Ignoro qué sucedía en la prehistoria, el arte rupestre no aborda el tema, pero desde la aparición del Papiro erótico de Turín, hace 3.500 años, el sexo ha dejado su impronta en un vasto legado de piezas pictóricas, escultóricas y literarias en todo tipo de culturas. La sexualidad es algo genético, pero también se trata, sin duda, de un constructo cultural que opera excitando la pulsión sexual del individuo a la vez que la inhibe socialmente. Una contradicción que configura la experiencia del sexo, asunto al que no son ajenas las élites dominantes.
La Iglesia Católica ha adulterado la vivencia sexual condenando toda práctica desligada de la procreación y culpando a las mujeres de ser el origen de algo llamado pecado. No contenta, obliga a sus ministros a la anomalía antinatura del celibato y pide la observación de la abstinencia a los legos como forma de acceso directo a dios. Entre otras incongruencias sexuales que impone a creyentes y ateos, destaca el oxímoron de la virgen madre. Digamos que la religión actúa como bromuro espiritual para contener a los hombres y maniatar a las mujeres.
Ignora la Iglesia a biólogos y psicólogos que advierten de que semejantes dislates físicos y racionales llevan a la desafección espiritual como paso previo al alejamiento y posterior abandono de su fe. En una naturaleza sabia donde el organismo procura satisfacer todas sus necesidades, las fisiológicas y las placenteras, acucia al clero la líbido lo mismo que a la feligresía, sólo que en su caso el nivel de depravación sexual alcanzado por algunos afectados del celibato requiere asistencia especializada superior, psiquiatras y neurólogos, para refrenarlos. Al cobrar sentido el capricho de Goya “El sueño de la razón produce monstruos”, la sociedad debería exigir una Justicia terrenal que proteja a las víctimas, que ya está bien de tribunales eclesiásticos y del cuento del juicio final.
La Iglesia Católica ha adulterado la vivencia sexual condenando toda práctica desligada de la procreación y culpando a las mujeres de ser el origen de algo llamado pecado
La detención de un depredador sexual en Vélez Málaga sería una más en la cruel letanía de la violencia machista si no fuera por la grave circunstancia que atañe al jaez de quienes, cometido el pecado/delito, se han afanado en recatarlo. La jerarquía católica de España, desde Bernardito Auza hasta Jesús Catalá, pasando por Gil Tamayo, es conocedora de este pecado y partícipe del encubrimiento del delito. Pero lo más grave es que la actuación en este caso es el modus operandi habitual de esta banda en los criminales casos de pederastia que la Conferencia Episcopal se resiste a que sean investigados.
El proverbial magisterio de la Iglesia, adquirido por ciencia infusa, difusa y confusa es un colosal fraude ético, en tanto anula la conciencia individual autónoma, y moral, en cuanto trata de imponer sus reglas a la sociedad. La Iglesia pontificia, junto a fuerzas políticas arcaizantes como ella, en temas a los que es ajena, como la familia, y otros en los que sienta cátedra, como la diversidad afectiva y sexual practicada entre profesos o con personas laicas. El conservadurismo político y religioso se niega a perder los privilegios disfrutados a lo largo de la historia, entre ellos el derecho de pernada para reyes y aristocracia y la abstinentiae exemptio o bula sexual para la clerecía.
La mayor amenaza para la sociedad es la secular y consentida tendencia del integrismo católico a interferir en la Educación Pública para adoctrinar a la infancia y la juventud en su visión represora de la sexualidad, entre otros disparates, como sus colegas islamistas y zelotes hacen. La educación es el caldo de cultivo ideal para inocular los letales virus de la misoginia y la homofobia que incuban las mentes de buena parte de la sociedad y dan como resultado el rosario infinito de agresiones físicas y psicológicas a quienes no aman y no fornican como su dios manda. De pecar contra el IX y el VI mandamiento a hacerlo contra el V hay un suspiro: este año ya van 50, si se confirma ésta.
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Verónica Barcina es socia de infoLibre.
Ignoro qué sucedía en la prehistoria, el arte rupestre no aborda el tema, pero desde la aparición del Papiro erótico de Turín, hace 3.500 años, el sexo ha dejado su impronta en un vasto legado de piezas pictóricas, escultóricas y literarias en todo tipo de culturas. La sexualidad es algo genético, pero también se trata, sin duda, de un constructo cultural que opera excitando la pulsión sexual del individuo a la vez que la inhibe socialmente. Una contradicción que configura la experiencia del sexo, asunto al que no son ajenas las élites dominantes.