‘O Corno’, el perturbador viaje por la miseria que ha conquistado Donostia

La cualidad inquietante y arrebatadora de O Corno, la película ganadora del último Festival de San Sebastián, reside en que es tanto un itinerario rectilíneo como uno circular. El segundo largometraje de la cineasta donostiarra Jaione Camborda, premiado con la Concha de Oro el mes pasado, se construye en el espacio: su historia, la de una partera a la fuga de la España tardofranquista, describe al mismo tiempo sobre ríos, campos y trigales un viaje sin retorno y otro de ida y vuelta por la miseria rural ibérica.

La partera es María, una mujer de A Illa de Arousa (Pontevedra) de 1971 que, además de asistir alumbramientos, practica abortos en secreto. Uno de ellos la obliga a desaparecer a toda prisa de la isla, poniendo rumbo a Portugal y activando también el doble mecanismo interno de la película, que primero es un drama y luego casi un thriller; al principio, el retrato sostenido de la vida aldeana, con sus opresiones silentes, y luego el registro atropellado de esas mismas agresiones, que elevan el volumen a medida que María se despeña por su odisea.

Camborda, que lleva años afincada en Galicia, abunda con O Corno en los presupuestos del llamado Novo Cinema Galego, participando de esas miradas parsimoniosas sobre el paisaje que interesan también a igualmente brillantes compañeros de generación como Oliver Laxe o Lois Patiño. Su María transita penosamente de una dictadura a otra, de una privación a otra parecida, mientras la cineasta vasca mide con delicadeza su contacto con el medio natural.

La fisicidad local hace mucho que interesa a Camborda, quien ha indagado en las dinámicas del espacio rural gallego y sus propiedades perturbadoras profusamente desde el campo del documental experimental. En esas claves filmó Rapa das bestas, un documento sobre la tradición del corte de las crines de los caballos que, después de ver O Corno, cuesta no conectar con As bestas.

A Rodrigo Sorogoyen, su director, le agradece Camborda en los créditos de O Corno, donde también figura Diego Anido, actor compartido por ambas películas. La de la guipuzcoana es de alguna manera un reverso de As bestas, en la medida en que expande una suerte de topografía ominosa del noroeste rural ibérico. Con la Concha de Oro, la directora contribuye a una avispada tendencia del cine de autor español reciente de la que, aunque desde posiciones diferentes, ambos participan.

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El tránsito de la protagonista de O corno, menos explícito que los conflictos de As bestas pero igualmente asfixiante, se dibuja en medio de una oscuridad casi absoluta. Desde que la fuga a Portugal de María comienza, la película cede terreno a las tinieblas hasta tal punto que el color se convierte en textura, en texto y, por tanto, en mensaje. El negro de las imágenes de Camborda y Rui Poças, su director de fotografía, adquiere el mismo espesor del tejido viscoso de esa realidad social de la España franquista de la que María trata de escapar.

Camborda —la primera directora española en conseguir la Concha de Oro y con una cinta que es también la primera hablada en gallego que la gana— ejecuta esa huida como dos viajes espejados, que se preguntan y responden a través de la singular estructura de la película. Lo que primero parece un terraplén que acaba en el infinito resulta ser una simetría que pone punto final a O Corno exactamente donde empezó.

El desasosiego que una ordenación dramática tan peculiar pueda desprender no le interesa a una cineasta como Jaione, genuinamente interesada en dialogar con la incertidumbre. “Parece que una película está mal hecha si no se concreta en algo, pero creo que en la vida vivimos en esa indefinición de forma natural”, dijo hace unos años a cuento de Arima, su primer largometraje. Cuatro años después de aquel debut, entre un extremo y el otro de su odisea simétrica por las Rias Baixas cabe toda la violencia callada del mundo.

La cualidad inquietante y arrebatadora de O Corno, la película ganadora del último Festival de San Sebastián, reside en que es tanto un itinerario rectilíneo como uno circular. El segundo largometraje de la cineasta donostiarra Jaione Camborda, premiado con la Concha de Oro el mes pasado, se construye en el espacio: su historia, la de una partera a la fuga de la España tardofranquista, describe al mismo tiempo sobre ríos, campos y trigales un viaje sin retorno y otro de ida y vuelta por la miseria rural ibérica.

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