El mal

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Antonio García Gómez

No se trata de maldad, ni siquiera se trataría de la banalización del mal, ni tampoco aquello de que a la fuerza ahorcan, cuando ya se percibe, en nuestro país, que cuando Feijóo, el señor del PP, el del partido de derechas de toda la vida, el del “como dios manda”, el que tiene incorporado a su ADN la corrupción desde sus tiempos épicos, el mismo que enaltece a una señora presidenta que mezcla “churras con merinas” a conciencia, con aviesa intención de confundir y meter una y otra vez el dedo en el ojo de la convivencia, incluso de discrepantes, como para afirmar aquello de que, acusando al gobierno de la nación, de “porros sí, pero un niño un bollo no”, como si pretendiese lograr demonizar a dicho gobierno central que, según la versión de la presidenta madrileña, estuviese animando al consumo generalizado de porros de hachís y otras malas hierbas, y haciendo alarde, al mismo tiempo, de intolerancia frente a la bollería industrial, esa misma que perjudica la salud de la infancia si su consumo es frecuente y que, por lo visto, es un tema baladí para la gobernanta desahogada que acusa en falsa y promueve también en falso, con una frivolidad espantosa que, también por lo visto, cuela, al menos en los bolsillos de quienes han de conformarse con un bollo de infrasaludable composición.

Y así hasta lograr enseñorear el mal en la res pública con efectos tan impredecibles como, seguramente, irreversibles, precisamente para todos y todas, empezando por las más vulnerables. Porque, en realidad, a esa gente de la derecha lo que menos les importa es la salud, entre otras cosas sustanciales, para la plebe, en general.

A la vista del emponzoñamiento creciente del tal empobrecimiento moral en el ambiente que asusta y alarma, a costa de mirar hacia otro lado, mientras se soslaya el peligro que nos acecha, para cuando ya sea demasiado tarde, dando por buena la desigualdad que corroe y fagocita cualquier otra esperanza limpia y decente.

Y es que, por mucho que lo tratemos de obviar y evitar el catastrofismo: “Estamos ante la escalada de la falta de humanidad y el hundimiento de la humanidad, la escalada del simplismo y el hundimiento de la complejidad. Y, sobre todo, la escalada hacia una guerra mundial que supone el hundimiento de la humanidad en el abismo. Ante la pregunta que se plantea a continuación: ¿Podremos escapar de esta lógica infernal?”. Edgar Morín. 

Con un balance trágico, en otro orden, de 60 civiles aplastados, desaparecidos, reventados, asesinados por causa del bombardeo de misiles rusos sobre una escuela en Bilohorivka, en Ucrania, con un impacto mediático paralelo cada vez menor. Al mismo tiempo que se sabe que el gobierno talibán de Afganistán ha vuelto a poner el vigor la obligación de que las mujeres aparezcan en todos los lugares públicos cubiertas de arriba abajo, incluso en su casa si hay visitas masculinas. Y cada día nos importa un poco menos el sufrimiento de miles, de millones de compatriotas de esta, nuestra, “aldea global”.

Casi simultáneamente  cuando se constata, asimismo, que en Sudamérica, con una población de 660 millones de personas, 60 millones de ellas pasan hambre a diario y 220 millones no tienen asegurada la comida al día siguiente. Y sigue sin importarnos ni mucho ni poco.

Mientras siguen las matanzas en Mali, los desaparecidos de las pateras que intentan llegar a Europa, el avance del reduccionismo ideológico que intenta “echarnos hacia atrás en el tiempo y en los derechos”, especialmente en los de las “mujeres pobres”, como con el asunto del intento del Tribunal Supremo estadounidense de prohibir el derecho al aborto en aquellos Estados que lo soliciten, como cuando ya se practica “el traslado forzoso”, desde Reino Unido, desde Dinamarca… y desde otros países “muy civilizados occidentales” puestos a la cola de ejercer “el mal” sin coste alguno, de migrantes “alegales” hacia Ruanda, quieran o no, condenados a no ser nada o menos que nada en su desventurada existencia…

Y aún se teoriza, se parlotea, se encienden los fervores ideológicos, patrioteros, confesionales… por la gracia que les concede a los poderosos la potestad de seguir dañando a esa humanidad que ya se siente tentada de ¿rendirse de una vez?

Y se miente, se vuelve a mentir y, de nuevo,  se reincide en… la mentira, por mor de la vuelta al poder como sea y al precio que cueste.

Antonio García Gómez es socio de infoLibre

No se trata de maldad, ni siquiera se trataría de la banalización del mal, ni tampoco aquello de que a la fuerza ahorcan, cuando ya se percibe, en nuestro país, que cuando Feijóo, el señor del PP, el del partido de derechas de toda la vida, el del “como dios manda”, el que tiene incorporado a su ADN la corrupción desde sus tiempos épicos, el mismo que enaltece a una señora presidenta que mezcla “churras con merinas” a conciencia, con aviesa intención de confundir y meter una y otra vez el dedo en el ojo de la convivencia, incluso de discrepantes, como para afirmar aquello de que, acusando al gobierno de la nación, de “porros sí, pero un niño un bollo no”, como si pretendiese lograr demonizar a dicho gobierno central que, según la versión de la presidenta madrileña, estuviese animando al consumo generalizado de porros de hachís y otras malas hierbas, y haciendo alarde, al mismo tiempo, de intolerancia frente a la bollería industrial, esa misma que perjudica la salud de la infancia si su consumo es frecuente y que, por lo visto, es un tema baladí para la gobernanta desahogada que acusa en falsa y promueve también en falso, con una frivolidad espantosa que, también por lo visto, cuela, al menos en los bolsillos de quienes han de conformarse con un bollo de infrasaludable composición.

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