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Cine

'El balcón de las mujeres': feminismo en la sinagoga

Una escena de 'El balcón de las mujeres', dirigida por Emil Ben-Shimon.

Una sinagoga, o un templo en general, quizás no parezca a primera vista un lugar para el feminismo. Pero la película israelí El balcón de las mujeres (Ismach Hatani en el hebreo original), dirigida por Emil Ben-Shimon, demuestra lo contrario. Se ha convertido en la película más taquillera de 2016 en su país, pero ha sido, sobre todo, un filme que ha convocado un debate necesario dentro de la comunidad religiosa, pero también fuera. Un debate sobre el papel de las mujeres dentro de la fe y de la sociedad que se organiza en torno a ella, y un debate sobre la progresiva radicalización que se está produciendo en ciertas áreas del país. 

La premisa de esta comedia dramática es sencilla: la sinagoga de una comunidad observante de Jerusalén sufre un derrumbamiento que afecta especialmente al balcón de las mujeres, desde donde ella asisten a las oraciones. En el accidente, que tiene lugar durante un Bar Mitzvah, resultan heridos el rabino y su esposa. Cuando este parece sufrir algún tipo de demencia senil agravada por la ausencia de su mujer, aparece, como por obra divina, el rabino David (Aviv Alush), un joven dinámico y atractivo que promete al rebaño sin pastor ayudarles a reconstruir la sinagoga dañada. Sintiéndose espiritualmente perdidos, y necesitados también de un líder religioso que supervise las obras, los hombres de la comunidad abrazan el ofrecimiento de David. Pero resultará que el salvador no lo es tanto, y decide recluir a las mujeres en un cuartucho de la sinagoga en lugar de devolverles su lugar en el templo. 

"De pequeño vivía cerca de una sinagoga que servía de centro comunitario donde la gente confluía, y no solo un lugar de culto o místico", recuerda Ben-Shimon, que debuta en el largometraje con El bacón de las mujeres, en su visita a Madrid. Él no es observante, explica, pero la guionista Shlomit Nehama sí creció en un barrio ortodoxo: "Tras 20 años de no vivir ahí, volvió y se asombró mucho de lo que había cambiado el barrio. Era importante que las mujeres expresaran las injusticias que se estaban cometiendo en estas zonas". La presencia de Rabbi David en el filme es significativa: su traje blanquinegro, su barba y su sombrero le diferencian de las vestimentas eclécticas de sus nuevos fieles, y le señalan como un ultraortodoxo rodeado de personas desde luego creyentes, pero en otro grado. 

Ben-Shimon ofrece un interesante retrato de cómo se produce la radicalización de una comunidad. Primero se necesita una figura de autoridad, que en este caso sería Rabbi David, refrendado por el hecho de impartir clases en una yeshivá —un centro de estudios de la Torá y el Talmud— y aparentemente inofensivo gracias a su apariencia juvenil y su carácter abierto. "Usa el miedo", indica Ben-Shimon. El primer sermón que dirige a los fieles masculinos tiene un solo mensaje ambiguo y engañoso: la mujer es tan valiosa como la Torá, hay que protegerla como se protege al texto sagrado, así que vuestras mujeres deben vestir con recato. El primero que dirige a sus fieles femeninas es algo más duro: entre truenos y bajo un chaparrón, el rabino defiende que no es casualidad que el balcón de las mujeres se haya derrumbado, y que algo habrán hecho para provocarlo. Ellos corren sumisamente a regalar un pañuelo a sus mujeres —las judías ultraortodoxas van con el cabello cubierto— y, en una secuencia muy cómica, ellas lo reciben con distinto talante. 

Son ellas las que deciden plantar cara a ese intruso que empieza a hacerse un hueco en su comunidad. Lo hacen, principalmente, porque son las más agraviadas por los cambios: nada cambia en la vida de sus maridos con la llegada de Rabbi David, pero ellas, sin embargo, súbitamente deben ponerse velo —cosa que algunas abrazan y ante lo que la película se muestra ambigua—, ven cuestionado su comportamiento y se ven relegadas físicamente incluso a los márgenes de su comunidad. Cuando esta especie de rabino suplente les dice francamente que su balcón es secundario, y que usarán el dinero destinado a él en otros menesteres, ellas se rebelan. Al estílo Lisístrata, abandonan sus casas, se declaran en huelga y se manifiestan con poca pericia delante de la yeshivá. "Etti [Evelin Hagoel, carismática protagonista] es una mujer valiente, aunque no suele luchar y lo hace cuando ella siente que tocan su hogar, su intimidad", reflexiona Ben-Shimon, "El rabino consigue separar a las mujeres, y solo cuando ellas se unen logran traer esperanza a toda la comunidad. Es una reivindicación de la sororidad". 

"Empezamos trabajando por lo básico: el rabino malo, la comunidad buena. Pero parecía una película del oeste", bromea el cineasta. No se trataba de dibujarle "como un monstruo", sino de comprender "por qué los hombres, y luego parte de las mujeres, van detrás de él". David aparece como "una persona que cree que Dios le envió para salvar a la comunidad", e invoca continuamente a los libros sagrados del judaísmo: "¿Quién soy yo para contradecirlos?". Ben-Shimon niega con la cabeza: "Muchas cosas malas pasan en el mundo cuando la gente tiene buenas intenciones". Su análisis nada intelectualizado, y sí intimista y psicológico, de este giro hacia el extremismo resulta más revelador que muchos ensayos al respecto. "Después de este planteamiento", explica, "el proceso por el que el público va a tener que pasar para rechazar al rabino será más interesante y más profundo". Por cierto, retratar de manera negativa a un rabino, centro moral de la comunidad, no es poca cosa en un Estado en el que funciona, por ejemplo, un sistema judicial religioso. "El público religioso nos planteaba cómo podíamos caracterizar así a un rabino, pero yo respondía que el arte no es para miedosos". 

“Puño en alto, mujeres de Iberia...”

“Puño en alto, mujeres de Iberia...”

El título original del filme da una idea de las tensiones existentes dentro de un Estado cuya relación con la religión no puede verse como unívoca. Más de la mitad de los judíos de Israel no observan siquiera el shabat, según un estudio realizado en 2007, mientras que el 11% de ellos se definen como jaredíes o ultraortodoxos —incluyendo esto distintas corrientes de pensamiento y costumbres—, una cifra que podría crecer hasta el 30% en 40 años. "Ismach Hatani", explica Ben-Shimon, es una canción religiosa usada para celebrar un matrimonio. La comunidad ultraortodoxa considera que no debe ser cantada por voces femeninas... pero El balcón de las mujeres incluye una versión de Sarit Hadad, diva del pop en Israel. La expansión de los ultraortodoxos, visible físicamente por la invasión de los grandes carteles que utilizan como particular medio de comunicación, preocupa a las comunidades observantes más plurales. El balcón de las mujeres ha reabierto el debate sobre la recuperación de la tradición sefardí, considerada como más tolerante que las posturas jaredíes llegadas de Centroeuropa.

 La película de Ben-Shimon llega tras Gett (2015), filme de Ronit Elkabetz y Shlomi Elkabetz que retrataba la lucha de una mujer para obtener el divorcio ante la justicia judía, ya que este solo puede acordarlo el marido. Llenar el vacío (2014) abordaba los matrimonios concertados desde dentro de la comunidad jaredí, pues su directora, Rama Burshtein, forma parte de ella. Bar Bahar es otro filme israelí, aunque creado por la cineasta palestina Maysaloun Hamoud, que aborda el papel de la mujer en la religión, esta vez en el islam. "Hay mucho interés en la posición de la mujer, por supuesto. Es su momento", dice Ben-Shimon. 

 

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