Ese público español, muy español
En estos tiempos de inmediatez y postureo, de redes sociales y me lo llevo crudo, hay un tipo de público que asiste a los grandes espectáculos de masas con la firme voluntad de sentirse parte de un colectivo: el de los que asisten a selectos acontecimientos de supuesta españolidad contrastada.
Se trata de un público altamente ideologizado. De similar estilismo y peluquería. Su forma de pensar y su manera de actuar es tan parecida que bien podríamos pensar que todos sus miembros han sido sacados de un mismo microbiotopo.
Desconocen las reglas básicas del espectáculo que van a presenciar porque prefieren participar de los rituales de la grada. El elogio fácil a la reina del pinganillo, el grito patriótico, el insulto al líder elegido democráticamente o el desprecio al sumo pontífice que no piensa como ellos. Pero hay más. Cómo no mencionar la sonrisa cómplice ante el “Que te vote Txapote”, o la muestra procaz de la pulsera “Bandera España…”
Qué lejos quedan la cortesía deportiva o el magisterio torero. Aquí lo que importa es reivindicar el espíritu de grupo. Alardear de falsa preocupación ante el tamaño del precipicio por el que cae su amado país. ¡Viva España!, grita alguien
Qué lejos quedan la cortesía deportiva o el magisterio torero. Aquí lo que importa es reivindicar el espíritu de grupo. Alardear de falsa preocupación ante el tamaño del precipicio por el que cae su amado país. ¡Viva España!, grita alguien, para regocijo del resto. Piensan que la patria que los ha visto nacer se encuentra en peligro. Cuanto ocurra en la arena, en la cancha, o en el césped, poco importa. El público muy español prefiere presumir a gritos de país envidiable si no fuera por esos 26 millones de compatriotas a los que habría que tener “bien calladitos” siguiendo los deseos de ese general retirado, otro de los suyos.
El público muy español poco a poco se va apoderando de los eventos mediáticos. Considera que el dinero, la policía, la justicia, buena parte de los medios, las instituciones y la bandera le pertenecen. Ve ocupas por todas partes y el cambio climático es mentira. Los acuíferos están para ser exprimidos y el futuro no existe. Habría que construir más campos de golf en el desierto. Algunos ya están llenando de agua sus piscinas antes de que este gobierno prohíba utilizarlas. La sequía tiene un único culpable y habita en La Moncloa, o en el casoplón de Galapagar.
No son todas ni todos. Pero la mayoría comparten valores comunes, mismos objetivos y una red de intereses que les identifica allá donde se desplazan para relacionarse y ser vistos. Presumen de ideas nostálgicas, alguno de sus ídolos ha sido condenado por corrupción, cohecho, fraude o lucro, y no hay ninguno que no sienta verdadera animadversión hacia Putin, porque el comunismo sigue siendo una amenaza. Naturalmente, se muestran favorables al suministro de armas a Ucrania, pero jamás participarían en esa guerra. Ni en la de Sudán, o Siria. Ni en ninguna otra. Ni siquiera para defender a su amada España. De eso ya se encargaría otro colectivo ajeno al graderío del Mutua Madrid Open, o las corridas de San Isidro: el de los miserables de siempre.
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Pedro Jiménez Hervás es socio de infoLibre.