'Regere imperio populos'

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Manuel Jiménez Friaza

A Hitler no hay que ponerle cuernos y rabo, ni contentarnos con repetir los memes (anti)nazis, pensando que con ese exorcismo banal eludimos su perversa influencia y su reencarnación en cualesquiera otros políticos enloquecidos. Hay que recordar sus palabras brutales, como hacía Aimé Césaire en su "Discurso sobre el colonialismo".

"Nosotros aspiramos no a la igualdad sino a la dominación. El país de raza extranjera deberá convertirse en un país de siervos, de jornaleros agrícolas o de trabajadores industriales. No se trata de suprimir las desigualdades entre los hombres, sino de ampliarlas y hacer de ellas una ley".

Hitler no fue una anomalía aberrante, estaba allí, al final del camino del colonialismo, en la reserva activa, para cuando su presencia se convirtiera en "necesidad histórica". El colonialismo nace de la necesidad insaciable de nuestra economía/mundo de obtener recursos naturales y mano de obra esclava o semiesclava, para que la acumulación de capital y la circulación infinita de mercancías y personas permitiera que la cuota de beneficio de los capitales no dejara de crecer.

Este proceso suponía una ampliación de la "acumulación primitiva", una globalización de la plusvalía, en términos estrictos, que no ha cesado aún. Tampoco la dolorosa violencia, privada e institucional, cotidiana o bélica, con que se ha producido desde los orígenes de nuestro mundo. Así pues, hablar de neocolonialismo, como se suele hacer, es una redundancia innecesaria: adaptándose ejemplarmente, con su ingente máquina propagandística, a los procesos de descolonización, los imperios coloniales rampantes mantienen vigente su bulímica rapiña, que amenaza con engullir el planeta todo. Por eso se vuelven a oír, con toda naturalidad, justificaciones darwinistas como las de Renan, que citaba también nuestro admirado Césaire: "Una raza de trabajadores del campo, los negros; sed con ellos bondadosos y humanos y todo estará en orden; una raza de amos y soldados, la raza europea…".

Tiranuelos como Modi, Orban, Erdogan, Jinping, Duterte, o Bolsonaro estaban ya allí esperando la llamada, al final del camino. Han desenterrado las infames viejas palabras de menosprecio y odio, los rancios discursos que, pudorosamente permanecían larvados y ocultos en el silencio de la vergüenza, ya desaparecida en la obscenidad contemporánea. Nuestro olvido y carácter acomodaticio, nuestra desatención suicida frotaron el frasco de los deseos de las castas de amos y soldados e hicieron aflorar el pestilente elixir que envenena, otra vez, los aires del mundo.

Manuel Jiménez Friaza es socio de infoLibre

A Hitler no hay que ponerle cuernos y rabo, ni contentarnos con repetir los memes (anti)nazis, pensando que con ese exorcismo banal eludimos su perversa influencia y su reencarnación en cualesquiera otros políticos enloquecidos. Hay que recordar sus palabras brutales, como hacía Aimé Césaire en su "Discurso sobre el colonialismo".

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