vez un acto de fe absoluta que ninguno estamos dispuestos a asumir porque sabemos que no hay nadie ahí, en la sima, ni siquiera Dios, que nos pueda salvar… pues todos en los que confiábamos han caído antes que nosotros y no queda ya ni uno...
Ver másVergüenza y culpa
(El asunto me parece tan grave que no sé si incluso saliendo a dar la cara (nos debe una explicación solemne y no precisamente desde el balcón del ayuntamiento de Villar del Río) podría salvar su figura ni lo que históricamente representó pues ahora mismo se me aparece todo lo por él hecho como una gran charlotada (si no villanía) a la que asistí como figurante creyendo que aquello iba en serio… y que al final del recorrido iba a merecer la pena y el sacrificio. Sólo se me ocurre a manera de cataplasma para no caer en la debacle moral ni en el nihilismo absoluto apelar al verso 20 del Mío Cid: “¡Dios, qué buen vassallo, si oviesse buen señor!”.
El problema, grave, es que, como en el chiste, hemos perdido la fe hasta en el Dios salvador, y después ya no hay nadie que pueda acudir en nuestra ayuda y asirnos de la mano…
Francisco Javier Herrera Navarro es socio de infoLibre
Hay un chiste del recordado y genial humorista Eugenio en el que un atribulado coleccionista de mariposas tiene la mala fortuna de caer a un precipicio de 3.000 metros de profundidad, pero en última instancia logra agarrarse a una rama situada en el borde y desde allí empieza a preguntar: "¿Hay alguien?... ¿Hay alguien? …. ¿Hay alguien?” hasta que, ya desesperado por no obtener respuesta y a punto de desistir y caer irremisiblemente por el precipicio, escucha "una voz profunda, penetrante, con personalidad" (magistral aquí el humorista en el tono) que le "diu": "Sí, hijo mío, está Dios. Sigue mis instrucciones, sin miedo. Suelta tus manos, déjate caer al vacío, que antes de que tu cuerpo se estrelle contra el suelo mandaré 40.000 Ángeles Mayores al mando de mi bien amado Arcángel San Gabriel que batiendo sus potentes alas vencerán la ley de la gravedad y succionando el aire te remontarán otra vez hasta el punto de partida...". "¡Vale! –contesta el angustiado coleccionista– pero... (chillando) ¿hay alguien más?".