Cannes no teme a las polémicas. No existiría sin ella y quizá esté obligado a serlo. Cannes sabe de su influencia y a menudo ha sido laboratorio de exploración de ideas que van más allá de las tramas, las estrellas o el arte. La polémica del día ha sido provocada por el director ruso (disidente y afincado en Alemania) Kirill Serebrennikov, que presenta a concurso Zhena Chaikovskogo/ Tchaikovsky’s Wife (La mujer de Chaikovski). Sus críticas a Putin no son incompatibles, dice, con el malestar que le provocan las sanciones al oligarca ruso Roman Abramovich, al que ha calificado de gran mecenas de las artes. El problema es que Abramovich es cercano a Putin y algunos han empezado a cuestionarse si una película financiada por él tendría que haber sido incluida en la selección este año.
La película es un ejercicio de crítica, todo lo oblicua que se quiera, a ciertas ideas preocupantes que circulan en la cultura rusa oficial. Admite, por ejemplo, la homosexualidad del compositor Chaikovski, tema espinoso para el gobierno. No es todo lo que intenta hacer, y algunas de estas cosas salen mejor que otras. Se ha hablado de la reivindicación de una figura vilipendiada por la historia, Antonina Miliukova, la esposa del compositor en la que se centra la trama, que aparecía como ninfómana y egoísta (por ejemplo en La pasión de vivir, de Ken Russell). Esto se logra a medias. Se inicia advirtiéndonos que las mujeres en la Rusia de finales del XIX lo pasaban mal y con ello trata de enmarcar a un personaje difícil de aceptar. Que se nos justifique con el contexto a la protagonista crea cierto desequilibrio en la figura de Chaikovski.
No, no es el protagonista, y no es su historia, pero aquí aparece como un hombre cruel, casi sin corazón, perfectamente feliz con su homosexualidad e integrado en los círculos de la época de manera desproblematizada. Quién sabe, igual fue así, igual no, no podemos dudar que muchos maridos homosexuales trataron brutalmente a sus mujeres, pero el contexto debería justificar a todos. La propia protagonista es un personaje bastante agotador, y no creo que haya un contexto que pueda salvar la caracterización. Que algo sea verdad no lo convierte en buen cine.
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Por lo demás, la película sabe crear un mundo asfixiante, a menudo onírico, que recuerda al de Sergei Loznitsa, Nikita Mikhalkov o Aleksei German. Y si estamos dispuestos a aventurarnos por esas habitaciones, esos pasillos, callejones o salones, las imprecisiones históricas, la lectura política o lo desagradable del personaje desaparecen. No es un mundo en el que a uno le gustaría vivir, pero es fascinante dejarnos absorber por él durante algo más de un par de horas. Y lo mismo sucede con la interpretación de Alyona Mikhailova, que aporta vulnerabilidad, intensidad y profundidad al personaje y es uno de los grandes rostros de los últimos años.
En el otro extremo de tratamiento de la realidad, la película Harka del director egipcio afincado en los Estados Unidos Lotfy Nathan. Ambientada en Túnez, la película nos presenta a un personaje que lucha por la supervivencia en las condiciones más absolutas de miseria y corrupción. Y sin duda es una película necesaria. Pero es tan necesaria y tan literal que otros han hecho algo similar antes y a veces lo han hecho con mayor inteligencia. Harka quiere presentar la vida como es. Y merece la pena repetir ciertas cosas. Aunque también lo habría sido buscar nuevas maneras de hacerlo.
El festival ha alcanzado velocidad de crucero. Tom Cruise se ha ido, y a algunos nos ha dejado sin ganas de ver la continuación de Top Gun. Y es que Harka o La mujer de Chaikovski pueden ser películas problemáticas, pero puestos a elegir, centrales a lo que es Cannes. Y muy pronto, llegan Park Chan-Wook, Cronenberg, y nuestro Albert Serra, acompañados, hay que esperar, de alguna polémica.
Cannes no teme a las polémicas. No existiría sin ella y quizá esté obligado a serlo. Cannes sabe de su influencia y a menudo ha sido laboratorio de exploración de ideas que van más allá de las tramas, las estrellas o el arte. La polémica del día ha sido provocada por el director ruso (disidente y afincado en Alemania) Kirill Serebrennikov, que presenta a concurso Zhena Chaikovskogo/ Tchaikovsky’s Wife (La mujer de Chaikovski). Sus críticas a Putin no son incompatibles, dice, con el malestar que le provocan las sanciones al oligarca ruso Roman Abramovich, al que ha calificado de gran mecenas de las artes. El problema es que Abramovich es cercano a Putin y algunos han empezado a cuestionarse si una película financiada por él tendría que haber sido incluida en la selección este año.