Arco está lejos. Para llegar a la principal cita del mercado del arte hay que ir mucho más allá de las fronteras del centro de Madrid, emprender un largo viaje en metro y autobús —la línea 8 que lleva hasta los pabellones de Ifema está cerrada por obras— o en MyTaxi —aplicación oficial de la feria de arte, con la consiguiente protesta de los taxistas madrileños— y atravesar varios pabellones vacíos. La distancia entre la feria y el mundo es significativa: allí vive del 22 al 26 de febrero la élite de un sector ya de por sí elitista, incluso dentro de la propia industria cultural. El evento se inaugura una semana después de que se hiciera público un informe de la Fundación Nebrija que revelaba que solo el 15% de los artistas españoles vive del arte, y el 47% ingresa anualmente menos del salario mínimo. En Arco, incluso entre las galerías de clase media o centradas en artistas emergentes, las cifras son otras.
Joaquín García, del espacio madrileño García Galería, razona: "Imagino que si vas galería por galería, encontrarás que se replica esa cifra. Es verdad que el mercado español es muy débil". ¿Y sus artistas? Piensa durante unos segundos. "Bueno, todos viven del arte. Pero nosotros tenemos mucho contacto con coleccionistas extranjeros y quizás nuestro caso no sea significativo", dice García. El director de la sala trabajó durante siete años en la de Helga de Alvear, referencia del arte español que abandonó para abrir su propio proyecto en 2012 en la calle Doctor Fourquet, nuevo núcleo del arte joven en la capital. Con esa experiencia, advierte de que hay que "tenemos que evitar esta visión de Arco como un museo" para recordar que es ante todo una "feria comercial". Es decir, se trata de vender. Es lo que tratan de hacer las 200 galerías de 27 países, 42 de ellas pertenecientes a programas comisariados.
Continuamos con esta advertencia. En los pasillos destacan, como cada año, las piezas de gran formato, protagonistas de innumerables selfies incluso el miércoles, una jornada todavía reservada a los profesionales. Como la obra Distractor 3, del peruano José Carlos Martinat, una especie de noria de neones que chirría y reluce con cada giro. En el centro, casi ilegible por el estruendoso movimiento, un texto de Mario Vargas Llosa. Concretamente, La sociedad del espectáculo. En medio del pabellón 9 de IFEMA, apenas se aprecia la ironía.
En la galería Nogueras Blanchard (con sedes en Madrid y L'Hospitalet de Llobregat), los precios de las obras oscilan entre los 6.000 y los 120.000 euros, lo que sitúa en términos económicos en la sección alta de las galerías medias. ¿Qué hay de sus artistas? Tiago de Abreu, uno de sus responsables, señala las obras de los artistas más jóvenes, el italiano Francesco Arena y el gallego Rubén Grilo, ambos rondando los 40 años. "Deberían ser los que lo tienen más difícil, ¿no? Pero ambos viven del arte, incluyendo convocatorias. Otra cosa es que lo hagan precariamente". El galerista se refiere a que, además de la venta de sus obras, está computando los premios y proyectos encargados por instituciones públicas o fundaciones. Cuando los responsables del informe citado más arriba, Marta Pérez Ibáñez e Isidro López-Aparicio, hablan de "vivir del arte" manejan un concepto parecido.
Otros manejan, a priori, ideas distintas. Espai Tactel es una galería valenciana que con apenas seis años de vida expone por primera vez en ARCO gracias al programa Opening, que acoge a espacios con menos de siete. Juanma Menero, cofundador junto a Ismael Chappaz, responde en medio del ajetreo de la mañana: "Unos cuantos de nuestros artistas viven del arte". ¿Solo de sus obras? "De sus obras y también del contexto relacionado con ellas, como la docencia o la gestión cultural". La enseñanza es, efectivamente, una de las actividades más frecuentes a las que recurren los artistas para llegar a fin de mes. Sus dos artistas representados en la feria, Rosana Antolí y Fito Conesa, comienzan a tener la validación del mundo del arte (las piezas de la primera vienen de un trabajo en la Fundació Joan Miró y las del segundo del CCCB barcelonés), pero todavía no lo tienen del mercado. Sus piezas en ARCO se venden entre 375 y 16.000 euros. En su caso, ven los 10.000 euros de inversión que supone la feria como una inversión para "acercarse a las instituciones y a colecciones más importantes" con las que difícilmente se encontrarían fuera de aquí. Pero las ventas, y por tanto la retribución de sus artistas, están en el aire.
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El fotógrafo Manolo Laguillo es uno de los artistas que, pese a ser exponentes en lo suyo, han tenido que recurrir a la enseñanza para vivir. Lo señala Juan Luis López, de la galería cacereña (aunque también con sede en Madrid) Casa sin Fin, una isla dedicada exclusivamente al papel fotosensible en mitad de una feria que sigue primando la pintura. Factura aquí entre el 30% y el 40% de sus ingresos anuales —una cifra similar a la dada por EtHALL e inferior al 50% que indica Nogueras Blanchard— y sus piezas están entre los 600 euros del emergente Alejandro Garrido y los 25.000 de la instalación de Daniel G. Andújar. El artista está justamente en la feria... pero vuelve a pertenecer al 15%, una categoría que sabe minoritaria. "Sé que no representamos a la mayoría, España no es un país fácil para ser artista", admite.
"Es muy raro que el artista, aunque esté reconocido, no tenga que realizar también otras tareas", dice Jorge Bravo mientras se aleja de su stand de EtHALL para fumar un cigarro. Pero los suyos que participan en la feria vuelven a formar parte de ese 15%. "Es verdad", dice apurando el pitillo, "que es de ellos de quienes depende todo esto, y si ellos no se ven retribuidos todo se para". Le llaman por teléfono y corre para atravesar el pabellón a toda velocidad: ARCO va tanto de ventas como de contactos. A la carrera, lanza alguna píldora: "Una cosa es el arte y otra es el mercado, y la manera en que se cruzan no es una cosa unívoca. Para un artista, la feria es sobre todo algo económico. Pero la legitimidad la dan los profesionales del arte, y no de las ventas". Le dejamos en los tornos y apuntamos esa idea para que no se olvide, ni siquiera aquí.
Arco está lejos. Para llegar a la principal cita del mercado del arte hay que ir mucho más allá de las fronteras del centro de Madrid, emprender un largo viaje en metro y autobús —la línea 8 que lleva hasta los pabellones de Ifema está cerrada por obras— o en MyTaxi —aplicación oficial de la feria de arte, con la consiguiente protesta de los taxistas madrileños— y atravesar varios pabellones vacíos. La distancia entre la feria y el mundo es significativa: allí vive del 22 al 26 de febrero la élite de un sector ya de por sí elitista, incluso dentro de la propia industria cultural. El evento se inaugura una semana después de que se hiciera público un informe de la Fundación Nebrija que revelaba que solo el 15% de los artistas españoles vive del arte, y el 47% ingresa anualmente menos del salario mínimo. En Arco, incluso entre las galerías de clase media o centradas en artistas emergentes, las cifras son otras.