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¿Renta básica o trabajo para todos?

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Mario Diego

La idea de una renta básica no es nueva. En el siglo XVIII fue propuesta por Thomas Paine, el primero en teorizar esta noción en 1795 que tituló “Renta de base”. La reivindicación, la Renta Básica Universal, puesta sobre la mesa en la década de los 70 por los ecologistas y más tarde por la corriente decrecentista en auge –corriente que defiende la idea de centrarse en el progreso personal, más que en la sobrevaloración del crecimiento económico, escapando así, según ella, al trabajo y dinero–, hoy vuelve de nuevo encima de la mesa.

La renta básica consiste en poner término a todas o parte de las prestaciones sociales, atribuidas a toda persona necesitada, que cumple con los requisitos exigidos, para remplazarlas por una única prestación, sin condición alguna, para el conjunto de la población, sin ningún requisito, para el conjunto de la población; ricos y pobres, activos o parados, accionistas y mileuristas, adultos y niños. No todos los defensores de la Renta Básica Universal tienen una concepción idéntica, aunque la idea general sea la misma, existen variaciones en cuanto a su aplicación.

Dichas variaciones se agudizan cuando se trata de fijar el montante de dicha renta. ¿2.260 euros por mes para los adultos y 565 para los niños, como lo proponía el referéndum suizo? ¿200 euros para los menores de 18 años y 400 después, como propone la muy cristiana y reaccionaria diputada francesa, Christina Boutin? ¿450 euros o 850 como defienden otros? ¿O únicamente una prestación suficiente para cubrir las necesidades básicas, como pueden ser alquiler, gas, electricidad, etc.?

Estas diferencias en su aplicación son debidas principalmente a la diversidad de sus adeptos: economistas liberales como Milton Friedmann, Friedrich Hayek por un lado o economistas keynesianos, apóstoles del estímulo económico por el consumo, por el otro; partidos u organizaciones de izquierda, aunque en el propio seno de algunos de ellos, la adhesión a esta proposición no sea hegemónica; personas destacadas vinculadas al poder e incluso algunos poderosos de la patronal estadounidense, aunque no lo son por las mismas razones, que las expuestas por los partidos u organizaciones de izquierda.

Dicho esto, sabiendo que el Senado francés muestra interés por dicha renta, casi sería suficiente para decir que, sea cual sea la versión aplicada, en ningún caso ésta se podría calificar de revolucionaria, ni siquiera de radical. Lo que sí se puede decir, sin ningún reparo, es que sea cual sea la versión hay un punto común entre todas: nadie prevé mermar los enormes beneficios de los accionistas o fortunas de los más ricos para financiarla. Como mucho, los más osados, proponen financiarla con los impuestos de todos más un impuesto especial sobre las grandes fortunas o un impuesto sobre las transacciones financieras millonarias.

En tal caso, difícil de considerar la Renta Básica Universal como instrumento de erradicación de la pobreza y menos aún como una repartición de la riqueza. Por otra parte, esta medida no significaría como pretenden algunos de sus adeptos liberarse del trabajo, con lo cual ser más independientes, al contrario. Sería la patronal quien tendría más libertad para contratar o despedir, para bajar los salarios y esto sin ninguna consecuencia para ella. Es más, la paz social estaría asegurada.

“Lo hemos escrito hasta la saciedad, pero por lo que se ve hay que volver a hacerlo: la RB no “puede arreglarlo todo” porque se trata de una medida de política económica y no de toda una política económica completa. Y menos aún es toda una orientación política”, nos dicen Arcarons, Raventós y Torrens, tres de los teóricos actuales que defienden la renta Básica, en respuesta a sus críticos. Es posible que los críticos o escépticos no lo hayan comprendido, pero algunos de sus adeptos tampoco.

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Por lo menos en esto último estoy de acuerdo con la versión de los tres teóricos. Es evidente que no estamos en vísperas de acabar con la propiedad privada de los medios de producción para ponerlos a disposición de la colectividad, por eso no se puede estar en contra de la renta básica; para los más pobres y para los sin recursos sería un alivio. No obstante, una vez dicho esto, ya que tenemos que movilizarnos, mejor hacerlo para exigir trabajo y no limosna.

Con lo cual, ya puestos a exigir, deberíamos exigir el reparto del trabajo entre todos reduciendo la jornada laboral sin bajar los salarios y volver a la tasa de empleo que existía en el sector público antes de los recortes sufridos año tras año desde el comienzo de la crisis e incluso crear más empleo; este sector lo necesita. ______________

Mario Diego es socio de infoLibre

La idea de una renta básica no es nueva. En el siglo XVIII fue propuesta por Thomas Paine, el primero en teorizar esta noción en 1795 que tituló “Renta de base”. La reivindicación, la Renta Básica Universal, puesta sobre la mesa en la década de los 70 por los ecologistas y más tarde por la corriente decrecentista en auge –corriente que defiende la idea de centrarse en el progreso personal, más que en la sobrevaloración del crecimiento económico, escapando así, según ella, al trabajo y dinero–, hoy vuelve de nuevo encima de la mesa.

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