Periodismo en el abismo

Verónica Barcina Téllez

El servicio público que debiera ser el periodismo, antaño Cuarto Poder, ha cambiado la información por el show business y el rédito político, fuente de ingresos a su vez. El dinero, el negocio, siempre merodeó como alimaña carroñera sobre la actividad periodística, quedando supeditado el interés general, como siempre a lo largo de la historia, al interés particular de empresas periodísticas y grupos de presión. Un proceso similar, a menudo de la mano, ha emprendido la política, reduciendo la actividad pública y la información sobre la misma a un espectáculo calculado para influir en la audiencia.

La generación comprendida entre los 30 y los 40 años, crecida en plena decadencia de la objetividad y el rigor informativo, apenas ha conocido profesionales mediáticos acreedores del marchamo ético y creíble del que oyeron hablar a sus padres y abuelos. Coincide este declive con la irrupción de internet como canal dominante para la información que las nuevas generaciones beben de fuentes con un alto nivel de tóxica contaminación. Las redes sociales han doblado el pulso al periodismo ofreciendo un producto de consumo inmediato reducido a titulares llamativos e imágenes, sin importar la veracidad.

Internet ha provocado una profunda crisis en la prensa tradicional que ha quedado relegada, en la mayoría de los casos, al rol de altavoz subsidiado por instituciones políticas que imponen la línea editorial como antes hacían consejos de administración y anunciantes. Se dan contados casos de cabeceras que sobreviven haciendo periodismo clásico en un ejercicio, poco valorado por la sociedad, de notable heroísmo. En cuanto a los nuevos medios digitales, unos pocos, han apostado por la complicada captación de suscriptores y por la transparencia de sus cuentas que anualmente ponen a disposición de quien muestre interés por conocerlas.

Coincide este declive con la irrupción de internet como canal dominante para la información que las nuevas generaciones beben de fuentes con un alto nivel de tóxica contaminación

Esta morondanga de información, espectáculo, negocio, manipulación, intereses y desinformación, complica las tareas de definir el periodismo actual e identificar a quienes practican con seriedad la profesión. Un conglomerado de vedetes, influencers, blogueros, youtubers, tuiteros, instagramers, tiktokers y trolls ha inundado las redes y asaltado las tertulias audiovisuales reduciendo a esperpento el arte de informar. La amenaza distópica de humanoides redactando y recitando presuntas noticias y domando el pensamiento de la audiencia es una realidad desde hace tiempo. No hay más que ver a Griso, Quintana, Vallés, Ferreras, Motos o Mejide aplicando los principios de Goebbels para comprender el vaticinio premonitorio del Gran Hermano escrito por Orwell en 1984.

A la par, quienes más noticias generan han empuñado el bulo y la noticia falsa, también al estilo Goebbels, para elaborar falsos relatos, sobre la realidad que afecta a toda la ciudadanía, alejados de la racionalidad y la ética. Son personajes mediocres, productos de la ventriloquía más perversa y nociva de los últimos siglos. Son personas de poca dote intelectual, limitados al recitado de forma deslavazada de las notas que les escriben rasputines sin entrañas. No hay más detrás de vulgaridades como Trump, Milei, Melloni, Le Pen, Abascal, Ayuso o el propio Feijóo: sólo mercadotecnia, peligros como Bannon, Musk, Aznar o MÁR, propaganda, hordas mediáticas a su servicio y un público, un electorado, adocenado con un criterio infantil y el pensamiento crítico anulado.

La ideología neoliberal ha encontrado el caldo de cultivo idóneo para sus fines, como hiciera hace un siglo, de nuevo aplicando los viejos principios de la manipulación de masas del nazi Goebbels para que una sociedad desmemoriada repita lo peor de su historia. Aguirre, prototipo de la corrupción, arenga a los suyos protegida por jueces corruptos; Ayuso borra el sufrimiento de la mujer como tributo a los hombres que maltratan y matan; Feijóo azuza a los suyos contra la inmigración por un puñado de votos; Abascal cobra por mentir y Alvise miente para cobrar. Son ejemplos del populismo prebélico que la mayor parte de la prensa blanquea por unos miles de euros.

Mientras tanto, Trump agita el odio e inventa atentados para el asalto definitivo a la Democracia.

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Verónica Barcina Téllez es socia de infoLibre.

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