Dos fantasmas recorren las estructuras de las democracias en Occidente: el avance imparable (de momento) de los populismos de extrema derecha y la judicialización de la política.
Los populismos de extrema derecha no son todos iguales, entre otras cosas porque son fruto del malestar de sus propias sociedades, a las que se les han añadido los elementos nacionalistas que les son propios. En Hungría, Viktor Orban, aprovecha la “cultura” que en muchos sectores de la sociedad pervive sobre el machismo y la sexualidad, herencia del “Zarato Ruso”, mientras que en su vecina Polonia el peso de la iglesia católica sigue siendo abrumador. Por el contrario, en la liberal Francia el respeto a la vida sexual de cada uno o el derecho al aborto no son materia de debate político para Le Pen. En España, Vox es un “totum revolutum”, pero prevalece su sello franquista y el odio al inmigrante.
Al otro lado del Atlántico, Trump consiguió conectar con la América profunda y el extremismo religioso del Partido Republicano para quienes el Estado es su principal enemigo. Bolsonaro es la versión latina del “Tío Sam”, emparentados los dos por la ignorancia. Las extremas derechas del mundo cuentan con el gran aliado del siglo XXI: la liquidez del pensamiento. El bombardeo incesante, atropellado, agresivo, sin filtros, de los miles de mensajes fabricados por “ejércitos” al servicio de los trumps que se replican sin rubor, sabedores de que siempre hay “agua en la piscina” (Ayuso en Madrid).
Putin se mueve como pez en las aguas turbulentas de las frágiles democracias. Todas las extremas derechas del mundo lo adoran y su amistad con algunos de sus líderes nunca se han escondido. Su influencia en el Brexit, en Cataluña, en las elecciones norteamericanas, en la caída del gobierno de Mario Draghi… forma parte de su particular “geoestrategia” para debilitar las “decadentes e impías” democracias occidentales.
El flanco, por tanto, está cubierto y los demócratas y progresistas carecen (de momento) de instrumentos para su combate. El segundo fantasma que recorre las estructuras democráticas ha salido de los herederos del mismísimo Montesquieu. El poder judicial se ha convertido, de facto, en una suerte de Tercera Cámara al servicio de las fuerzas reaccionarias y del poder, cuando éste lo detentan los partidos de derechas. El ejemplo más claro es el actual Tribunal Supremo de los Estados Unidos que no sólo aborta las iniciativas gubernamentales, sino que anula derechos civiles conquistados hace 50 años.
Los jueces (salvo excepciones) se han convertido en los “caballos de Troya” de la derecha y extrema derecha para revertir la voluntad popular o impedir el acceso al poder de fuerzas progresistas. Es la Lawfare. Lo hicieron con Lula hasta meterlo en la cárcel. El juez Moro fue su verdugo y, como premio, Bolsonaro lo nombró ministro de justicia. Lo hicieron con Dilma Rousseff… ¿Qué ocurrirá cuando las elecciones estén más cerca en Brasil? Lo hicieron con Evo Morales, hasta que “se cargaron al indio de mierda” (Vargas Llosa como principal agitador).
En España, algunos jueces se llevan la palma. Sin ningún rubor jurídico aceptan a trámite querellas que sonrojarían a cualquier estudiante de primero de Derecho. Son más de 15 las querellas presentadas contra Pablo Iglesias y archivadas dos o tres años después porque no existía el más mínimo soporte o evidencia jurídica. Pero, mientras tanto, los “supuestos delitos” de Iglesias, cumplieron su función de “penas de telediario”, tertulianos agresivos, columnistas y toda la derecha mediática se han empleado a fondo. Ninguno ha pedido perdón una vez archivadas las causas, pero el “producto” ya estaba colocado (como diría Steve Bannon).
Pero quizás el más mediático y la caza mayor, más deseada por los dueños del poder ha sido la cabeza de José Antonio Griñán, ex presidente andaluz del PSOE, por el caso de los ERE. Todavía no existe sentencia, pero se ha adelantado (a efectos de condena de telediario) su condena a prisión (seis años). De los cinco magistrados sentenciadores, dos emitirán su voto particular por no estar de acuerdo con la sentencia. El tribunal ha dado por buena la particular y “sui géneris” interpretación que la juez instructora, Mercedes Alaya, hiciera del caso. En efecto, los magistrados de la Audiencia no condenan a Griñán por llevarse dinero, ni por dárselo a otros, ni a familiares ni amigos, sino porque “era una posibilidad el que él conociera que dichos fondos pudieran salir sin control con destinos ajenos”. “Todo lo contrario iría contra la lógica y las máximas de la experiencia” (En Estrasburgo deben estar templando ante tal aberración jurídica). Los tres magistrados pasan por alto u olvidan que el Parlamento de Andalucía se pronunció favorablemente (incluidos los diputados del PP) sobre los ERE... ¿Recuerdan el impeachment a Dilma Rousseff? Calcado.
Y rematan, “resulta contrario a la lógica y al desempeño mínimamente diligente de la alta función pública que la viceconsejera no le informara”. Esta es la “pistola humeante” que ha determinado la sentencia de culpabilidad de José Antonio Griñán. El delito de malversación retorcido hasta sus últimas consecuencias para que “encaje” en la culpabilidad a Griñán, en contra del criterio del juez del Supremo, Jorge Barreiro y de las dos magistradas del Supremo que han votado en contra y en septiembre harán pública su voto particular.
Mientras tanto, un día sí y otro también, continúan apareciendo los testimonios, los audios, las conversaciones zafias, vulgares, las facturas del enriquecimiento ilícito, la fabricación de pruebas falsas contra los líderes de Podemos e independentistas catalanes por parte de la todopoderosa Secretaria General del PP, María Dolores de Cospedal y del ex ministro del Interior de Rajoy, Fernández Díaz (sí, el mismo de misa diaria y que condecoraba a las vírgenes). Y no pasa nada. Porque el CGPJ es suyo, el Tribunal Supremo es suyo, el Tribunal Constitucional es suyo. ¿Para qué cambiarlo?… como lo es el Tribunal Supremo de los Estados Unidos de Trump. Lo dejó todo bien atado para volver.
Mientras, el presidente del TSJ de Castilla y León, José Luis Concepción Rodríguez, se pasea impúdicamente (e “imparte justicia”) después de comparar al PCE con los nazis y señalar que, en España, “la democracia se pone en solfa” porque el PCE está en el gobierno. Y no pasa nada porque está “amparado por la libertad de expresión”, señalan sus compañeros jueces.
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Marcelo Noboa Fiallo es socio de infoLibre.
Dos fantasmas recorren las estructuras de las democracias en Occidente: el avance imparable (de momento) de los populismos de extrema derecha y la judicialización de la política.