Ni tanto, ni tan poco

Antonio García Gómez

Uno no sabe muy bien qué es lo más acertado, porque, tal vez, quien habla y escribe un poco a ciegas, aunque con un panorama creciente, nítido y concluyente, pone en cuestión algunas cosas como si fuesen verdades.

Me refiero al asunto de la salud mental, la misma que hasta hace poco tiempo asustaba y ahora mismo forma parte de la conversación cotidiana, con cierta frivolidad añadida, según uno cree, en la idea de que cuanto más se habla de algo más deja de tener la importancia que debiera.

Hace pocas fechas leí que una sobrina de la reina Letizia había confesado que su primer ataque de ansiedad lo tuvo con cuatro años. Hace menos tiempo aún escuché a una pareja de famosos, triunfadores en lo suyo, felices y amados, que ellos acudían y disponían de un terapeuta particular, por descontado que privado.

Hace también muy poco, una niña de once años, recién iniciado el curso, armó una zapatiesta en el aula de cuidado, atacando a varias compañeras/os, con violencia, sin atender a ninguna consideración. Llevada a la jefatura de estudios la niña explicó, con mucha tranquilidad y naturalidad, que, en realidad, “solo había tenido un ataque de ira”.

Mi tío carnal, hermano de mi madre, al que no llegué a conocer, al regresar de la guerra civil del 36 al 39, se mostró taciturno, ensimismado, cerrado sobre sí mismo, desinteresado aparentemente por cuanto sucedía a su alrededor, así me lo comentó mi madre. Hasta que, llevado ante un especialista, se decidió su ingreso en el Sanatorio mental de Bermeo de por vida. Es decir, mi tío llegó de la guerra, derrotado y “enloquecido”, tanto que no volvió a salir a la calle. Mi abuelo le visitaba una vez al mes hasta que este murió. Luego aún pasaron unos años de olvido, misterio y miedo sobrevolando a la propia familia por si el mal de mi tío fuera a ser hereditario.

De entonces a hoy ha transcurrido el tiempo y ha avanzado la ciencia y también la humanidad.

Y efectivamente la salud mental parece que ha tomado cierta relevancia, social, médica y profesional, aunque a veces uno dude de que no haya algún tipo de banal empacho por apuntarse a la salud mental, como si se tratara de una moda. Ojalá estuviera muy equivocado. Será que esté asomando ese déficit en la comunicación, incluso entre iguales, esa falta de empatía propia de los tiempos, esa predilección por los asuntos más banales sobre la propia esencia del ser y del sentir, lo que acabó llevando a tantos jóvenes a acudir al “espejo del terapeuta” que les permita “reconocerse” escuchándose, para bien, para mal, para aceptarse, para corregirse… mientras, a su vez, tal vez problemas más gordos de salud mental se solapen bajo la marea actual.

Uno percibe que, tal vez, se esté abusando de ir corriendo a cobijarse bajo esos términos que intentan sustituir estados de ánimo que nada tienen que ver con una patología cierta de problemática mental

Hace años tuve una amiga, una mujer casada, probablemente desencantada, que había entrado en una fase de inane actividad en su cotidianidad, como si hubiera dejado de tener ganas e ilusión por todo, de entreguismo y abandono, repitiéndose, repitiendo que… había caído en una depresión. Recuerdo que el especialista que la atendía le indicó que tuviera cuidado con esa tendencia sobrealimentada a darse por “depresiva”, cuando resulta que, en sí misma, una depresión es algo tan grave como para no adelantarse a un diagnóstico muy especializado y contrastado.

Y uno percibe que, tal vez, se esté abusando de ir corriendo a cobijarse bajo esos términos que intentan sustituir estados de ánimo que nada tienen que ver con una patología cierta de problemática mental, mientras se abandona a la primera la propia y básica lucha, humana, imprescindible, para mantenerse en forma “mentalmente”.

Aunque resulte más fácil acudir al placebo, al especialista sucedáneo de los recursos propios, incluso a la propia moda de sentirse a merced de cierta falta de salud mental que, a menudo, solo mostraría debilidad de carácter social, la realidad es que hay que ser sensato, no caer en no solucionar nada y así no distorsionar la relevancia de este área médica. Tal vez esto se deba a que uno se ha sumergido de lleno en la incomunicación lograda tras haberse “comunicado” a tiempo completo, a todas horas, cada minuto de nuestro tiempo dependiente y obsesionado por ser admitido/a en el nuevo mundo de la realidad virtual de las redes sociales… de las que es tan difícil escapar..   

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Antonio García Gómez es socio de infoLibre.

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