El mundo en el que vives (II)

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Fernando Pérez Martínez

Enseñamos a nuestros hijos a alimentarse y a disfrutar de los goces del paladar con unos productos que en diez o veinte años convertirán a buena parte de ellos en clientes crónicos de la producción de las farmacéuticas. Las amorosas manos de los papás y de las mamás introducen venenos en sus tiernas y golosas boquitas. Las grasas más bastas atascarán prematuramente sus arterias, los azúcares más baratos y dañinos, en dosis letales, transformados en golosinas aparentemente inofensivas, que cariñosamente llamamos chuches, acabarán silenciosamente con una buena parte de ellos en pocos años ciegos o conectados a una máquina de diálisis de por vida. Trabajamos inconscientemente para ellos, para los siniestros gestores del conocimiento farmacológico. Y ellos no son buenos, ellos son lo más dañino que le ha pasado a la humanidad desde que se inventaron los dioses psicópatas y desequilibrados necesitados del castigo eterno para hacerse amar.

¿Qué haremos cuando dispongamos de suficiente información veraz? Yo os diré mis sospechas: nada. Erosionaremos la realidad a base de negarla con los más peregrinos y pueriles argumentos.

En el año 2015, la OMS publicó las conclusiones que centenares de estudios independientes desarrollados por los más eminentes científicos expertos en nutrición humana, en patologías derivadas de la alimentación, médicos expertos en nutrición, oncólogos experimentados en desarrollo de diversos tipos de cáncer asociados al consumo de carne y otros estudiosos de las enfermedades que diezman la salud de los habitantes de las zonas más desarrolladas del planeta, que establecían sin ningún género de dudas la relación directa entre el consumo de carne y desarrollo de enfermedades oncológicas, o lo que es lo mismo, comer carne da cáncer. Cuando esta noticia apareció en los telediarios de nuestro país se formó cierto revuelo equiparable al alboroto en el gallinero cuando se detecta la presencia del zorro, aplacado rápidamente por las declaraciones de carniceros, charcuteros y honradas gentes del ramo que afirmaron tranquilizadoramente que el género que vendían en sus establecimientos era de primera calidad y que las conclusiones de todos esos estudios eran una sarta de patrañas de gente que no sabía de la misa la mitad. Con lo que el público recuperó la calma y volvió con redoblado entusiasmo al consumo tradicional de derivados cárnicos y casquería fina de cinco días en semana que es lo que hacen los sectores adinerados de la población, que esos sí que saben.

Los derivados cárnicos destinados a la alimentación humana son portadores de toxinas que están relacionadas inequívocamente con el desarrollo de enfermedades oncológicas por una frecuencia en el consumo superior a las dos veces por semana. Este es un conocimiento de dominio público que no ha tenido efecto perceptible en los hábitos alimentarios de la población española dos años después de su difusión, si bien contrarrestada eficazmente por las argumentaciones inapelables procedentes del gremio de la industria chacinera: la carne es buena y sana. Hasta qué punto es sana que es portadora de todo tipo de derivados farmacológicos que se inyectan en la sangre de los animales destinados al consumo humano como hormonas, esteroides, antibióticos y demás productos químicos que, unidos a los derivados de los plaguicidas que absorben los vegetales que comemos, forman un cóctel diabólico responsable de la cada vez mayor ineficacia de los medicamentos convencionalmente usados para combatir infecciones que amenazan la salud de la población y que por el abuso en su utilización inconsciente contribuyen a fomentar la resistencia a los medicamentos de dichos agentes infecciosos.

La sangre humana es portadora de decenas de sustancias que no debían estar ahí, como metales pesados, productos químicos tóxicos, anabolizantes, antibióticos cuyos efectos nada beneficiosos para la salud humana van dando la cara poco a poco. Uno de los efectos ya comprobados es el progresivo aumento de la tasa de infertilidad de los humanos debida a la cada vez más baja calidad de los espermatozoides o el aumento de la tasa de cáncer desarrollado por menores de edad. __________________

Fernando Pérez Martínez es socio de infoLibre

Enseñamos a nuestros hijos a alimentarse y a disfrutar de los goces del paladar con unos productos que en diez o veinte años convertirán a buena parte de ellos en clientes crónicos de la producción de las farmacéuticas. Las amorosas manos de los papás y de las mamás introducen venenos en sus tiernas y golosas boquitas. Las grasas más bastas atascarán prematuramente sus arterias, los azúcares más baratos y dañinos, en dosis letales, transformados en golosinas aparentemente inofensivas, que cariñosamente llamamos chuches, acabarán silenciosamente con una buena parte de ellos en pocos años ciegos o conectados a una máquina de diálisis de por vida. Trabajamos inconscientemente para ellos, para los siniestros gestores del conocimiento farmacológico. Y ellos no son buenos, ellos son lo más dañino que le ha pasado a la humanidad desde que se inventaron los dioses psicópatas y desequilibrados necesitados del castigo eterno para hacerse amar.

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