Una gigantesca rueda dentada de gierro y hormigón parece haber sido abandonada en una de las salas del Reina Sofía. La obra de Asier Mendizábal, fabricada en hierro y hormigón, recuerda inevitablemente al Charles Chaplin de Tiempos modernos cabalgando el mecanismo de la fábrica en la que trabaja. En una pared vecina, una serie de vídeos del cineasta alemán Harun Farocki le hacen la réplica. El título, Los trabajadores saliendo de su lugar de trabajo, es bastante descriptivo: empleados de Bangalore, Hanoi, Johannesburgo, El Cairo o Lisboa abandonan sus oficinas y fábricas con el mismo aspecto cansado. Está claro que Ficciones y territorios. Arte para pensar la nueva razón del mundo es una muestra esencialmente política. Y lo es, en cierto modo, como respuesta: la época de la que se ocupa, entre 1991 y 2011, ha sido la de la "hegemonía del neoliberalismo".
Lo explica Manuel Borja-Villel, director del museo. Esta nueva muestra supone un peldaño más en la exposición de los fondos del centro, que vienen repensándose y organizándose desde la llegada del director en 2008, y exhibe piezas compradas por la institución en los últimos cinco años, ya durante sus exposiciones temporales, ya directamente a los artistas. La exposición —organizada por el propio director junto a las comisarias Cristina Cámara, Charo Peiró, Beatriz Herráez y Lola Hinojosa— se podrá ver, sin embargo, solo hasta el 15 de marzo, a la espera de que se "encuentre un espacio estable para [la colección de] las últimas décadas". En septiembre se incorporarán al estudio más de 300 obras cedidas por Soledad Lorenzo, que cerró su galería en 2012, y que cerrarán este ciclo.
Pero el período abordado por Ficciones y territorios da para mucho. Borja-Villel sitúa el comienzo de este período en la caída de la Unión Soviética, que coincide, en el caso español, con la llegada de la Exposición Universal de Sevilla y los Juegos Olímpicos de Barcelona. O, lo que es lo mismo, con el reinado del neoliberalismo, que el director define como "la condición social y económica en la que vivimos y que tiene mucho que ver con las desigualdades sociales, la financiarización de la economía, la desaparición de los Estados-nación y la hegemonía cultural". Borja-Villel describe un aumento de la presencia de la cultura en el debate público que, sin embargo, "no ha ido acompañada de una diversidad real". Los trabajos que ellos recogen no forman parte de esta corriente, sino de la que la cuestiona.
La rueda dentada (2009), de Asier Mendizábal. / MNCARS
Los temas que atraviesan la muestra son tan variados como las disciplinas expuestas, que abarcan desde la fotografía a la performance pasando por el trabajo con textiles. Basta con enumerar los títulos de las salas. Las piezas que se encuentran en "Globalización y territorio", "Ficciones políticas", "Territorios no gobernados, "La ciudad 'otra" y "El trabajo y la plata" cuestionan de manera evidente los dispositivos del poder. En Lottery of the sea (La lotería del mar), Allan Sekula responde a la autorregulación del mercado defendida por Adam Smith con las irregularidades y la precariedad a las que se ven sometidos los marinos, y la especulación de aquellos que se enriquecen con el comercio y los frutos del océano. "El mercado se autorregula, pero de una manera concreta", apunta Borja-Villel.
Hay un eco de los conflictos territoriales del siglo XX que empuja los límites de la muestra hacia fronteras lejanas. En The secession sessions (Las sesiones de secesión), Eric Baudelaire reflexiona sobre la naturaleza de los Estados-nación a partir del ejemplo de Abjasia, antigua república soviética independizada de Georgia a principios de los noventa tras una guerra civil y que gran parte de la comunidad internacional no reconoce. La obra se basa en la correspondencia que mantiene con Maxim Gvinjia, antiguo ministro de Asuntos Exteriores del país. El artista dirige sus cartas a un país que no existe de manera oficial; algunas llegan, otras no. "¿Qué es necesario para que un país exista?", se preguntan los comisarios. El cineasta israelí Amos Gitai responde con las consecuencias de su existencia: en La casa y Una casa en Jerusalén materializa el conflicto palestino-israelí en el devenir de un edificio que pertenecía a un médico palestino y que es expropiado por el Gobierno de Israel.
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Pero hay también miradas a lo cercano. Los comisarios sitúan la sala que aborda el concepto de ciudad en los años de "la aznaridad", el término creado por Manuel Vázquez Montalbán para definir el Gobierno de José maría Aznar (1996-2004). Es un álbum de la burbuja económica, con Castillos en el aire, de Hans Haacke, que con una serie de fotografías retrata el crecimiento de ensanches a las afueras de la ciudad... finalmente habitados por nadie. Pero también de las transformaciones en los barrios obreros de Madrid y Barcelona, que sirven de ejemplo de un fenómeno replicado a escala nacional e internacional. Es un espacio natural para el proyecto de Manolo Laguillo sobre la gentrificación —el desplazamiento de la población original por la especulación y la subida de los precios— en el madrileño Lavapiés, y para el estudio de Pedro G. Romero sobre la construcción del espacio doméstico en Badia del Vallès, municipio fruto del desarrollismo y habitado hoy por descendientes de emigrantes andaluces.
El protagonista de esta pieza es el bailaor Israel Galván, y sirve como muestra del gusto del arte creado en estos años por la performatividad y lo teatral. "Ya no hay esta obsesión por la disciplina artística, y pasan de un medio a otro", explica Borja-Villel, que ve en esta "transversalidad" un "elemento característico" de la época. Esto supone también una resistencia, tanto a la forma habitual de arte y las categorías que este genera como a una cierta manera de generar relato. No es extraño que las obras interesadas en la teoría poscolonial y el feminismo tengan que servirse de nuevas formas de narración. La sala "Poética de lo diverso" recoge nuevos lenguajes, de manera incluso literal, como el Tzotzil de la fotógrafa de origen maya Maruch Sántiz Gómez. Uno de ellos es el propio cuerpo, como el que centra el estudio de Salomania (de Renate Lorenz y Pauline Bodry) sobre la figura de Salomé, o el cuerpo ausente de la pieza de Evviva il coltello! (¡Viva el cuchillo!), de Inés Doujak, sobre la figura de los castrati.
Las últimas salas, "Vidas imaginarias" y "Modernidad fuera de tiempo", aúna a autores interesados por el límite entre realidad y ficción, en "la escritura, la reapropiación, la reconstrucción de la historia". Puede parecer que Santiago, una pieza de Joao Moreira Salles sobre el mayordomo jubilado de su familia, o las de Dora García sobre sus referentes artísticos quedan fuera de aquel relato político que prometía la exposición. Pero lanza un mensaje clave: Ficciones y territorios quiere ser una "reapropiación" de la historia.
Una gigantesca rueda dentada de gierro y hormigón parece haber sido abandonada en una de las salas del Reina Sofía. La obra de Asier Mendizábal, fabricada en hierro y hormigón, recuerda inevitablemente al Charles Chaplin de Tiempos modernos cabalgando el mecanismo de la fábrica en la que trabaja. En una pared vecina, una serie de vídeos del cineasta alemán Harun Farocki le hacen la réplica. El título, Los trabajadores saliendo de su lugar de trabajo, es bastante descriptivo: empleados de Bangalore, Hanoi, Johannesburgo, El Cairo o Lisboa abandonan sus oficinas y fábricas con el mismo aspecto cansado. Está claro que Ficciones y territorios. Arte para pensar la nueva razón del mundo es una muestra esencialmente política. Y lo es, en cierto modo, como respuesta: la época de la que se ocupa, entre 1991 y 2011, ha sido la de la "hegemonía del neoliberalismo".