El arte de contar el cambio climático

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“Los desastres naturales son cada vez más frecuentes. Como hemos comprobado, el calor —en los océanos y la atmósfera— es el motor de las tormentas más extremas y se espera que el calentamiento global intensifique la cantidad y la distribución espacial de los riesgos.” Avisos como el que lanza la sismóloga Lucy Jones en Desastres se multiplican desde todos los ámbitos; el editorial también. Con eficacia dudosa.

“Hemos fallado porque todavía estamos aumentando las emisiones a nivel mundial y no hemos sido tan radicales en reacción a esta gran amenaza como por ejemplo el coronavirus —nos dice Andri Snær Magnason—. Las personas en el futuro se preguntarán por qué, cuando vivan con las consecuencias de nuestra inacción”. Magnason, que acaba de publicar en español Sobre el tiempo y el agua, se pregunta cómo es posible que no entendamos; que no pensemos en lo que ocurrirá en 2100, una fecha en la que aún vivirán muchos de los que ahora habitan el planeta; por qué los datos y la ciencia no han alcanzado la comprensión de las políticas y el público. “Una razón obvia es que el lobby petrolero ha trabajado en contra del entendimiento público durante años, fundiendo la confusión y actuando como si la ciencia no tuviera una comprensión clara de lo que está sucediendo; por lo tanto, no hemos podido conectarnos a los datos. Por otro lado, nos han engañado al pensar que esto podría no estar sucediendo. Lo primero es comprensible, lo segundo es uno de los mayores crímenes de nuestro tiempo.”

Unos, malintencionadamente, nos han embolicado; otros, cargados de buenas intenciones, han errado el tiro. “Nos hemos equivocado”, admite Andreu Escrivà, licenciado en Ciencias Ambientales, autor de Y ahora yo qué hago. “El oso polar como símbolo tocó techo en el pico de atención mediática 2007-2009; desde entonces, distintos investigadores en comunicación del cambio climático, como George Marshall, apuntaban a que había que separarse de un símbolo lejano para el 99% de la población, por llamativo que fuese. Investigaciones recientes han descubierto que, al ver un oso polar, la gente sabe de lo que le vas a hablar (cambio climático) pero desconecta inmediatamente (esto me pilla lejos)”.

Necesitamos, insiste Escrivà, símbolos y narrativas cercanas, que conecten con las vidas de la gente, con sus emociones, con lo que le preocupa o sus enlaces con su entorno más inmediato. Como la paella. “Es cercano, positivo, universal y, además, tiene mucha relación con el cambio climático. El cultivo del arroz emite mucho metano (mitigación), necesita agua (adaptación por escasez), en el caso de València está al lado del mar (adaptación por salinización y subida del nivel del mar), lleva alimentos que se ven afectados por la subida de temperatura (verduras o mejillones), por la acidificación de los océanos (particularmente gambas) o que son un símbolo del Antropoceno (pollo)".

Sí, el cambio climático está aquí. “En España los veranos ya son más largos y cálidos. El clima semiárido se extiende por más regiones. Fenómenos extremos son cada vez más frecuentes”, explica Albert Barniol, Jefe de Meteorología de TVE, coautor de El desafío del clima. Asegura que les resultó difícil escribir los efectos evidentes del cambio climático: “Son malas noticias una tras otra y no dan pie a dudas”.

Vale pero, ¿cómo?

Hay científicos que se han quedado afónicos anunciando el desastre, pero a diario vemos a políticos que lo niegan, empresarios que lo ignoran, ciudadanos que no se sienten concernidos. Porque la ciencia no es suficiente por sí sola para crear comprensión. Así lo admitió un científico al que Magnason conoció, y eso le animó a optar por una aproximación distinta, literaria, sentimental; un ensayo personal que explora la memoria para denunciar los estragos del cambio climático, en la seguridad de que los cambios de paradigma y la comprensión general ocurren a través de la cultura, las historias, la música, diferentes marcos del lenguaje y diferentes puntos de vista.

Una convicción que Daniel Ruiz no comparte. “Tengo poca fe en la capacidad transformadora de la cultura, que ha sido sustituida por el contenido. La cultura, al menos como yo la entiendo, implicaba la asunción de posicionamientos críticos, un preguntarse por qué continuo, el sometimiento de la realidad a un proceso constante de enjuiciamiento, para poner en evidencia los conflictos evidentes o latentes. En lugar de eso, se impone el contenido, asociado a lo recreativo, al consumo masivo y rápido, a la inmediatez”. Su opción es individualista: “escribir como terapia, como desfogue, como exorcismo, para desquitarse, como quien se despulga, de las cuestiones que me producen rechazo, sorpresa o repugnancia”. Por ejemplo, en su novela El calentamiento global, la mentira y la hipocresía que existe en el ámbito de las grandes corporaciones.

Cuya responsabilidad por acción es obvia; también por omisión. “Si la gente percibe que esto es un problema global, que los gobiernos y grandes empresas no asumen sus responsabilidades… ¿por qué deberían hacer algo? El cambio climático es imposible de solucionar desde una perspectiva individualista.” Andreu Escrivà es consciente de que toda acción individual suma. Pero sólo la colectiva transforma, más allá de agregar. “La gente ha percibido la culpa climática como una losa, como si te señalaran con el dedo por haber roto algo, mientras el verdadero culpable se marcha sin ninguna acusación”. Necesitamos disociar la acción personal del enfoque individualista, poner el foco en la cooperación y no en la competición, y asumir con claridad que hay cuestiones estructurales que dependen de normativas, regulaciones y cimientos del sistema y no están en nuestra mano… si actuamos por separado”.

Los avestruces

Los autores entrevistados saben que su mensaje llega, salvo excepciones, a un público ya ganado para la causa. Para ir más allá, Escrivà intenta salir en aquellos espacios en los que uno no espera encontrarse a un científico hablando de cambio climático. “La estrategia tiene que ser global, porque el problema es enorme y de muy difícil solución —sostiene Barniol—. Los libros son una herramienta, pero no es la única baza con la que tenemos que llegar a los ‘despistados’”. Hay que hablar de ello en los medios de comunicación, en las escuelas… “Así cada vez seremos más los comprometidos, y los que no se den por aludidos tendrán a una amiga, un hijo, una madre que les recomendará un libro como el nuestro y los convencerán. No hay alternativa”. 

En esta tarea, ¿qué papel está reservado al sector editorial? Hace algún tiempo hablamos aquí mismo de libros ecológicos, y de hasta qué punto la certificación medioambiental de los libros aún no es un factor determinante para la compra. Al mismo tiempo, los libros sobre ecología son muchos, aunque siendo el editorial un trabajo lento, parece que se compadece mal con la urgencia que vivimos.

“Mi experiencia es que el proceso de escritura es rápido, pero no lo que hay antes y después. Primero, la maduración de ideas, dar forma a aquello que tienes en la cabeza. Pero muy especialmente lo que viene luego: presentarlo, seguir conversando”, asegura Escrivà, que entiende los libros como una herramienta más para seguir conversando con centenares de personas sobre cambio climático. Pero que Daniel Ruiz considera poco práctica, porque han perdido el poder de prescripción que tuvieron. “Resulta un vehículo ridículo para aquellos que aspiren a movilizarse y a movilizar, a transformar la realidad. Es seguramente más eficaz hacerte youtuber. En todo caso, sí creo que el mejor periodismo se está haciendo desde hace años en los libros, porque precisamente su pérdida de prescripción los ha convertido en un formato mucho más libre que en otro tiempo, más libre de hecho que los propios medios de comunicación”.

¿Entonces? Magnason admite que él mismo se ha planteado si los libros sirven. Su respuesta es afirmativa. “Un libro puede llevar al lector a través de un proceso de pensamiento, puede superponer el lenguaje, los argumentos, las historias y llevar al lector en un viaje. Un artículo no puede hacer eso, ni un programa de radio, ni una protesta en las calles. Hubiera querido gritar los hechos, pero es posible que eso no cambie a la persona con la que estoy hablando. Así que retrocedo un poco”. A veces ir más despacio permite entender más rápido y las historias pueden ampliar nuestra comprensión; por eso, su opción es alejarse del discurso científico para reforzarlo. “En lugar de hablar sobre el futuro, escribo sobre el pasado. En lugar de hablar de mi nieta, hablo de mi abuela. Uso la mitología para comprender la ciencia, uso la poesía para comprender cuán racional es nuestra mentalidad empresarial”. Todo lo que dice se basa en certezas científicas, pero a eso agrega historias y capas a las que la ciencia no puede recurrir: el arte de contar historias.

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“El conocimiento y la comprensión son fundamentales para abordar el desafío al que nos enfrentamos”, coincide Barniol. Y no hay mejor manera que a través de los libros. “El lector escoge el ritmo y la cantidad de información que quiere o puede asimilar. En un problema tan complejo como este, donde hay múltiples causas y efectos, es importante no perderse o liarse. Y un libro te da la libertad de volver a leer pasajes o conceptos complejos hasta comprenderlos”.

El papel de los políticos

Un apunte final. Movido por su preocupación medioambiental, Andri Snær Magnason aspiró a la presidencia de su país, Islandia, puesto que define como “no político”; no alcanzó su objetivo, quizá es demasiado radical. Los políticos, lamenta, “pensaron que el cambio climático era un problema como cualquier otro, no el problema que definirá todos los problemas en los próximos 100 años. Define la humanidad y nuestro destino”. Es una gran prueba para la democracia.

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