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Religión en las aulas

Joan Daniel Oliver

Tal vez estemos equivocados y José Ignacio Wert no haya sido el ministro de Educación más incompetente de toda la democracia y de la etapa final del franquismo. Tal vez Wert, en realidad, fuera un visionario que, intuyendo por dónde iba a ir el mundo, con un Trump sostenido y alentado por los sectores más ultrarreligiosos estadounidenses, con una Turquía en plena involución de su laicismo oficial, con un islamismo fundamentalista en Oriente Medio financiado por petrodólares de monarquías medievales, con un Putin con añoranzas zaristas en una Rusia ortodoxa, con un gobierno de Israel siempre sostenido por partidos ultraortodoxos y con una Europa que filtrea con una extrema derecha que reivindica sus raíces cristianas, lo que pretendía con la LOMCE era que las futuras generaciones se fueran armando ideológicamente para una futura cruzada. Esta sería quizás la explicación a que en pleno siglo XXI una reforma educativa que se presupone que debería ser moderna y duradera haya potenciado la enseñanza de la Religión en los centros educativos como no había sucedido desde que se reinstauró la democracia. Ejemplo de ello no es solamente que la nota de religión vuelva a tener valor académico sino que la religión también se imparta en segundo de Bachillerato, algo que nunca había ocurrido.

¿Es de recibo que en la actualidad un alumno de Humanidades que opte por coger religión como asignatura optativa al final de Secundaria haya recibido más horas de religión que de física y química o de biología? ¿Cómo compatibilizar ideas creacionistas acientíficas (“Dios ha creado al ser humano para que sea feliz en relación con Él”) con la explicación del evolucionismo, base de la biología moderna?

Los partidarios de que se imparta religión en los centros educativos suelen argumentar que “la dimensión religiosa es parte fundamental para la maduración de la persona “, que “la Constitución Española garantiza "el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus convicciones”, que “la religión católica aporta a la competencia cultural y artística el significado y valoración crítica de tantas obras de nuestro entorno” o que “ la cultura y la historia occidental, la propia historia, no pueden ser comprendidas y asumidas si se prescinde del hecho religioso...”. Todos estos argumentos en principio suenan bien pero son discutibles.

Recuerdo una película clásica, Ordet (La Palabra) de Carl Theodor Dreyer, en la que el director hábilmente te va arrastrando a un terreno religioso de militancia cristiana utilizando la muerte de tal manera que un espectador, por más ateo que sea, desea que se produzca el milagro de la resurrección. Magnífica película... pero solo es una película que explota el miedo atávico que nos produce la muerte y nos propone la fe como un factor indispensable para poder tener una segunda oportunidad. Estudiar la dimensión religiosa del ser humano, la necesidad de trascendencia, puede ser interesante siempre que se plantee desde el punto de vista histórico, cultural o filosófico. Pero no lo es si se plantea desde el punto de vista de las creencias de una determinada religión, es decir poniéndole adjetivo (católica, luterana, musulmana, budista, adventista, etc.), ya que cualquier religión, especialmente si es monoteísta, parte del principio fundamental e irrefutable de que son los demás los que están equivocados: “La asignatura ayuda... a detectar prejuicios frente a la verdad”. En una sociedad multicultural hacia la que nos encaminamos, impartir religión en los centros educativos no solamente es erróneo sino que podría llegar a ser conflictivo y peligroso.

En cuanto al derecho que asiste a los padres a que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus convicciones nada que objetar pero ¿esto vale para todos los padres o únicamente a los que profesan religión católica? O dicho de otra manera, si los padres son ateos ¿tienen también derecho a que en los institutos se den clases de ateísmo militante?

Evidentemente ese supuesto derecho encierra una argucia consistente en traspasar al ámbito público las creencias de cada uno, que deberían permanecer en el ámbito privado, con el fin de sacar rédito político. Esto no es nuevo, el catolicismo viene poniéndolo en práctica desde hace casi dos milenios. Nunca ha renunciado a ejercer influencia política y para tener poder es básico implantar sus ideas en los centros educativos: “La Iglesia.... ha realizado continuos esfuerzos para favorecer que la formación religiosa se imparta en el ámbito escolar”.

Lo que podría ser novedoso para una sociedad como la española (que era el reducto espiritual de occidente) es que miembros de otras religiones (musulmanes, judíos, evangélicos, etc.) también quisieran tener influencia política y solo sería cuestión de tiempo que exigieran también su presencia en las escuelas, algo que en algunos lugares ya se está haciendo. Para evitar problemas, la religión tiene que abandonar los centros educativos y volver al ámbito privado de iglesias, templos, sinagogas o mezquitas.

Respecto al argumento de que no se puede entender la cultura, el arte, la historia occidental sin tener en cuenta la religión católica es plenamente cierto, pero se tiene que contemplar desde un punto de vista crítico, impartido por historiadores, con sus luces y sus sombras, y no desde la visión parcial, única e interesada de la jerarquía católica. Jerarquía que argumenta que “lejos de una finalidad catequética o de adoctrinamiento, la enseñanza de la religión católica ilustra a los estudiantes sobre la identidad del cristianismo y la vida cristiana”, algo que indudablemente permite distinguir una catedral románica de una gótica.

Pero volvamos a la LOMCE. Se podría argumentar que la asignatura de Religión es optativa y un alumno tiene todo el derecho a elegirla o no libremente. Esto parece incuestionable pero solo lo parece. De entrada “la Santa Sede suscribió un Acuerdo Internacional con el Estado Español sobre Enseñanza y Asuntos Sociales, firmado el 3 de enero de 1979, donde se otorga la competencia para elaborar el currículo de la asignatura de Religión y Moral Católica a la jerarquía eclesiástica (art. 6)”. Es decir, tanto el currículo como la elección de profesorado es controlado por dicha jerarquía. Muchos de los profesores de Religión suelen realizan muchas actividades extraescolares, sus clases suelen ser muy lúdicas y suelen poner notas muy altas. Todo ello está muy bien y parece ser compatible con los contenidos que les exige la ley tales como que “Dios uno y trino” o que “El Credo, síntesis de la acción salvífica de Dios en la historia”, contenidos que evidentemente no tienen finalidad catequética. Insisto que todo esto no sería criticable si no fuera porque la nota de religión cuenta y porque compite académicamente con otras asignaturas optativas cuyos currículos sí que están controlados por el Ministerio y las clases no se pueden hacer tan lúdicas. Eso sin tener en cuenta que para poder ubicar la religión en segundo de Bachillerato, donde no existía, se le ha tenido que abrir hueco reduciendo el número de horas de ciertas asignaturas como Ciencias de la Tierra y Medio Ambiente y otras. Es decir, nuestras futuras generaciones en lugar de estudiar los acuciantes problemas medioambientales para poder afrontarlos de forma científica, rezarán plegarias a la Virgen y volverán a sacar santos en procesión. Todo muy moderno y ya puesto en práctica por algunos dirigentes del PP.

Pero tal vez lo más preocupante de la LOMCE y, esto es algo de lo que no se suele hablar, es que también ha supuesto la pérdida significativa de importancia de la enseñanza de la filosofía en Secundaria. Si no fuera porque estamos hablando de la religión se diría que parece obra del diablo el que se potencie una forma única de concebir la vida y el mundo (la correcta desde el punto de vista de la religión), en detrimento de la riqueza que supone conocer las distintas formas de enfrentarse al mundo y a la vida que supone estudiar la historia de la filosofía.

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No voy a extenderme más, vuelvo a Wert. No es verdad, no era un reformista visionario, tan solo era un liquidador. Se limitó a liquidar una ley educativa sin sustituirla por nada que tuviera posibilidad de futuro. Dado que contaban con mayoría absoluta, solamente era necesario contentar a los sectores más clericales del PP, que son los únicos que tienen verdadero interés por la educación: su educación. Hecha la liquidación, fin del trabajo y a un retiro de lujo.

Por cierto, las citas textuales no han sido tomadas de ningún boletín del Episcopado sino del BOE del 24 de febrero de 2015, en el que se publican los currículos de la asignatura de religión. Recomiendo su lectura, en especial la de los anexos, para todo aquel que todavía crea en la aconfesionalidad del Estado. _____________

Joan Daniel Oliver es socio de infoLibre

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