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Carmen Alborch: “Escribir es también una forma de hacer política”

Carmen Alborch se incorporó tarde, ya en su madurez, a los cargos públicos de primera fila y quizá ese dato biográfico explique que esta valenciana de 66 años ya contara con un amplio currículo intelectual cuando asumió la dirección del IVAM a finales de los años ochenta. Es decir, que Alborch ya formaba parte del mundo de la cultura cuando Felipe González la nombró ministra del ramo tras haber sido profesora de Derecho Mercantil, decana de la Facultad de Derecho de Valencia y galerista de arte. De este modo, la senadora socialista se halla entre las escasas políticas que han compaginado sus responsabilidades políticas con la dedicación a la literatura.

“La verdad es que me cuesta mucho escribir”, comenta la senadora en su despacho lleno de libros y papeles, “porque tiene un componente de placer y otro de sufrimiento. Ahora bien, para mí escribir es también una manera de hacer política en el sentido de asumir un compromiso social, de buscar caminos, de intentar conseguir tu bienestar y el de los demás. No pretendo ser una literata ni aspiro a ser una gran escritora. Pero hay temas que me inquietan y que despiertan mi curiosidad. Por ello me adentro en esas cuestiones con la intención de aprender, en primer lugar, y de contarlo a los demás con un afán divulgativo”. Tras casi una década de silencio literario tras la publicación de su trilogía sobre las mujeres (Solas, Libres y Malas), Alborch ha encontrado en el envejecimiento, aunque suene a paradoja, un estímulo para volver a sentarse delante del ordenador.

A pesar de que se trata de un libro respaldado por una bibliografía de más de 200 títulos y por muchas citas de personas mayores relevantes, la senadora socialista confiesa su profunda inseguridad a la hora de abordar la escritura de Los placeres de la edad. “Siempre tengo miedo”, declara, “a caer en los extremos, es decir, a escribir de forma que no lo entienda nadie o bien a reflexionar sobre los temas sin ir más allá de los lugares comunes sin interés”. Ensayo sobre la vejez y el envejecimiento, el nuevo libro de Alborch concede voz a gente tan diversa y tan reconocida en sus profesiones como Emilio Lledó, Nuria Espert, Mario Gas, Jane Fonda o Rita Levi Montalcini. “Por supuesto, yo he marcado el hilo conductor del libro, pero he incluido citas y reflexiones muy hermosas y lúcidas que me han ido entusiasmando durante los dos años que he dedicado, a tiempo parcial, en la escritura del manuscrito”.

Toda edad, toda generación, toda etapa vital, viene a concluir la política y escritora, tiene un lado positivo y otro negativo. Esa dicotomía viene reflejada en esta sentencia de Virginia Woolf que Carmen Alborch ha situado al principio de su libro: “La belleza del mundo tiene dos filos: uno nos hará reír y otro llorar. Ambos nos parten el corazón”. El mensaje de Los placeres de la edad se centra en aprovechar los aspectos más atractivos de cada época,Los placeres de la edad ya sea en la amistad, en el amor, en el trabajo, en la familia o en la participación social.

“Al compás del crecimiento de la esperanza de vida”, señala la autora, “han mejorado las condiciones vitales y la gente mayor necesita de proyectos y de inquietudes. Por ello, es un libro tanto para hombres como para mujeres que, más allá de sus circunstancias personales, forman parte de una nueva generación madura. Porque, a modo de ejemplo, la jubilación ya no supone una antesala pasiva de la muerte como reflejaba Miguel Delibes en aquella magnífica novela de La hoja roja”. La hoja roja

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Reconfortada por la fortaleza y el ánimo que observa en muchas personas mayores, siempre y cuando las enfermedades las respeten, Alborch se muestra partidaria de compaginar la nostalgia con el vitalismo. “En la madurez”, afirma, “se pueden saborear más las cosas, con más serenidad y generosidad de tal forma que la nostalgia pueda convertirse en un estímulo de cara al futuro. Se trataría de tener presente toda tu vida, al tiempo que saboreas el presente y pones el foco en los placeres de la amistad, de la familia, de la sociedad”.

Cuando triunfó con Solas, Carmen Alborch manifestó que podía concebir su vida sin un hombre al lado, pero no sin sus amigos y amigas.Solas Tres lustros después, la autora mantiene la misma actitud hasta el punto de que afirma con rotundidad que sus amistades son su espejo. “Mi currículo son mis amigos”, sostiene para definir a continuación la amistad como “algo profundo, desinteresado y generoso, sin las servidumbres del amor o de la familia y que parte de las afinidades electivas”.

Al hilo de esta importancia que Alborch concede a los amigos, la autora de Los placeres de la edad resume su filosofía sobre los mayores. “Ser mayor debe significar la edad de la compresión, no la edad de los cascarrabias, del egoísmo bien entendido, del sentido del humor y de las complicidades, de las aficiones culturales…” Para la escritora y política, la receta para un buen envejecimiento la dio la científica italiana Rita Levi Montalcini, fallecida a los 103 años y que fue premio Nobel en 1986: conservar la curiosidad, preocuparse por los demás y mantener activo el cerebro.

Carmen Alborch se incorporó tarde, ya en su madurez, a los cargos públicos de primera fila y quizá ese dato biográfico explique que esta valenciana de 66 años ya contara con un amplio currículo intelectual cuando asumió la dirección del IVAM a finales de los años ochenta. Es decir, que Alborch ya formaba parte del mundo de la cultura cuando Felipe González la nombró ministra del ramo tras haber sido profesora de Derecho Mercantil, decana de la Facultad de Derecho de Valencia y galerista de arte. De este modo, la senadora socialista se halla entre las escasas políticas que han compaginado sus responsabilidades políticas con la dedicación a la literatura.

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