Paródico

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Antonio García Gómez

El franquismo, en nuestro país, fue vencido a partir del surgimiento de la clase media, la misma que pudo comprarse el coche y el apartamento, y permitiera crecer a sus hijos en un estado de semilibertad tan envidiable como inevitable.

Hasta hoy en día en que los miserables nostálgicos sueñan, qué torpes o qué desorientados, con resurgir el franquismo que ya huele a rancia mojama y dormía el embalsamiento de los malos recuerdos.

Luego llegaron las “crisis”, la del petróleo y el encarecimiento del nivel de la vida, la de la producción reconvertida y la deslocalización sobrevenida, la del sometimiento de la sindicación y la asunción de la inopia en la que nos envolvieron, indefensos ya, según nos íbamos creyendo que iban a ir revalorizándose hasta el infinito la mierda de patrimonio que nos dejaba eclipsados, mientras nos íbamos empeñando “por encima de nuestras posibilidades”. Hasta que estalló definitiva y devastadora la burbuja inmobiliaria y la deuda infranqueable, y descubrimos entonces que todo había resultado un espejismo muy a la baja, muy en precario… en manos de los mismos amos y somatenes que nos habían animado a gastar, a gastar, que era el tiempo del vino y las rosas.

Y pasamos a formar parte del gran final, la triste traca, del “imperio occidental”, el mismo que se las prometió tan felices, desde los inicios de las primeras revoluciones industriales, en brazos de las leyes del mercado, implacables, mientras los niños trabajaban a destajo y los hombres morían jóvenes, en el tajo de la desesperación y la penuria, y nacían las doctrinas sociales que también se pasaron de frenada, seguramente, mientras eran demonizados sin redención posible los movimientos sociales y socialistas en detrimento de un poder económico que estuvo listo para reaccionar a tiempo, cuando se inventaron los nacionalismos, las identidades, junto a los totalitarios y las dictaduras disfrazadas de “democracias orgánicas”.

Pero la codicia no tiene límites, y cuando mejor creímos que nos iría llegó el descubierto del “nuevo mundo”, a finales del siglo XX, de las nuevas posibilidades universales, imparables, amorales, de la aldea global y de los barrios de la periferia que sobrevivían tan abandonados como olvidados. Y entonces se constató que, tras la alienación laboral, la producción en cadena y las reivindicaciones sindicales… los trabajadores se habían subido a la parra, los salarios eran cada vez más altos y los costes ¿inasumibles?, al menos en el mismo centro de la… aldea global. Bueno, pues por eso mismo, y por tanta promesa incumplida de un mundo feliz que devino en un tiempo de la ley de la selva.

Y también se descubrió que, al por mayor, los costes de transporte no alteraban el mismo coste del producto, y que en aquellos barrios alejados del centro, allá como en el Oriente relegado y humillado desde la guerra de los Boers y la descolonización a la vietnamita, con derrota norteamericana incluida, se podía abrir un nuevo acaecer con otras posibilidades muy halagüeñas y rentables, con millones de nuevos “esclavos” felices de incorporarse al futuro insensible y ajeno a los derechos humanos.

Y entretanto en nuestro país, “300 iluminados arriba o abajo” pusieron de moda “la movida” que “colocó” y entretuvo a muchos, mientras los estadios los llenaban Los Chunguitos y Barón Rojo, despreciados, mientras la zapa de los poderosos ya debilitaba el tejido social cuando nos llegamos a creer que podríamos estar al cabo de nuestras “modernidades”, engreídos de tanto desbarre artificioso.

Y la industria se trasladó, a la chita callando, “se deslocalizó”, a China y aledaños satélites, por una ínfima cantidad de presupuesto y explotación salvaje, sin necesidad de dar cuentas a ningún organismo humanitario y social, mientras nuestro “imperio occidental” entraba en barrena, en un perpetuo último canto del cisne, hasta que los millones comenzaron a multiplicarse y la desigualdad a hacerse sangrante e injusta realidad, porque ya no se trataba de lo que se producía y se vendía, sino de lo que se especulaba, con unos márgenes tan indecentes como desproporcionados.

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Hasta lograr un nuevo espejismo, en el que el “viejo” imperio ya languidece, como si de un usuario vicioso se tratara, dando las últimas bocanadas al servicio del nuevo mundo, ante los nuevos y fantasmagóricos dueños del mundo que seguirán chupándonos la sangre, el alma y vaciándonos los bolsillos, predicando lo contrario, como si de un oxímoron se tratara, como deseable, al grito de “libertad”, libertad para tomarse unas cañas y seguir maldiciendo el futuro tan negro que tienen ante sus vidas nuestros hijos, nuestros jóvenes, nuestros viejos “parados”, ansiosos por seguir consumiendo hasta… el último aliento.

Al tiempo que aún se conserva cierta esperanza, mínima, en el barrio aristocrático del “viejo Occidente”, en el que aún se añoran tiempos mejores, donde se está vacunando, por ejemplo, a buen ritmo, rozando el 50% de la población, en sangrante contraste con quienes nos abastecen, allá en China, también por ejemplo, donde la vacunación de los “suyos” apenas roza el 3,5% de su población. Sintomático y aviso para navegantes, una vez vendida nuestra alma al diablo.

Antonio García Gómez es socio de infoLibre

El franquismo, en nuestro país, fue vencido a partir del surgimiento de la clase media, la misma que pudo comprarse el coche y el apartamento, y permitiera crecer a sus hijos en un estado de semilibertad tan envidiable como inevitable.

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