Los indultos, como ejemplo de concordia democrática

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José Manuel González de la Cuesta

A nadie que haya ido leyendo mis comentarios en los últimos tiempos, se le escapa que siempre he estado en contra de que se encarcelara a los líderes del procés, no porque sea yo un independentista catalán en ciernes, sino porque me pareció un despropósito que se metiera a gente en la cárcel acusándolos de delitos de sedición, rebelión, etc., que en España parecen más propios de una dictadura que de una democracia.

Por eso, solo puedo aplaudir que a ambos lados del Ebro se empiece a imponer la cordura política y se avance en la finalización de un conflicto que ha tenido como actores principales a todos aquellos que les venía bien alimentarlo, para estar vivos en política o para ocultar sus deficiencias como gobernantes.

Los indultos son necesarios por varias razones: por la normalización de las relaciones entre el Gobierno central y el catalán; por simple y pura justicia democrática y porque un país no puede vivir de espaldas a la realidad territorial que alberga, nos guste o no nos guste esta. En democracia todo se puede pactar y acordar si hay voluntad para ello. Incluso los que ahora piden mano dura contra el nacionalismo catalán, desde el nacionalismo español, se llenaban de dignidad cuando ETA mataba sin descanso y con desatino en sus postulados nacionalistas, clamando que sin violencia todo cabe en democracia. Parece que ahora eso no vale; quizá porque no se ajusta a sus intenciones de una España única y universal en su libertad castiza.

Ese nacionalismo español tan justiciero, de Santiago y cierra España, alter ego del nacionalismo independentista catalán de cuanto peor mejor, parece que afortunadamente se está quedando solo, perdido en la inmensidad de la plaza de Colón, como rompeolas de todas las Españas ajenas a la periferia y su otro modo de ver lo que debe ser un país incluyente de todos sus territorios. No solo el Congreso, mayoritariamente, se ha mostrado partidario de los indultos y la nueva vía de entendimiento que se abre entre el Gobierno central y el catalán. También los sindicatos, los empresarios, una gran parte de la sociedad civil y muchos demócratas que ponen por delante de la bandera y el himno nacional, el bien de la nación, el respeto a la pluralidad territorial, y el bienestar de los españoles, por encima de todo.

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Se quedan solos en su defensa airada del nacionalismo rancio español, testamentario del franquismo y, si vamos más lejos en la historia, heredero de los Decretos de Nueva Planta que impuso la dinastía de los Borbones en España, generando un conflicto que hoy, todavía, no se ha resuelto. Quizá porque necesitan tapar con esa cortina de humo sus corrupciones, la apropiación del aparato del Estado para proteger sus intereses, el olvido de una gran parte de los españoles a los que han abocado a la pobreza debido a sus políticas de desigualdad y protección de los ricos, o aparecer como importantes cuando la sociedad española ya los ha condenado al olvido.

Bienvenidos los indultos, porque son un ejemplo de concordia democrática y pueden ayudar a superar ese nacionalismo en nombre de la unidad de la patria, que tanto daño está haciendo a España. En cuanto a las consecuencias para el independentismo catalán, nadie lo ha explicado mejor que la presidenta de la Asamblea Nacional Catalana, Elisenda Paluzie: “Los indultos si llegan no serán un éxito. De hecho, serían una decisión política inteligente del Gobierno español contra el independentismo. No sólo porque quedan fuera los exiliados y los 3.000 represaliados sino porque políticamente nos desarman e internacionalmente son nefastos”.

José Manuel González de la Cuesta es socio de infoLibre

A nadie que haya ido leyendo mis comentarios en los últimos tiempos, se le escapa que siempre he estado en contra de que se encarcelara a los líderes del procés, no porque sea yo un independentista catalán en ciernes, sino porque me pareció un despropósito que se metiera a gente en la cárcel acusándolos de delitos de sedición, rebelión, etc., que en España parecen más propios de una dictadura que de una democracia.

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