Ya ha apurado el café y cuenta los minutos para pasar al camerino a enfundarse la piel de Pedro Crespo, el labrador que desafía la justicia militar en El alcalde de Zalameade Calderón de la Barca. Carmelo Gómez (Sahagún, León, 1962) ha elegido para su vuelta al teatro un papel que no le exige mucha mentira. Sus manos han labrado el campo ("soy un campesino que llegó a Madrid") y tiene un porte terrestre que no desentonaría en una tasca de pueblo. El alcalde que ha creado para la Compañía Nacional de Teatro Clásico bajo la dirección de Helena Pimenta, eso sí, no es el "viejo cansado y prolijo" de otras versiones. El suyo es recio, testarudo, malhablado, enérgico. "Tiene que serlo si organiza una toma de la Bastilla", ríe. Tiene que serlo, quizás, porque lo hace Carmelo Gómez.
Se muerde la lengua tan poco como Pedro Crespo. El villano de Zalamea al que da vida en el recuperado Teatro de la Comedia de Madrid hasta el 20 de diciembre rechaza acceder a la nobleza por medio del dinero y se enfrenta a las autoridades militares y a la ley para defender su honor. El actor es capaz de criticar el oficio y el cine español y poner al Gobierno a los pies de los caballos. "Yo sé que me hago muy indeseable por las cosas que digo. Eso me ha pasado factura", admite. Achaca a su postura combativa el hecho de que, tras una década de los noventa llena de trabajos y premios, en los últimos años las películas y los titulares hayan escaseado. "Tendría que haber dado mucha cera. Pero no lo he hecho nunca y no lo voy a hacer ahora", dice, con un sentido del la honra digno de Calderón.
Ahora todo eso da igual. El pasado abril anunció su retirada definitiva del cine (aunque debía estrenar aún Tiempo sin aire, La punta del iceberg y La playa de los ahogados, ya en salas) para dedicarse por completo al teatro, lo que acarreó, paradójicamente, una buena tanda de llamadas y titulares. "Tuve que decir eso para que el teléfono empezara a sonar", bromea. Pero su decisión es firme, ha rechazado todas las peticiones e incluso ha dado un paso más allá en su gradual mutis por el foro. "En realidad quiero dejarlo todo, definitivamente todo, incluso el teatro. Esto de que hay que jubilarse a los 60... porque lo digan ellos. Yo empecé a trabajar muy joven y quiero retirarme ya", explica. En cinco años espera haber dejado las tablas. Y, si es posible, vivir fuera de Madrid, en el norte (se da dos años para vender su casa y marcharse), con una pequeña escuela de teatro a su cargo. Se admiten ofertas.
Hay razones para su misantropía. Para empezar, en la profesión "falta pasión": "La sociedad del espectáculo, del consume-trabaja, se ha trasladado al mundo creativo. Todos están pensando siempre en el siguiente proyecto. Todo es muy pragmático, la gente no elige papeles porque sean esenciales, porque les salga de dentro". Asegura que no se entiende "con las nuevas generaciones", que las películas "se hacen sin presupuestos, sin medios". Se detiene y se atusa la barba ligeramente cana que se ha dejado crecer para su labriego del XVII: "Me siento desconectado. Es un sentimiento mío y no culpo a nadie. A lo mejor los tiempos cambian y yo no he cambiado...".
Hablar de la situación política con Carmelo Gómez no es precisamente esperanzador. Tras años de activismo (particularmente contra la guerra de Irak), no se ve con fuerzas de subirse "con un micro a un remolque". "Construimos una democracia después de una dictadura atroz, y está llena de corruptos y todo ha sido una miseria y un desastre. Me da mucha pena que seamos tan canallas. Yo no puedo hablar con mi padre de política, porque es los míos y los tuyos. Teníamos una democracia para acabar con eso…", se lamenta. Se queja del maltrato histórico a la cultura ("históricamente hemos quemado libros, el Quijote empieza así: le tenemos pánico a la cultura porque dice la verdad") y acusar a Montoro de "acosar" a actores y escritores mediante inspecciones de Hacienda: "Creo que es por el 'No a la guerra'. Es gente con un rencor brutal".
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Carmelo Gómez y Rafa Castejón en 'El alcalde de Zalamea'. / CNTC
¿Y El alcalde de Zalamea? ¿No es esperanzadora esa revuelta del pueblo contra la ley del poderoso? "No hay esperanza. La hija en un monasterio, el hijo con los militares, y él solo con su báculo. ¿Qué va a pasar con ese ejército que anda por ahí?", se pregunta. No defiende que, como su Pedro Crespo, el revolucionario pueda saltarse las normas (ni en el caso de Ada Colau y los desahucios ni en el de Mas y la Constitución), pero sí ve posible una revuelta. No tomará parte en ella: "Ya no me meto en esos lodos. El futuro es para la gente que está enganchada a él". Con la revolución del teatro, ese que deja al "público burgués" clavado a la butaca, incómodo, dice tener bastante.
Pero no todo es cansancio, ese cansancio que invoca varias veces a lo largo de la entrevista. "Alguien decía que el momento más importante de la carrera de un artista es cuando decide dejarlo. Un creador siempre va con las manos vacías, el éxito es efímero. Pero cuando uno se da la vuelta, se da cuenta de qué ha hecho, por qué está ahí y qué sentido tiene", explica. Él se vuelve a mirar su propia carrera quizás antes de tiempo (tiene 54 años, hay actores que pasan de los 80 aún en activo) y ve El perro del hortelano de Pilar MiróEl perro del hortelano (1996), "lo mejor de Imanol Uribe", La cena con Flotats La cena(2004)... "Me vienen momentos que han merecido la pena, no para mí, sino para haberlo contado. Porque cuando te encuentra la gente y te cuenta que algo que tú has hecho que les ha hecho felices...". Y sonríe como si no fuera a ser capaz de despedirse nunca del teatro.
Ya ha apurado el café y cuenta los minutos para pasar al camerino a enfundarse la piel de Pedro Crespo, el labrador que desafía la justicia militar en El alcalde de Zalameade Calderón de la Barca. Carmelo Gómez (Sahagún, León, 1962) ha elegido para su vuelta al teatro un papel que no le exige mucha mentira. Sus manos han labrado el campo ("soy un campesino que llegó a Madrid") y tiene un porte terrestre que no desentonaría en una tasca de pueblo. El alcalde que ha creado para la Compañía Nacional de Teatro Clásico bajo la dirección de Helena Pimenta, eso sí, no es el "viejo cansado y prolijo" de otras versiones. El suyo es recio, testarudo, malhablado, enérgico. "Tiene que serlo si organiza una toma de la Bastilla", ríe. Tiene que serlo, quizás, porque lo hace Carmelo Gómez.