¿Qué está pasando?

Fernando Pérez Martínez

Conviven dos líneas de pensamiento que explican, más o menos, el carajal en que el mundo se transformó después de la desaparición de la URSS.

Una señala que reiteradas torpezas estratégicas del líder político y militar de Occidente trajeron como consecuencia el desbaratamiento de Estados sólidamente instalados (Irak, Libia, ¿Siria?) y que esto produjo el indeseado –¿e imprevisto?– descontrol de los arsenales que poseían las fuerzas armadas de dichos países que se disolvieron en una miríada de grupos tribales y guerrillas integristas, mercenarias que desde entonces operan persiguiendo objetivos tan dispares como la creación de estados teocráticos regidos por la sharíasharía, o dictaduras de corte más o menos tradicional apoyadas por el interés económico de empresas de países occidentales con el respaldo de sus respectivos gobiernos.

Otra justifica la urgencia del complejo armamentístico de EEUU por mantener la tensión bélica de la Guerra Fría a la caída de la Unión Soviética. El recambio se encontró en un abstracto “Eje del Mal” integrado por países heterogéneos y de diferente orientación política, si se puede entender por política a las proclamas que se escuchan en boca de sus dirigentes y representantes, que van desde la vuelta a los tiempos más acérrimos de la Guerra Fría, a descabelladas proclamas de vuelta al medievo recreando califatos desaparecidos en torno al siglo X o perseguir románticas quimeras de cuando la revolución era no sólo deseable sino moderna.

Estos actores estarían sostenidos económicamente con la discreción a que dé lugar por países satélites de EEUU, como Arabia Saudí, país creado por la diplomacia de los propios EEUU para administrar el petróleo del Golfo. Arabia Saudí es intocable en el concierto internacional por la protección que le dispensa su mentor, pese a promocionar a las claras la coartada religiosa que promueve el terrorismo internacional con un saldo anual de centenares de víctimas repartidas por medio mundo, sin que los países dependientes económica, militar, tecnológica y diplomáticamente de los EEUU se atrevan a remover las anteojeras que les exige la diplomacia norteamericana frente a decapitaciones rituales y demás caspa.

Otros nostálgicos de la era de Stalin o Kruschev tratan de revitalizar los oropeles de dictaduras militares justificadas en la defensa de la libertad, como el régimen saga de la República Popular de Corea o ciertos vestigios bananeros suramericanos atacados sañudamente por las fuerzas criminales de las nuevas United Fruit.

En definitiva mientras todo esto pasa bajo la responsabilidad más que evidente del país líder que juega este partido de tenis desde ambos lados de la red, la ciudadanía de los países que periódicamente ponen los muertos en esta descabellada y sangrienta mascarada viven una crisis económica sin precedentes y otra moral que amenaza con retroceder el intelecto medio de la ciudadanía de los países satélites de EEUU a niveles de idiocia pueril propios de la era colonial, cuando los niveles de alfabetización apenas alcanzaban a un 40% de la población adulta. La UE que hace treinta años se dibujaba como contrapoder equilibrador del monopolio de la fuerza de los EEUU, ha desaparecido deglutido por la ambición de un pequeño tirano local que se manifiesta entre el rencor de los agravios sufridos por la derrota en las dos Guerras Mundiales. Con una Rusia que de forma conservadora espera que el panorama se clarifique con una bota en Ucrania como aviso a navegantes.

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Fernando Pérez Martínez es socio de infoLibre

Conviven dos líneas de pensamiento que explican, más o menos, el carajal en que el mundo se transformó después de la desaparición de la URSS.

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