Comienza la Mostra veneciana su segunda semana con dos nuevos títulos que se incorporan a la carrera por el León de Oro, la surafricana The Endless River, de Oliver Hermanus y la israelí Rabin, the Last Day, de Amos Gitai, dramas sobre un mundo convulso y descarrilado por todas sus esquinas. Considerando sus acogidas no deberían significar premios, pero ya sabemos que los jurados fallan.
Francia es el gran estudio de Europa, con unos productores omnipresentes en buena parte del continente y del mundo. Este lunes, por ejemplo, las dos películas eran coproducciones con Francia, pese a tener directores de Suráfrica e Israel. En el primer caso, además, metieron a un actor (al que le costaba expresarse en inglés) y personaje para justificar la inversión. Aunque ello no deje de ser un capricho dramático difícil de tragar: un francés instalado como granjero en Suráfrica. Hablamos de The Endless River, mezcla de thriller y melodrama existencialista sobre dos almas perdidas que podrían tener mucho en común, a pesar de sus diferentes orígenes, pero tampoco llegan juntas a ninguna parte. Y ello porque para empezar Oliver Hermanus parece brindarnos la primera parte de un díptico o trilogía o serie, ya que el abrupto final no resuelve convincentemente nada, y el espectador queda con ganas de que le aclaren demasiadas cosas... o le den más.
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Por un lado, tenemos a una mujer (Crystal-Dawn Roberts), con una madre posesiva y omnipresente, y un marido que acaba de salir de la cárcel de purgar una pena menor, pero que vuelve a juntarse con amistades peligrosas. Trabaja la chica, que es negra, en un restaurante de gasolinera en una remota zona rural de Suráfrica. Él se llama Gilles (Nicolas Duvauchelle) y es un francés instalado en una granja con su mujer y sus dos hijos, hasta que aparece un grupo de hombres que abusan de ella y matan a los tres. La película es confusa a ratos y ha interesado menos que las dos conocidas anteriores experiencias de Hermanus, Beauty y Shirley Adams. Demasiados cabos sueltos y una desorientación que incluso parece buscada desde los títulos de crédito, que nos remiten a los clásicos de hace más de medio siglo.
Por su parte, Amos Gitai sigue su muy diversa búsqueda de las raíces, la realidad y las soluciones del problema de Israel en la tierra que ocupó el siglo pasado con los antiguos propietarios palestinos. Esta vez, el prolífico cineasta, que ha vivido muchos años en Europa, se acerca con voluntad documental a uno de los hechos que más influyeron en la prolongación en bucle del enfrentamiento palestino-israelí por Gaza, el asesinato del que fuera primer ministro Ytzhak Rabin en pleno proceso de paz, un crimen político espoleado desde los sectores más integristas del sionismo.
Rabin, the Last Day se acerca al hecho en sí del atentado mortal con Gitai como responsable de la autopsia, diseccionando detalles, en busca de un informe final que compartir con el espectador. No duda en usar escenas reconstruidas con otras reales grabadas por las cámaras de los informativos, aunque ambas son bastante reconocibles de manera que –como no hizo en su momento Oliver Stone– podamos distinguir lo verdadero de su reconstrucción. Y lo hace sin ceder a criterios comerciales, sobre todo fuera de su país, donde se supone que el tema pudiera no interesar tanto. Porque su película dura más de dos horas y media, demasiado probablemente para una historia que sabemos cómo acaba y a la que el israelí no aporta nada novedoso.
Comienza la Mostra veneciana su segunda semana con dos nuevos títulos que se incorporan a la carrera por el León de Oro, la surafricana The Endless River, de Oliver Hermanus y la israelí Rabin, the Last Day, de Amos Gitai, dramas sobre un mundo convulso y descarrilado por todas sus esquinas. Considerando sus acogidas no deberían significar premios, pero ya sabemos que los jurados fallan.