En agosto de 1789, la Asamblea Nacional Constituyente francesa aprobó la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano. Dos años más tarde, Marie Gouze —más conocida como Olympe de Gouges— escribió una Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana. Lo que su Déclaration des Droits de la Femme et de la Citoyenne añadía era la presencia de la mujer, ausente en el texto y en el espíritu de la del 89.
Y es que el lenguaje nunca es neutral. Describe desde una realidad cultural e ideológica con tanta precisión como oculta otras. Que el género gramatical masculino sea en español el género inclusivo desde luego no es casual, como no es casual que se hereden los apellidos paternos, el del padre y el del padre de la madre. En ambos casos, y en tantos más, se transmite una determinada forma de entender el mundo: la prevalencia del varón, de la "mirada masculina".
Quiero pensar que si no en el texto sí, en el espíritu de la Constitución del 78, la mujer estaba implícitamente incluida en todas las expresiones masculinas utilizadas —los ciudadanos, ningún español, los españoles, todos tienen, los profesores, los padres, los trabajadores...—, sobre todo porque hay ejemplos concretos en el texto que lo evitan —la dignidad de la persona, toda persona, todas las personas, nadie, el hombre y la mujer, la reina consorte o el consorte de la reina... Hacer extensivo ese cuidado a todo el texto para marcar la presencia de la mujer en plena igualdad no me parece ni difícil, ni disparatado. Quizá haya problemas más importantes, pero este no es menor porque, insisto, el lenguaje no es neutral.
En los estudios de género se utiliza la metáfora "suelo pegajoso" —sticky floor— para describir lo que ata a las mujeres a la precariedad. Que la RAE haga el esfuerzo de explicitar la presencia de la mujer hasta ahora implícita en nuestra Constitución no sería un mal servicio para la convivencia y contribuiría a limpiar el pringue incrustado, aunque el sillón "T mayúscula" se tambalee.
Jesús Pichel Martín es socio de infoLibre
En agosto de 1789, la Asamblea Nacional Constituyente francesa aprobó la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano. Dos años más tarde, Marie Gouze —más conocida como Olympe de Gouges— escribió una Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana. Lo que su Déclaration des Droits de la Femme et de la Citoyenne añadía era la presencia de la mujer, ausente en el texto y en el espíritu de la del 89.