“Si callamos gritarán la piedras”. Esta contundente frase dicha por Jesús, –Lucas 19:40–, en mi humilde opinión sacada de contexto, es la respuesta de reverendísimos obispos ante el sarpullido que les produce la ley pro LGTB, una ley aprobada por el pleno de la Asamblea de Madrid, epicentro de la soberanía popular.
Pues bien, respetando, como no podía ser de otra manera, sus grandilocuentes quejidos y amparado en mi propio sarpullido por la falta de ecuanimidad en casi todo lo que dicen y hacen, haré uso, igualmente, de mi libertad de expresión.
Permítanme, en primer lugar, dudar de mi fariseísmo al dedicarles estas palabras, pues queriendo ser prudente, y teniendo los mismos orígenes –el vientre de una madre– me cuesta, como simple articulista, mirar hacia arriba y escalar sus faraónicas libreas para acceder a verles la cara. Por cierto, henchidas y rosáceas, expresión de buena salud, de lo que sin duda me alegro, pero que curiosamente no siempre coincide con el rostro del pueblo al que ustedes destinan sus epístolas.
Asimismo, quiero pedirles de antemano su indulgencia a mi osadía, pues me cuesta dirigirme a ustedes. Créanme, uno sabe poco de ilustres ciudadanos que proclaman la palabra de dios metidos en la sencillez de unos protocolos tan ajenos al raciocinio y tan grandilocuentes. Reverendísimos, Muy ilustres, Ilustrísimos, Eminentísimos… No parece que habiten ustedes en la humildad y en la sencillez. Más diría yo, parece que ustedes, con sus reprimendas, residen en el reino de la soberbia. Eso de añadir los "ísimos" me produce estornudos, permítanme la arrogancia y perdónenme si me equivoco, pero parece más propio de militares a los que se les quedaba pequeña la graduación de general, hoy residentes en mausoleos con bóvedas quijotescas que parecen querer representar, más que la subida al reino de los cielos, el asalto a éste, con ascensión de todo tipo de material bélico, incluido tanques.
En fin, que no quiero desconfiar de sus buenas intenciones, pero permítanme una vez más que tras escuchar su arenga, discrepe en su hacer y proceder, pues la piedra lanzada al aire, muchas veces, le cae a uno encima, y si no, vean lo que les dice el sumo sacerdote de la iglesia: “ …Les ruego no caigan en la paralización de dar viejas respuestas a nuevas demandas. ¡Ay de ustedes si se duermen en los laureles!”. Y ni que decir tiene si leemos a Mateo –21:12-13– respecto de las palabras de Jesús en el templo de Jerusalén.
Les ruego pónganse un ratito frente a un espejo con todos sus abalorios eclesiásticos –la mitra, el palio, el anillo, el báculo, la gran cruz en el pecho– y observen un minuto la humildad de sus bordados. Luego busquen al nazareno, con minúsculas, sencillo con una simple túnica, sin don que abrigue su nombre, sin homilías que anuncien siniestras plagas, sin belenes de más de un millón de euros, sin falsas dádivas que sufraguen el uso de su palabra, sin codicias patrimoniales… Creo, eminencias, que ustedes han equivocado una vez más el sermón, tachando con maledicencia una ley aprobada por los representantes de la soberanía popular que está basada en el respeto.
Más vale que pongan sus alaridos en sus propios quehaceres, pues las bondades que muestran son ajenas a una ciudadanía cada día más alejada de su arrogancia. La evolución de los pueblos provienen de sus propias necesidades, de sus propias exigencias pero, sobre todo, de lo que esté dispuesto a exigirse, y no así de custodias de conciencias que no evolucionan, que solo son dunas de arena que dificultan el caminar de las sociedades.
Este tipo de comportamientos medievales que tienen como objetivo culturizar a un pueblo no deja de ser un insulto a la inteligencia, pues una cultura que oprime nunca puede ser llamada cultura, por muchos sermones que ofrezcan o por cientos de emisoras que las prediquen.
Ver másCorrupción es corrupción, se meta la “mano” o la “pata”
Vaya pues mi profana reprimenda a quienes se esconden en oteros demasiado elevados para menospreciar nuevas libertades y callar continuamente los abusos y desprecios de los poderes que les apadrinan.
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Rafael Granizo es socio de infoLibre
“Si callamos gritarán la piedras”. Esta contundente frase dicha por Jesús, –Lucas 19:40–, en mi humilde opinión sacada de contexto, es la respuesta de reverendísimos obispos ante el sarpullido que les produce la ley pro LGTB, una ley aprobada por el pleno de la Asamblea de Madrid, epicentro de la soberanía popular.