Una tragedia shakespeariana

Pedro Jiménez Hervás

La no dimisión del presidente valenciano, Carlos Mazón, es el desenlace dramático de una tragedia en la que ni él, como personaje principal, ni los secundarios, se han comportado de manera decente. Solo hay una verdad en esta dolorosa farsa representada por los mandatarios del PP: el presidente de la Comunidad Autónoma de Valencia estaba desaparecido mientras un enorme cataclismo en forma de lluvia torrencial sacudía una importante zona de su territorio.

De nada sirvieron las alertas y mensajes de los organismos oficiales, las previsiones meteorológicas que, desde las 8:00 horas de la mañana, anunciaban el aviso rojo de peligro extremo para ese día por la tarde… En el momento de máximo riesgo, Carlos Mazón se había ausentado durante cuatro horas decisivas y era imposible comunicarse con él. Antes de su desaparición, podía haber tomado alguna decisión que sirviera para prevenir la catástrofe. Pero prefirió seguir con sus actividades cotidianas y desatender las advertencias. En realidad, nunca fue consciente del peligro. Ni él, ni sus consejeros o consejeras. Alguna de las cuales tampoco conocía la manera de enviar a la población la señal de alarma.

Así que el tiempo pasaba y algunos pueblos de la Comunidad eran devorados por una riada inmensa de agua y fango cuyos tentáculos alcanzaban el interior de garajes, sótanos, supermercados

Así que el tiempo pasaba y algunos pueblos de la Comunidad eran devorados por una riada inmensa de agua y fango cuyos tentáculos alcanzaban el interior de garajes, sótanos, supermercados, oficinas, peluquerías y domicilios. La ola de destrucción arrastraba coches, muebles, arboleda, miles de cañas procedentes de las orillas de los ríos, personas que habían quedado atrapadas en mitad de la tormenta… Algunos soldados y bomberos empezaban a desplegarse para realizar tareas urgentes de rescate. Y el teléfono del máximo mandatario de la Comunidad seguía desconectado. Eran sus deseos que nadie le molestara, pues, sin duda, estaba llevando a cabo reuniones de suma trascendencia relacionadas con su cargo.

Por fin, el máximo responsable de la Comunidad apareció en escena. Achacó al mal tiempo y al tráfico su tardanza y exigió un chaleco de emergencias que formaba parte del atrezzo de la obra. Su cara de mal actor parecía desencajada. Su mirada, huida. La situación de los pueblos afectados por el horror presagiaba el peor de los designios. Entonces, ahora sí, dio la orden de alarma para que la ciudadanía se pusiera a salvo. Pero ya era tarde.

Las víctimas se contaban por docenas. Centenares, incluso… Seguro que el gobernante del chaleco rojo pensó que el público no iba a aplaudirle con entusiasmo tras finalizar su interpretación deshonrosa. Tampoco le importó demasiado. Tras pedir consejo a algunos otros personajes de su camarilla (particularmente a uno que se movía entre el barro, como mandando sin mandar), y sin importarle la cifra de víctimas que habían quedado sepultadas bajo la ciénaga, decidió transitar por la senda de la vergüenza inmensa anunciando, delante del micrófono, las palabras mágicas que iban a reconfortar a su pueblo: NO DIMITO.  

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Pedro Jiménez Hervás es socio de infoLibre.

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