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El 90 % de la literatura juvenil es basura... o no

La cosa fue más o menos así, o así nos la contaron. En el curso de una mesa redonda en el Edinburgh International Book Festival, quizá por aburrimiento o tal vez por mero afán de provocar, un autor de novelas para jóvenes, Anthony McGowan, mentó a Theodore Sturgeon.

Necesito este punto y aparte para recordar quién era Sturgeon. Escritor de ciencia ficción, es famoso por haber acuñado, en defensa de su género, la llamada Ley o Revelación de Sturgeon: "El 90% de la Ciencia Ficción es basura, pero también el 90% de todo es basura".

Y a esa norma se acogió McGowan cuando, revoltoso, sostuvo que el 90% de lo que se escribe para los jóvenes es eso, bazofia.

"Desde luego yo no me atrevería a hablar de tantos por ciento". Pedro Cerrillo, Catedrático de Didáctica de la Literatura en la Universidad de Castilla-La Mancha y director del Centro de Estudios de Promoción de la Lectura y Literatura Infantil (CEPLI), se muestra prudente. "Sí es cierto es que buena parte de la literatura que se edita dirigida a los jóvenes es una literatura reiterativa en la que proliferan las sagas, las series. De algún modo, en algunos casos, en bastantes casos, están leyendo casi la misma novela siempre aunque sea un título diferente".

Pero volvamos a Sturgeon.

La pizza y el agua de borrajas

"Gran parte de lo que se publica para estas edades es una literatura comercial, ligera y de entretenimiento, pero lo mismo pasa en el cine o la televisión", relativiza Pablo Cruz, director de la revista Babar, quien está en la tesis de que no todo lo que se publique debe ser literatura de calidad, "hay días en que a uno le apetece una pizza en lugar de unas verduras, pero sí que hay que intentar que convivan ambos tipos de libros, y que lo comercial no termine inundándolo todo y eliminando el hueco para otros proyectos más originales e interesantes".

Una convivencia difícil, porque en un entorno comercial que prime las ventas, como puede ser el editorial, "no podemos generalizar en cuanto a la calidad de los productos ya que, a mayor número de títulos publicados, la probabilidad de basura editada aumenta considerablemente".

Quien eso sostiene es Román Belmonte, autor del blog Donde viven los monstruos de literatura infantil y juvenil. Se podría decir, añade, que la calidad de la literatura juvenil es medianamente aceptable, lo que no significa que sean obras que transgredan o trasciendan. Y que es importante que escritores, editores, familias, docentes o especialistas se preocupen de su calidad, si lo que queremos construir son lectores competentes, algo que deberíamos. "El problema viene cuando, finalmente, en una tarea en la que están implicados muchos sectores, cada uno de estos da importancia a sus intereses particulares y lo que debería traducirse en buenas intenciones se queda en agua de borrajas". 

Se nota que, antes que bloguero, Belmonte es profesor de educación secundaria. El docente asoma cuando asevera que "lo mejor y más práctico, teniendo en cuenta el sistema capitalista que nos embebe, sería educar al público juvenil en la exigencia de calidad de sus productos de consumo, para que así pudiera elegir en consecuencia".

Pero el tal deseo está lejos de la prosaica y mercantil realidad.

De repente, Emily Dickinson

"Los libros infantiles y juveniles que más se venden forman parte de grandes operaciones de mercadotecnia a través de las cuales se pretende que los jóvenes adquieren un producto", se lanza Paco Abril, escritor, promotor de la lectura, crítico, cuentacuentos y artista plástico. "Quienes los venden les importan un bledo los libros, los jóvenes, la literatura y la lectura. Que sus historias sean buenas o malas tampoco les preocupa. Lo que les importa es que se vendan. Los jóvenes son para esas grandes compañías, como me dijo un viajante de libros, una jugosa cuota de mercado a la que llegar".

Cuando habla de literatura para los mas jóvenes, Abril, impulsor del suplemento infantil La Oreja Verde que durante 23 años publicó La Nueva España, establece dos bloques: literatura fijadora y literatura de la fuga.

En el primero se integran esos libros que, "al margen de su interés y calidad, los prebostes de la educación dictan que son buenos para leer, de la misma manera que determinan lo que es bueno para comer o establecen cómo se debe vestir. Quienes ejercen su dominio en este espacio se pueden llamar expertos, críticos, profesores, padres, pedagogos, políticos, mediadores o diseñadores de moda. Ellos determinan el canon, no siempre escrito y no siempre bien justificado, de las lecturas recomendables, esto es, las que para ellos son las buenas, las verdaderas, las provechosas, las fetén. Y ese es el canon que se trata de imponer en la educación reglada que se imparte en escuelas e institutos con lecturas obligatorias. Los niños y las niñas deben leer esa literatura porque, según ellos, transmite “valores”. Pero, cuando se rasca para ver lo que se quiere decir con ese tan ensalzado concepto de “valores”, comprobamos que de lo que se habla, sobre todo, es de pura y simple transmisión ideológica".

Para bautizar el segundo, se dejó inspirar por la poeta Emily Dickinson:

¡Siempre que escucho la palabra fugase me acelera el pulso,crezco en expectación,en vocación de vuelo!

Ahí agrupa esas ficciones "que impulsan a salirse del territorio de lo impuesto, el aburrimiento y la mediocridad. Los lectores perciben la literatura de la fuga como algo que no trata de atornillarlos al mundo establecido, sino que les permite salirse de él a través de esa impresionante facultad de la mente que es la imaginación. Y no olvidemos que lo imaginado también forma parte de lo real".

Explicado lo cual, Abril concluye: "Ni que decir tiene que esas dos visiones están en permanente conflicto".

El difícil equilibrio

Dice Pablo Cruz que la literatura juvenil, como cualquiera otra, sirve para muchas cosas, pero que no debemos pensar en ella como un manual de instrucciones o un libro de autoayuda. "Leemos por el mero placer de leer, para entender mejor el mundo, para entretenernos... Cada persona encuentra sus razones, y el libro más adecuado. En estas edades, donde el abandono de la lectura es cada vez mayor, debemos preocuparnos de encontrar el libro adecuado para cada persona y por crear lectores. De otro modo, solo conseguiremos que vean la lectura como algo tedioso y ajeno".

Como algo que se puede abandonar… "Aunque existan casos en los que estas novelas pueden funcionar como puente transicional o rescatar del limbo acultural a los que yo llamo lectores perdidos, los libros juveniles más vendidos no necesariamente se relacionan con el hábito lector por diferentes causas", afirma Román Belmonte, al tiempo que subraya la evidencia: el que una obra se venda no quiere decir que sea excepcional, solo que conecta con los lectores por razones no necesariamente literarias.

En este punto, menciona el "paraíso paraliterario" en el que se ha convertido la literatura juvenil, una especie de "refugio de todo tipo de refritos y sagas fantásticas, románticas o futuristas que intentan afianzar vicios y costumbres de dudosa literatura". Y luego tenemos el fenómeno de la literatura crossover o literatura a caballo entre la juvenil y la adulta, "una que borra las fronteras definitorias del lector pero no deja de tener cierta intencionalidad comercial".

Unas fronteras que, por lo demás, siempre fueron difusas. Pedro Cerrillo recuerda que el origen de la literatura juvenil está en el siglo XVIII, cuando Defoe y Swift escribieron dos novelas para adultos de las que se apropió el público juvenil dejando de lado las reflexiones morales, la crítica social, y empezaron a proliferar ediciones "expurgadas" de esas obras convertidas en clásicos, pero en un clásicos juveniles cuando en origen no lo eran.

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"El caso –concluye– es escribir buena literatura" porque, y es ahora Belmonte quien habla, "los buenos libros, llámense juveniles o infantiles, siempre abonan el terreno para los buenos lectores, la cuestión es dar con ellos".

Puestos a ver lo bueno y lo malo, lo preocupante es, para Pablo Cruz, "que el mundo editorial pierda la parte cultural y se quede solo en un ámbito de puro negocio" y lo esperanzador, "que se siguen publicando títulos interesantes y novedosos. Y es a estos títulos a los que debemos apoyar como lectores y como prescriptores de literatura desde las escuelas, bibliotecas y medios de comunicación".

Quizá estamos condenados, Sturgeon ya lo sabía, a rebuscar en la basura.

La cosa fue más o menos así, o así nos la contaron. En el curso de una mesa redonda en el Edinburgh International Book Festival, quizá por aburrimiento o tal vez por mero afán de provocar, un autor de novelas para jóvenes, Anthony McGowan, mentó a Theodore Sturgeon.

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