Por qué el cine que más nos gusta en Navidad es justo el que se resiste a ser navideño

Fotograma de 'Red One'.

Las circunstancias del estreno de Red One fueron penosas. Llegó a cines este 6 de noviembre, rodeada de críticas furibundas y coincidiendo con esas elecciones estadounidenses que devolverían a Donald Trump a la Casa Blanca. Lo más doloroso fue el asunto económico: apenas recaudó 176 millones de dólares en todo el mundo, que no bastaban ni por asomo para cubrir un presupuesto escandaloso de 250 millones. ¿Por qué esta película de acción navideña con Dwayne Johnson había salido tan cara? Pues se podía culpar al propio Johnson, que había ralentizado el rodaje con su impuntualidad y otros hábitos tan molestos como orinar en botellas desperdigadas por el set, y además había enchufado de productor a su inexperto excuñado con resultados terribles.

Aún así, si ahora le preguntas a los productores de Amazon MGM Studios, Red One ha sido un éxito. El motivo es que menos de un mes después de su aparición en salas, a partir del 12 de diciembre, Red One se incorporó al catálogo de Amazon Prime Video. Y ha arrasado. Con 50 millones de espectadores en sus primeros cuatro días, Red One ha batido el récord de Road House. De profesión: duro este mismo año como estreno más visto de Amazon en toda su historia. Los motivos de este chocante giro en el rendimiento de Red One parecen obvios: el streaming era un destino más apropiado para el film dirigido por Jake Kasdan. Debía ser una película que se iba a disfrutar mejor en casa y, sobre todo, más cerca de fechas auténticamente navideñas.

Es un producto tonto que ver con la familia entre preparativos festivos y culinarios sin remordimiento. No es una película especialmente cursi, además, con lo que adolescentes y hombres ceñudos pueden disfrutarla dejándose llevar con prudencia por el espíritu navideño. Esta puede ser la clave más significativa: a lo largo de Red One Johnson dice varias veces “Feliz Navidad” pero de una forma extremadamente solemne, acompasando una peligrosa misión de rescate que emparenta su película con un clásico de estas fechas como es ¡Vaya Santa Claus!: ya sabéis, aquella película donde Tim Allen mataba por error a Papá Noel y provocaba una crisis de sucesión.

Red One no tiene una premisa tan gore, aunque Papá Noel ha sido secuestrado en la víspera de Nochebuena y Dwayne Johnson ha de encontrarlo. Papá Noel se llama Nick (por San Nicolás) y lo interpreta un musculoso J.K. Simmons que se entrena metódicamente en el gimnasio durante todo el año para poder entregar un número imposible de regalos antes del día de Navidad. La gracia de Red One estriba entonces en reimaginar la iconografía navideña según una maquinaria entre militarista (la que orquesta el Polo Norte para encontrar a su líder) y marvelita (la que dispone que criaturas ilustres del folclore navideño como Krampus o Gryla sean supervillanos). Ese es el secreto. Red One no es típicamente navideña, sino que quiere ser gamberra para que, dando un rodeo, se acabe ajustando igualmente a esa alegría familiar que tanto buscamos en diciembre.

¿Es posible un cine antinavideño?

“Es en la secularización de la Navidad donde reside la fortaleza de la tradición. Es muy fácil no formar parte de un rito religioso, pero no tanto oponerse a una noción indefinida y etérea de festejos en torno al afecto entre hermanos, la camaradería y los gestos que funciona por presión social. Solo a un misántropo podría parecerle mal, ¿no?”. Estas palabras pertenecen al periodista Jaime Lorite y a su ensayo Feliz falsedad, incluido en el libro editado por Applehead Team Navidad, amarga Navidad: El cine que Papá Noel no quiere que veas. Este volumen, publicado en 2023, se ocupa del análisis de películas ambientadas en Navidad cuyo estrambótico planteamiento (o su inesperada adscripción genérica) permitiría teorizar sobre un posible cine de vocación antinavideña.

Lorite –al igual que otros autores presentes en el libro como Santiago Alonso, Cristina Aparicio, Daniel Rodríguez Sánchez y Pedro José Tena– alberga la duda de que la existencia de dicho cine sea realmente posible. A lo largo del libro se dibuja una inercia hacia la rectificación. Un ablandamiento a medida que se acerca el momento definitorio, que fuerza a que este espíritu contestatario no pase de Nochebuena. El propio Lorite fija en la claudicación del Grinch del Dr. Seuss el caso paradigmático: una criatura amargada que intenta sabotear las festividades, para finalmente interiorizar su espíritu y darse cuenta de la absurdez de su postura.

La figura del Grinch es especialmente socorrida si la ubicamos dentro de la maquinaria ideológica capitalista y en particular de la faceta más asociada a estas fiestas: el consumo. Ocurre con el capitalismo, que es un sistema capaz de absorber sus propias contradicciones y críticas para fortalecerse, y es tal cual lo que sucede con la Navidad: no hay sátira que se le resista, pues se hace fuerte en el cuestionamiento y en la postrera culpabilización de esos aguafiestas (los Grinch) tan insensatos como para rechazar los “buenos sentimientos” con los que viene legitimándose dicha festividad. Red One es una comedia de acción cuya “gracia” descansa en pervertir las imágenes típicas del ecosistema navideño para alcanzar desde otro lado la misma celebración de siempre.

En esta línea no parece demasiado interesante –de hecho es, asumámoslo, una película horrible–, aunque participa de una mutación habitual en el cine navideño-alternativo como es la hibridación con géneros chocantes. El libro de Applehead aborda la comedia satírica y la acción, entre cuyos extremos podríamos ubicar el film de The Rock. Nos toparíamos entonces con clásicos de la talla de La jungla de cristal –“Si así es como celebran la Navidad, ¡no me pierdo el Año Nuevo!”– y con una filmografía entera, la de Shane Black, que gusta de ubicar sus antihéroes y tiroteos en las inmediaciones navideñas. Sin que, en ningún caso, se impugnen las fiestas.

La Navidad se resiste a una cancelación en firme. No hay película que le dé la espalda del todo, así que parece no quedar otro remedio que detenerse en escenas, instantes específicos cuya capacidad subversiva resista al margen del desenlace conservador. Gremlins es un buen ejemplo: los bichos del título hacen lo posible para arruinarles las fiestas a los habitantes de Kingston Falls, y aún así el momento más terrorífico no les pertenece a ellos. En su lugar ahí tenemos el espeluznante testimonio de Kate (Phoebe Cates), explicando por qué odia la Navidad: cuando era niña su padre, queriendo darle una sorpresa, se rompió el cuello al bajar por la chimenea disfrazado de Papá Noel.

Feliz Navidad para quien la quiera

La anécdota de Gremlins sirve para iluminar un posible camino hacia la antiNavidad, y este es el camino del cine de terror. Daniel Rodríguez Sánchez pasa revista de este género en Navidad, amarga Navidad, iluminando el hecho delicioso de que estas alegres festividades sean inseparables del nacimiento de una de sus vertientes más populares: el slasher, el acecho de un asesino en serie a un grupo de personajes que van muriendo uno a uno. Ocurrió en 1974, con Navidades negras. Este slasher de Bob Clark llegó tan lejos en su intuición fundacional que Scream sacó de aquí más de veinte años después lo de las llamadas telefónicas inquietantes.

Por lo demás, en Navidades negras la ambientación navideña cumplía la misma función que, pongamos por caso, los barrios residenciales de La noche de Halloween en 1978. Era un escenario idílico que contrastaba ruidosamente con la ola de asesinatos y servía además para diseminar grietas por estampas pulcramente estadounidenses, sinónimos de prosperidad y de fe en el sistema. Había una intuición parecida cuando Noche de paz, noche de muerte nos plantó en 1984 (el mismo año de Gremlins) a un Papá Noel asesino, sin que finalmente hubiera tiempo para celebrar la Navidad: bastaba con alegrarse de haber sobrevivido, y llorar adecuadamente a los muertos.

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El terror parece, así, la senda más indicada para arremeter eficazmente contra la Navidad, y dejar a todo el mundo sin ganas de exagerar performáticamente lo mucho que quiere a los suyos. En este sentido, si Red One es un film totalmente funcional al ímpetu consumista de las festividades –es posible que gracias a él haya hogares alrededor del mundo donde el 100% de los elementos de la celebración provenga de los servicios de Amazon–, Terrifier 3 ha podido ofrecer una alternativa algo más punk. Terrifier 3 es uno de los mejores films de terror estrenados en 2024. A España llegó tristemente coincidiendo con Halloween, pero la película de Damien Leone era tan desagradable, tenía tan mal gusto, que quizá haya espectadores a los que aún les dure la impresión.

Terrifier 3 es la tercera gran aventura de Art el Payaso, un psicópata de maquillaje circense y gestos de mimo que se ha marcado los asesinatos más sangrientos del último cine de terror. A cada película Leone ha intentado superarse a sí mismo: la cantidad de gore, lo enrevesado de las mutilaciones y los desmembramientos, la rotunda excelencia en sentido proporcional de los efectos prácticos necesarios –Terrifier 3, como síntoma de varias de las cosas que están mal en Hollywood, jamás será nominada al Oscar a Mejor maquillaje–, y en general las ganas de hacer disfrutar a gente tan chalada como él. Lo maravilloso de Terrifier 3 es que sitúa estas pulsiones en Navidad.

Así que ahí tenemos a Art de vuelta, disfrazado de Papá Noel tras despojarle de sus ropajes a un pobre hombre y haberle torturado con nitrógeno líquido hasta el punto de poder arrancarle de cuajo la barba ensangrentada para ponérsela él. Art, disfrazado de Papá Noel, irrumpiendo en una casa en Nochebuena, masacrando a todos sus habitantes incluidos los niños, y comiéndose luego tranquilamente las galletas que estos le habían dejado al señor de rojo. Seguramente haya formas más sutiles de ser antinavideño, pero muy pocas así de divertidas. 

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