Se diría que esta vez el director de la Mostra de Venecia, Alberto Barbera, ha patinado a la hora de elegir su película inaugural. Nos tenía mal acostumbrados, después de varios títulos, dirigidos varios por cierto por mexicanos, que acabaron ganando el Oscar meses después, y esta vez la respuesta de la prensa y el público en el Lido ha sido menos condescendiente con Una vida a lo grande, la nueva película de Alexander Payne, quien haciendo honor al título español dispara muy alto para desde el cine independiente entrar en la gran industria de la mano de un ramillete notable de actores, encabezados por Matt Damon, pero con el riesgo de que esta sátira social tan llena de temas como de rostros conocidos se diluya, como así ha ocurrido si nos atenemos a la frialdad de la acogida.
El reparto se completa con Christoph Waltz, Laura Dern, Jason Sudeikis, Neil Patrick Harris, Margo Martindale y el portugués Joaquim de Almeida.
Quien mucho abarca, poco aprieta, y a Payne, como vimos en Nebraska, Los descendientes y Entre copas, le van las historias pequeñas, íntimas, más que este frasco de una sociedad decadente que da palos de ciego para sobrevivir a sus contradicciones y la loca carrera del sistema hacia su autodestrucción. La cosa era muy compleja, y el cineasta estadounidense, que coescribió esta historia con su habitual colaborador Jim Taylor, pese a pasarse de las dos horas, no es capaz de hilar de manera convincente todos los mimbres.
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Una vida a lo grande parte del concepto simple de que en Noruega, unos científicos han logrado hallar una solución para la supervivencia de la raza humana, cuyo crecimiento, consumo y la consiguiente contaminación y degradación del hábitat amenaza con acabar con el planeta. ¿Por qué en lugar de reducir nuestro abuso de las materias primas y la incesante generación de residuos, algo que se demuestra poco realista, simplemente no nos reducimos a nosotros mismos? El protagonista de la cinta, Paul (Damon), en busca de una vida mejor, junto a su mujer, Audrey (Kristen Wiig) accede a participar en la experiencia de una nueva sociedad de liliputienses de pocos centímetros. Algunos de sus conocidos ya lo han hecho, y aseguran ser felices, en un nuevo paraíso de menor tamaño. Sin embargo, las cosas se tuercen desde el principio, cuando su mujer tiene dudas.
A partir de ahí, Paul tendrá que acostumbrarse a su nueva "pequeña" existencia y aprender a rehacer su particular sueño, en un proceso que Payne trufa de algunos chistes divertidos pero también de una crítica social a veces demasiado obvia, que le priva de redondear su trabajo.
Habrá que esperar a La forma del agua, de Guillermo del Toro, que llega a la competencia veneciana cargada de esperanzas, para saber si tras abrir la Mostra con Cuarón e Iñárritu, que luego se llevaron el Oscar, Barbera no debió completar su lista con el tercero de los Amigos. El tapatío es el único cineasta hispano en la sección oficial, consecuencia de la alergia al cine iberoamericano del responsable del certamen veneciano, a pesar de los varios premios que venezolanos, mexicanos y argentinos han obtenido aquí mismo los últimos años.
Se diría que esta vez el director de la Mostra de Venecia, Alberto Barbera, ha patinado a la hora de elegir su película inaugural. Nos tenía mal acostumbrados, después de varios títulos, dirigidos varios por cierto por mexicanos, que acabaron ganando el Oscar meses después, y esta vez la respuesta de la prensa y el público en el Lido ha sido menos condescendiente con Una vida a lo grande, la nueva película de Alexander Payne, quien haciendo honor al título español dispara muy alto para desde el cine independiente entrar en la gran industria de la mano de un ramillete notable de actores, encabezados por Matt Damon, pero con el riesgo de que esta sátira social tan llena de temas como de rostros conocidos se diluya, como así ha ocurrido si nos atenemos a la frialdad de la acogida.