Un canto a los libros, hey

El pasado domingo, firmé una crónica apresurada de los dos primeros días de Feria. Entonces se respiraba una cierta euforia, como ocurriría en cualquier sector económico en apuros al que atraídos por el producto, el ambiente primaveral, la nómina de famosos y los descuentos, se acercan miles de posibles clientes dispuestos a admirar lo que se ofrece y a quienes lo ofrecen, y a dejarse unos duros.

Cuando esto escribo, la alegría perdura aunque hay ya quien anticipa el bajón: "El fin de semana que viene empieza el Mundial de Fútbol y la gente estará boquerón, será sin duda peor". Puede, pero que no nos quiten lo bailao.

En tanto llegan y no los resultados definitivos, y por no caer en la tediosa enumeración de firmas, y en el no menos cansino conteo de filas, hemos optado esta semana por prestar atención al Micro de la Feria.

Un poco de historia

Los organizadores recuperan ese otro micro, el ubicado frente a la iglesia de San Pascual del Paseo de Recoletos, que en 1933 recogió las palabras del entonces presidente del Gobierno, Manuel Azaña.

En esta su segunda vida, cada día a las 12 toma la palabra uno de los 16 novelistas, poetas, libreros y periodistas elegidos, todos ellos militantes de la lectura y asiduos a esta gran cita anual que llamamos "Feria" y apellidamos "de Madrid", aunque en El Retiro se juntan escritores, editores y por supuesto lectores de todas partes. Puntual, la megafonía difunde a modo de prólogo la sintonía compuesta por Miguel Álvarez-Fernández y, después, un mensaje esperanzado, derrotado o guerrero, apenas un minuto para tomar el pulso a las gentes del libro.

"Las páginas que duermen en estas casetas, que esperan a nuestros ojos para florecer, nos enseñan entre otras cosas que hay dos mundos. En el mundo de la realidad, estamos; pero en el mundo de los libros, del lenguaje, somos". Emilio Lledó, filósofo, elogió la lectura que, "en el surco del tiempo, nos arranca de ese originario silencio y monotonía de cada existir”, razón por la cual debemos gratitud a quienes nos ofrecen con su escritura “la esperanza, la felicidad y, sobre todo, la libertad de pensar”.

A sabiendas o no, Juan Mayorga, autor teatral, abundó en los argumentos de su predecesor. Sigue entrando en bibliotecas y librerías, dijo, como quien va al encuentro de algo decisivo, y esa misma sensación de goce y peligro es la que le embarga cuando abre un libro “porque sé que si tengo suerte y estoy atento, ese libro puede hacer mi vida más ancha y más honda”. El libro nos enfrenta a lo que somos, a lo que queremos y a lo que tememos ser, también nos pone en el lugar de los otros. “Un libro puede enseñarme cómo uso las palabras y cómo soy usado por las palabras, un libro puede ayudarme a resistir."

De resistencia se habla mucho estos días en los corrillos feriales, y ese runrún encontró eco en el minuto de la periodista Rosa María Calaf, quien lamentó que al libro se le ataque "con la hoguera, con la represión, con el olvido o con el aumento del IVA". Ella, que tanto ha viajado informando de todo lo que veía, defendió en sintonía con Mayorga que "deletrear el mundo es vital para acercarnos a lo diferente, para aprender de lo distinto, para no temer lo desconocido, para no rechazar lo diverso, para comprender".

Un libro ayuda a vivir

También para cambiar(nos). “La historia de la literatura –dijo Luis Magrinyà, escritor y editor– está llena de lectores inadaptados, de gente que empieza a leer porque no está contenta con su vida, con sus circunstancias, con su destino.” Es posible que, al escucharle muchos pensaron en familiares o conocidos, pero lo probable es que casi todos evocaran con él a dos personajes, Don Quijote y Madame Bovary, al hilo de los cuales se preguntó si los que leen siguen siendo unos inadaptados, unos locos. “Hay muchos, demasiados libros que lo que en realidad nos proponen son recetas, consejos, técnicas espirituales para reconciliarnos con el mundo. Nos señalan el camino para dejar de ser unos inadaptados. Esos mismos libros, de hecho, forman parte del proceso de readaptación”. Sin embargo, los locos de los libros no buscan esos títulos que nos reincorporan al mundo que queríamos dejar atrás: prefieren los que "no cuestionan su locura, que la celebran y animan incluso, y que los devuelven a un mundo en el que, ahora más que nunca, no encuentran motivos de satisfacción".

Sí, porque como dijo Juan Cruz, prosista y periodista, “los libros duran, en el oído, en el recuerdo, en el sentimiento. Como el aire nos dan energía y también nos dan esperanza. Las vidas de los otros que están en los libros son vidas que nosotros vivimos también".

Sí, porque como dijo Javier Lostalé, poeta y periodista, “hasta los más desahuciados ven cómo nace en su firmamento una estrella durante la lectura. Quien lee vive más (...) se dispone a amar, y en el espejo de un libro arma su corazón para que venza en todas las batallas”.

Las batallas que hay que librar

Ni que decir tiene que esos 60 segundos han sido aprovechados para defender el acto de leer, que es lo que une a todos los aquí citados y a quienes tomarán la palabra en lo que queda de Feria, antes de que el sector vuelva a su ardua normalidad.

De ahí que Mayorga atribuyera su amor por la palabra a la costumbre que su padre tenía de leer en voz alta. "Pienso que mi compromiso con el teatro, arte de la palabra pronunciada, tiene algo que ver con que de niño la literatura me alcanzase todo el oído".

De ahí que Calaf evocara tantas madrugadas aferrada a un libro, incapaz de soltar una historia. "Puedo, aunque no me guste, imaginar un futuro sin la calidez del papel entre las manos, sustituido por la frialdad de un artilugio electrónico... Pero no puedo imaginar un futuro de páginas en blanco".

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De ahí que Magrinyà nos arengara: "Leamos como siempre: pero, por favor, ¿sería mucho pedir que nos dejaran leer también como locos, no como personas normales?"

De ahí que Juan Cruz asegurara que la energía vital que desprenden las hojas de los árboles y las hojas de los libros se encuentra “a raudales en la Feria del Libro, adonde vengo a respirar”.

Los más optimistas insisten en que, incluso, los hay que van a comprar.

El pasado domingo, firmé una crónica apresurada de los dos primeros días de Feria. Entonces se respiraba una cierta euforia, como ocurriría en cualquier sector económico en apuros al que atraídos por el producto, el ambiente primaveral, la nómina de famosos y los descuentos, se acercan miles de posibles clientes dispuestos a admirar lo que se ofrece y a quienes lo ofrecen, y a dejarse unos duros.

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